Me desperté y fui a tocar a Dané y descubrí que a
mi lado sólo estaba mi estera de hierba vacía. Me desperté de golpe y miré
confusa a mí alrededor. Estaba echada desnuda en mi parte de la cabaña... sola:
la puerta privada estaba cerrada. Dejé caer la cabeza y las lágrimas me
corrieron por la cara.
¿Había sido un sueño? Parecía tan real. Todavía
podía oír a Dané gritando mi nombre, al desplomarse encima de mí tras el
orgasmo. Parecía tan real.
—Ga...bri...elle, ¿qué te pasa? ¿Por qué lloras?
¿Te hice daño anoche?
Estaba tan desolada que no había notado que Dané
había abierto la puerta privada.
Miré a los preocupados ojos azules de mi bella
amante cuando se arrodilló a mi lado. Dané traía una gran bandeja hecha a mano
llena de todas las frutas que ofrecía la isla, además de tres tipos diferentes
de pescado. Los manjares estaban pulcramente colocados sobre un grueso trozo de
corteza que Dané había limpiado y alisado. En la otra mano llevaba tres de esas
grandes flores tropicales de bonitos colores cuyo fragante aroma había sido en
parte responsable de que acabáramos en esta isla.
—Yo... yo... —La miré sin saber qué decir. Estaba
total, inexcusable y gloriosamente desnuda. Era evidente que se había dado un
baño, pues su largo pelo recién lavado relucía suelto hasta su cintura.
—Gabrielle, ¿te he hecho daño? —volvió a preguntar,
dejando rápidamente la comida y las flores e inclinándose sobre mí.
Dije que no con la cabeza.
—¿Cómo he llegado aquí? —le pregunté, todavía
temerosa.
—Te he traído yo. Todavía llovía cuando me desperté
y aunque hacía calor, pensé que estaríamos más cómodas en casa. —Su voz seguía
sonando preocupada, así que pensé que le debía una explicación.
—Al despertarme he creído que había sido un sueño
—le dije vacilante.
Me sonrió comprensivamente y luego miró mi cuerpo
desnudo con timidez y dijo bromeando:
—Al despertarme esta mañana, yo también me he
preguntado si parte de esto había sido un sueño, pero luego te he olido en mi
cuerpo y he sabido que era real.
Me sonrojé profundamente ante esto y aparté la
mirada.
—¿Tienes hambre? —preguntó. Seguía sonriendo con
timidez.
—Sí —le contesté, sonriendo levemente a mi vez—.
Esto es precioso, Dané, no tenías por qué hacer todo esto —le dije mientras me
incorporaba, perdiendo todo sentido del pudor al tener la comida delante.
Los ojos de Dané se posaron al instante en mis
pechos, carraspeó y dijo:
—Ha sido un placer. —Con tono de aprecio.
—¿Quieres un poco? —le pregunté provocativamente,
poniéndole un poco de fruta en los labios.
—Mmm. —Lo aceptó y luego meneó la cabeza—. Pero
cómete tú el resto, lo he cogido para ti.
Asentí y devoré contenta la bandeja entera de
comida mientras ella miraba y me tomaba el pelo diciendo que esperaba que fuera
suficiente. Le dije con altivez que bastaría por ahora. Ella se echó a reír.
Mientras reíamos y nos tomábamos el pelo mutuamente, me quedé maravillada por
la sonrisa que no paraba de aparecer en la cara de Dané. Era como si fuera una
persona distinta. Había visto algo de esta Dané en el barco. Era como si esta
persona alegre y despreocupada hubiera desaparecido poco a poco cuando
naufragamos. Me juré preguntárselo en otro momento. Ahora mismo sólo quería
disfrutar de ello mientras pudiera.
Después de meterme el último trozo de fruta en la
boca, me eché hacia delante y besé suavemente a Dané en los labios. Susurré
tímidamente:
—Gracias por ser tan encantadora.
Me sonrió y juro que se ruborizó, pero no estoy
segura porque tiene la piel muy morena. Agachó la cabeza y sus dedos
juguetearon con los trozos sueltos de cordel de mi estera.
—De nada —dijo en voz baja, con una ligera sonrisa
todavía en los labios.
Decidí dejar de atormentarla y me levanté para
estirarme.
—Me voy a lavar. —Miré a mi amante, que estaba
mirando mi cuerpo sin disimulos desde el suelo—. ¿Quieres venir a hacerme
compañía?
Asintió y la ayudé a levantarse. Por primera vez no
maldije mis cortas piernas cuando tiré de Dané, ella me dominó con su altura.
Me miró acariciándome los lados de los hombros y los brazos musculosos.
—No sabes el tormento que ha llegado a ser tu
cuerpo en el último año —susurró, agarrándome la barbilla y levantándomela para
besarme.
—Yo podría decir lo mismo de ti, cariño mío. —La
miré despacio, pensando que me estaba comportando como una fresca lasciva y
encantada por ello—. Yo también he notado tu cuerpo. Creo que vivir aquí ha
sido bueno para nosotras.
Asintió y se inclinó para darme otro beso. Pasaron
unos minutos hasta que las dos tuvimos que tomar aire.
—Oh, Dios, cariño, tenemos que parar. Necesito
darme un baño.
Ella sonrió y me condujo desde nuestra casa hasta
la charca. Me metí en el agua fresca y ella se acomodó en una roca para charlar
conmigo. Esto era algo que habíamos hecho muchas veces desde que estábamos en
la isla. Me di cuenta entonces de que siempre había sido yo la que estaba en
esa misma roca esforzándome por no mirar a Dané mientras se lavaba el cuerpo.
Le hablaba de todo lo que se me ocurría y ella siempre me contestaba con el
menor número de palabras posible.
—Gabby.
Estaba tan enfrascada hablando que casi no la oí.
—¿Sí, Dané? —Me volví en el agua para mirarla y
advertí que tenía una expresión muy seria.
—Yo... tenemos que hablar —dijo con seriedad.
Se ha arrepentido, gritó mi cerebro.
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