Salí de la charca escurriéndome el agua del pelo
rubio que me llegaba hasta la cintura. En la isla siempre hacía calor, de modo
que Dané y yo casi siempre nos secábamos al aire, sobre todo porque no teníamos
toallas.
Me miró mientras salía del agua. Sus ojos absorbían
mi cuerpo entero que chorreaba agua. Me dio un vuelco el estómago cuando apartó
rápidamente la mirada al acercarme a ella.
—Dané ¿ocurre algo? —le pregunté. Oí el miedo en mi
propia voz y al parecer ella también porque se levantó rápidamente y me
estrechó en un cálido abrazo.
—No, cariño, todo está perfecto, es sólo que si
sigo mirándote, no lograré soltar lo que tengo que decirte. Eres tan preciosa
—me repitió y me besó suavemente en la boca, sin dejar de apretar mi cuerpo
contra el suyo.
Fue un beso tan apasionado que cuando por fin nos
separamos, yo estaba sin aliento.
—Mmm... Ya veo a qué te refieres —le dije.
Me miró un momento y luego echó la cabeza hacia
atrás y empezó a reírse. Me encantaba verla hacer eso. Ésa era mi nueva meta en
la vida: hacer llorar de risa a Dané Courtier por lo menos una vez al día
durante el resto de nuestras vidas.
—Toma, ¿quieres ponerte esto mientras se seca tu
combinación? —preguntó. Me dio el paño que normalmente llevaba enrollado
alrededor del pecho.
—Vaya, Dané, ¿así que hoy vamos a ir con el pecho
al aire? —le pregunté desvergonzadamente.
Y ella sonrió y me echó una mirada traviesa.
—De todas formas eso es lo que suelo hacer cuando
no estoy en el campamento.
—Ya sabía yo que me estaba perdiendo algo con esas
excursiones tuyas.
Me miró con una sonrisa y me sonrojé al recordar lo
que había pasado la única vez que decidí seguirla. Ella me miraba con una
sonrisita curiosa.
—Vamos, deja que te ate esto, pequeña, y luego me
gustaría que vinieras conmigo.
Decidí que me gustaba la sensación de la tela
alrededor de la cintura y la libertad de los pechos. Dané y yo caminamos
despacio por el bosque. Me sentía encantada porque me llevaba cogida de la
mano. Antes era yo la que siempre tenía que iniciar el contacto con ella. Ahora
parecía más que dispuesta a cogerme de la mano mientras caminábamos. Estaba tan
absorta en este sencillo placer que no me di cuenta de dónde me llevaba. Sólo
cuando oí el ruido de la cascada, me detuve por fin.
—Dané, tengo que...
—Shhh, por favor. Quiero compartir unas cosas
contigo. No soy muy habladora. Me gustaría decirte lo que siento ahora.
—Sacudió la cabeza y cerró los ojos—. Lo que quiero decir es que quiero decirte
lo que estoy sintiendo. Lo que llevo sintiendo desde hace ya tiempo. Necesito
explicarte por qué soy como soy.
—Dané, no tienes que...
Volvió a hacerme callar apretando un dedo sobre mis
labios.
—Por favor, pequeña, me gustaría hacer esto a mi
manera. —Me miró hasta que asentí para decirle que lo comprendía y luego me
llevó al borde del acantilado, donde las dos dejamos caer nuestros sarongs—.
¿Lista? —preguntó. Asentí y las dos saltamos por el borde con un grito.
Salí a la superficie jadeando.
—Aaaaaggggggg. Qué fría está el agua, Dané.
Dané me agarró por la cintura y me levantó por el
aire. Tenía una enorme sonrisa en la cara. Nadamos durante una hora. Sobre todo
nos dedicamos a jugar quién podía excitar más rápido a quién, hasta que Dané
puso fin a ese juego en concreto.
Me condujo fuera del agua y las dos nos desplomamos
en el suelo para descansar. Esta zona estaba cubierta de flores silvestres que
daban un aroma maravilloso. Debí de adormilarme un rato, porque cuando me
desperté vi que Dané estaba ahora sentada. Lo único que veía era su fuerte
espalda, ya que estaba contemplando el agua en una postura parecida a cuando la
encontré en la playa la noche antes. Alargué la mano para tocarla, pero me
detuve. Ella tomó aire y empezó a hablar, como si notara mi mano flotando
encima de su espalda.
—No soy muy dada a hablar, pequeña, así que esto me
resulta difícil, pero hay unas cosas que quiero que sepas. Mi padre murió
cuando yo tenía dieciséis años. Era pintor, así que nunca tuvimos mucho dinero,
pero siempre fuimos felices. Cuando murió, sus padres le preguntaron a mi madre
sin quería llevarnos a Londres para vivir con ellos. Mi madre tenía dos
trabajos y yo tenía que ocuparme de mis hermanos mientras ella trabajaba. Le
preocupaba que nos metiéramos en problemas, así que aceptó y nos trasladamos
todos a Inglaterra, a la finca de mis abuelos. Aunque me gustaba mucho la
belleza del campo, no tardé en aburrirme. De hecho, la zona era tan rural que
rara vez veíamos a nadie. Cuando sólo llevábamos allí una semana más o menos,
una de las criadas de arriba, Callinda, me preguntó si quería ir a dar un paseo
con ella. Mis hermanos pensaban que era muy guapa, así que me sentí halagada de
que quisiera conocerme mejor. Y vaya si me conoció. No tardó en cogerme de la
mano, besarme y decirme toda clase de piropos sobre lo guapa que era.
Aquí la interrumpí.
—Pero seguro que eso ya lo sabías, ¿no?
—No, no lo sabía, Gabrielle. Era tan alta y
desgarbada. Estaba tan ocupada ayudando a mi madre con mis hermanos que no
tenía mucha vida social. Y Callinda lo sabía. Un día, en uno de nuestros
paseos, me besó con tal pasión que me dejó sin aliento. Me dijo que me
necesitaba y que estaba enamorada de mí. Así que dejé que me tocara y que me
hiciera otras cosas. Siempre me gustaba, pero me faltaba algo. No me dejaba que
la desflorara como... como ella... mmm... como ella me había desflorado a mí.
—Dané se quedó callada y yo sofoqué una exclamación. Miré su ancha espalda,
horrorizada al darme cuenta de cómo iba a terminar la historia antes de que me
lo dijera siquiera—. No tardé en tener sospechas, de modo que por fin, después
de uno de nuestros "paseos", se lo pregunté y ella me dijo que no
podía porque una criada pobre tenía que ser virgen si quería casarse bien.
—Oh, Dané, cuánto lo siento. —Esta vez sí que le
toqué la espalda caliente y ella dio un pequeño respingo al notar mi mano fría,
pero siguió con la historia.
—Fui tan estúpida que la perdoné. Intenté
comprenderlo, incluso me dije a mí misma que tenía razón. En ese momento ni
siquiera pensé que ella me había hecho perder la virginidad sin planteárselo
siquiera. —Dané hizo una pausa y suspiró con resignación—. Dos semanas después
de aquello, sorprendí a Calli y a uno de los caballerizos en plena sesión de
sexo en el granero.
Dejé que se me escapara una lágrima por el dolor
que debió de sentir Dané ante esta traición.
—Me temo que les di una paliza a los dos hasta que
confesaron que tenían la intención de hacerme chantaje para que les diera
dinero. Si no se lo daba, les dirían a mis abuelos y a mi madre lo que había
estado haciendo con la pobre criada. Se lo dije yo misma antes de que Calli
pudiera clavarles las garras. Al principio se pusieron furiosos, pero luego
llegaron a la conclusión de que ella había conseguido seducirme en contra de mi
voluntad. Así que mis abuelos les dieron una gran suma de dinero y los echaron
de la finca. Intentaron volver por más a los pocos meses y cuando mi abuelo se
negó, empezaron a hacer correr rumores sobre que yo era antinatural y que había
forzado a Calli.
Me incorporé de un salto, agarré a Dané por detrás
y la estreché contra mí. Su espalda caliente se hundió en mi pecho mientras
lloraba amargamente. Esperé a que soltara todo el dolor que llevaba dentro
desde hacía tanto tiempo.
Cuando se calmó, continuó con su historia.
—Madre me quería y siempre me querría. Mis abuelos
encajaron mal los rumores. Fue entonces cuando mi madre decidió que nos íbamos
a trasladar a América. No creo que mis hermanos llegaran a saber lo que
ocurría, pero al cabo de un año estábamos en camino. Mis abuelos le habían dado
a mi madre dinero suficiente para vivir bien si teníamos cuidado. Y ahí es
donde entras tú —dijo suavemente. Volvió la cabeza para sonreírme un poco y sus
hermosos ojos enrojecidos se clavaron en los míos. No pude evitar echarme hacia
delante y darle un dulce beso. Me sonrió y en ese momento juré que sería la
última vez que quería ver llorar a Dané.
Dané se volvió de nuevo hacia el agua, apoyándose
más en mí, y continuó con su historia.
—Me enamoré de ti en el momento en que te chocaste
conmigo.
Sofoqué una exclamación y ella colocó su mano sobre
la mía pero siguió contando su historia.
—Pensé que eras tan preciosa y que tenías tanto
genio. Me encantaba provocarte para poder ver esos ojos tuyos soltándome
chispas. Me quedé de piedra cuando Edward empezó a hablarle de ti a madre.
Cuando empezó a decir que quería hablar con tu padre para cortejarte, pensé que
me iba a morir. Ya me había hecho a la idea de que jamás podría tenerte. Pero
sabía que no podría soportar verte con Edward si os casabais.
—Yo ni siquiera lo sabía, Dané. De todas formas, no
habría aceptado.
—Edward dijo... dijo que habías hecho un retrato de
él en tu cuaderno. Yo también vi ese dibujo —dijo vacilando tanto que tardé un
momento en hacer la conexión.
—Oh, no —exclamé—. No, Dané, el dibujo era de ti.
—Me miró haciendo esa cosa típica con la ceja—. Ni siquiera estaba terminado
cuando los dos lo visteis. Él debió de dar por supuestas las cosas por los ojos
y la forma de la cara. Ni siquiera había visto a Edward cuando empecé a
dibujarlo. Lo he terminado desde que estamos aquí. Puedes verlo si quieres.
Tengo otros de ti y de mí que me encantaría que vieras también.
Dané me estrechó entre sus brazos y susurró:
—Me encantaría verlos, Gabrielle.
Se dio la vuelta de nuevo. Parecía resultarle más
fácil hablar si no tenía que mirarme. No importaba por ahora: más adelante
tendríamos que trabajar en sus habilidades comunicativas. La estreché entre mis
fuertes brazos y ella dobló las piernas y dio la impresión de disfrutar
simplemente del contacto durante un rato.
—Cuando llegamos aquí, conseguí dejar de lado casi
todos mis sentimientos por ti. Las dos teníamos que concentrarnos en seguir con
vida. Entre que yo estaba herida y que necesitábamos encontrar comida y
refugio, conseguí relegar los sentimientos al fondo de mi mente. Pero eso sólo
duró unos meses. Me conocía la isla como la palma de mi mano. Ya no costaba
tanto encontrar comida y la cabaña estaba prácticamente terminada. Ya no me
desmayaba casi de agotamiento y mis pensamientos empezaron a descontrolarse de
nuevo.
Se detuvo y de repente se volvió para mirarme.
—¿Alguna vez te han dicho que eres una persona muy
tocona? —preguntó con una sonrisa en la cara.
—Mmm, sí. Creo que alguien lo ha mencionado hace
poco —contesté con una sonrisa igual de amplia y un besito en los labios para
que supiera que el incidente ya no me dolía. Sonrió aún más y se dio la vuelta
de nuevo.
—Bueeenoooo... —Hizo una pausa—. Estaba empezando a
afectarme, así que intenté mantenerme alejada. Exploraba la isla para poder
alejarme de ti un rato cuando lo necesitaba. Pensaba que acabarías dándote
cuenta y que me odiarías o me tendrías miedo, así que traté de ocultar lo que
sentía por ti. En una de esas excursiones encontré este lugar. Mmm... Gabby...
venía aquí y... mmm...
—Dané, tengo que decirte algo. —Era el momento de
confesar que la había seguido.
—No, amor, déjame terminar, por favor. Te deseaba
tanto que venía aquí dos y tres veces por semana —dijo. Me di cuenta de que le
daba vergüenza decírmelo aunque no le veía la cara. Le acaricié la espalda para
demostrarle mi apoyo—. Bueno, el día que nos peleamos y luego te consolé... o
sea, cuando dormí contigo... yo, tú... mmm, te arrimas mucho cuando duermes,
pequeña, ¿lo sabías?
Dije que no con la cabeza y ella siguió con su
relato.
—Pues sí, lo haces. Yo... yo estaba ahí echada
contigo prácticamente tumbada encima de mí con tus manos sobre mis pechos.
Tenía que escapar, así que me fui de la cabaña en silencio y vine aquí lo más
deprisa posible. Me... me alivié y cuando iba a volver a la cabaña, vi tus
huellas cerca de mi ropa.
Tomé aire.
—Viste...
—Sí —contestó sin que yo tuviera que continuar—. Me
entró tanto miedo, Ga...bri...elle. Pensé que sentirías asco, o peor, miedo de
mí después de haber visto aquello. Así que me alejé. Necesitaba pensar en un
plan para hacértelo entender. Acababa de dar con una solución cuando me
encontraste.
—¿Cuál era la solución? —le pregunté en voz baja.
Se volvió y se arrodilló delante de mí con la
cabeza gacha y cuando me miró, en sus ojos había tanta alegría y esperanza que
supe que estaría con esta mujer durante el resto de mi vida.
—Te rogaría... —contestó con una sonrisa trémula—.
Te rogaría que no me dejaras y luego te rogaría que me permitieras estar
contigo. —Vi que se esforzaba por no echarse a llorar de nuevo—. No quería perderte,
Gabrielle, y haría lo que fuera para evitar que me rechazaras. Siento tanto
todo lo que ha pasado. Quería contarte toda la historia porque quería que
comprendieras que nunca he tenido intención de hacerte daño. Creía que te
estaba protegiendo... de mí.
—¿Has acabado? —le pregunté—. ¿Puedo hablar ahora?
Ella asintió despacio. Tuve que levantarle la
barbilla para poder mirarla a los ojos vulnerables.
—Yo también te quiero.
Se me quedó mirando un momento, a la espera del
resto, pero por una vez eso era todo lo que tenía que decir.
Me miró sin dar crédito mientras yo le sonreía
burlona. Las dos nos dimos cuenta a la vez de que nuestros papeles se habían
invertido y nos echamos a reír. Dané llevaba hablando treinta minutos para
decirme que me quería. Yo había tardado dos segundos en decirle lo mismo. Era
justicia poética y por fin consideré pagada la deuda de sus incesantes burlas.
—Ven aquí.
Tiré de ella hasta tenerla encima de mí. Me besó en
los labios al cubrirme con su cuerpo mucho más grande. Nos quedamos tumbadas al
sol con el rugido de la cascada y los trinos de los pájaros encima de nosotras.
Nuestra respiración no tardó en duplicar su velocidad. Jadeé cuando Dané trazó
círculos alrededor de mis pezones con la lengua. Arqueé la espalda, con lo que
ella chupó más fuerte. Apretaba el muslo contra mí mientras besaba y lamía mis
dos pezones endurecidos. En dos ocasiones estuve a punto de tener un orgasmo y
en ambas ocasiones se detuvo y me susurró al oído en francés y español:
—Todavía no, cariño.
Y detuvo sus movimientos hasta que se nos calmó el
corazón antes de seguir lamiendo, chupando y apretando con suavidad. Me estaba
volviendo loca. Dané cogió mis pechos con las palmas de las manos y se puso a
olisquearme el cuello y la oreja. Cuando estaba a punto de gritarle que
siguiera adelante, noté que había puesto la mano en el nudo que llevaba en la
cadera. Se detuvo un momento. Me puse a deshacer el nudo de su sarong a toda
prisa y ella hizo lo mismo con el mío. Alzó su cuerpo por encima del mío para
quitarme el sarong y yo hice lo mismo con el suyo. Esta vez, en lugar de volver
a posarse sobre mí, como yo deseaba desesperadamente, se quedó suspendida por
encima de mí como si fuera a hacer flexiones, con los músculos de los bíceps y
los tríceps restallantes por el esfuerzo de sostenerse por encima de mí. Me
besó en los labios y luego pasó a mi oreja.
—Si hago algo que no te gusta o que te incomoda...
por favor, prométeme que me lo dirás.
—Te lo prometo, Dané.
Pasó a besar cada centímetro de la parte superior de
mi cuerpo, besitos suaves que me volvían loca. Cuando llegó a la zona por
debajo de mi ombligo, empecé a ponerme un poco nerviosa. Cuando estaba a punto
de pararla, dijo las únicas palabras que iban a ser mi ruina durante muchos
años.
—Por favor...
Esas palabras me aceleraron el corazón. Le permití
que continuase besándome el ombligo y las caderas y por fin los muslos. Miré la
cabeza oscura que tenía entre las piernas y casi me desmayé de la excitación.
Grité cuando por fin me tocó con la lengua. La primera caricia fue muy
delicada. Saboreó cada parte de mí, chupando y mordisqueando suavemente hasta
que casi me eché a llorar.
Cada vez que pensaba que me iba a caer por el
borde, ella me agarraba las caderas para impedir que me moviera y paraba lo que
estaba haciendo. Para entonces era yo la que le rogaba. Se alzó de entre mis
piernas y me besó ferozmente en la boca. Me saboreé a mí misma en sus labios y
gemí.
—¿Qué es lo que quieres, Ga...bri...elle? —me
preguntó roncamente, mientras su mano seguía atormentándome despacio como lo
había hecho su lengua un momento antes.
—Quiero...
—¿Qué quieres, amor mío? —preguntó Dané casi con
desesperación. Comprendí que necesitaba que le dijera lo que deseaba de ella.
—Quiero ser tuya... Por favor.
Dané estaba echada a medias encima de mí y a medias
fuera de mí. Noté que frotaba su centro caliente contra el músculo de mi muslo.
Aceleró el ritmo y empezó a besarme en el cuello y las orejas, que tenía muy
sensibles.
—Oh... Dios, por favor, Dané... no puedo... no
puedo aguantar mucho más... ¡por favor! —grité y cuando sentí que empezaba a
caer en un abismo de placer, Dané me metió el dedo hasta el primer nudillo,
deteniéndose en la barrera que era mi virginidad.
Como loca, intenté obligarla a penetrar más
tratando de meterla a la fuerza dentro de mí, pero era demasiado fuerte y se
negó a verse forzada a ir más lejos o más rápido.
En un momento de desesperación, metí la mano entre
sus piernas y encontré el centro caliente que se había estado frotando contra
mí. Estaba tan a punto que sabía que debía de dolerle. Abrí sus labios
hinchados y tracé círculos alrededor.
Siguió entrando y saliendo de mí suavemente y el
placer empezaba a ser excesivo. Cerré los ojos con fuerza y traté de
concentrarme en darle placer. Sus caderas se movían desesperadas contra mi
mano. Coloqué dos dedos en su abertura y empujé con fuerza hacia dentro. Gritó
y saltó, lo cual hizo que empujara con fuerza dentro de mí. Mi virginidad dejó
de existir.
Cerré los ojos mientras me caían lágrimas por la
cara por el dolor. Yo había dejado de empujar cuando me penetró y las dos nos
quedamos así un momento para recuperar el aliento. El dolor empezó a disiparse
y volví a moverme contra lo que me llenaba por dentro. También empecé a empujar
con fuerza dentro de ella. El dolor había desaparecido, sustituido por el puro
placer. Sentí que mi orgasmo empezaba despacio al principio mientras mis
músculos se apretaban en torno a los dedos que había dentro de mí. Casi como
respuesta, sentí que las paredes del sexo de Dané se estremecían. Cerró los
ojos con fuerza y aumentó las embestidas. Cuando por fin me llegó, sentí que me
quedaba inerte.
—Oh, oh, oh —era lo único que podía decir. Noté que
Dané también estaba a punto y seguí su ejemplo, sin parar de empujar dentro de
ella mientras sucumbía al orgasmo.
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Hace años que quitamos el bote de la playa y
cualquier señal evidente de que estuviéramos allí. Dané cree que llevamos aquí
unos siete años, pero no sabemos muy bien porque dejamos de contar el día en
que hicimos el amor por primera vez. Este pedacito de tierra verde se ha
convertido en nuestro mundo.
Tal vez en el futuro el otro mundo sea capaz de
aceptar relaciones como la nuestra. Eso esperamos por el bien de otras personas
como nosotras. Voy a pasar el resto de mi vida amando y siendo amada por la
guardiana de mi alma.
Ella es mi isla y yo soy la suya.