Me eché a llorar. Esta vez no pude contenerlo y me
quedé inerte entre los fuertes brazos de Dané que me tenían prisionera por
segunda vez en tantos días. Me soltó las piernas e intenté escabullirme hacia
atrás. Necesitaba un poco de espacio entre las dos. Debió de pensar que trataba
de escapar de ella otra vez porque volvió a abalanzarse, derribándome de
espaldas.
—Por favor —dijo Dané con la voz ronca.
Luché con ella un momento, pero no tardó en
dominarme, sujetándome la mano con fuerza por encima de mi cabeza.
—Por favor —sollozó.
Me quedé paralizada. Dané estaba tumbada encima de
mí, con el pelo colgando a mí alrededor. Noté que su estómago musculoso estaba
pegado al mío y se movía entrecortadamente mientras Dané sollozaba e intentaba
recuperar el aliento a la vez. Noté que su corazón palpitaba con fuerza contra
su pecho.
—Lo... siento... tanto... por favor —susurró. Sus
ojos me rogaban que comprendiera lo que no parecía capaz de decir.
Me quedé debajo de ella, sollozando en silencio.
—No llores, lo siento tanto —susurró, apartándome
el pelo de la cara—. Siento tanto haberte hecho daño. Por favor, no me dejes
—rogó angustiada y luego bajó la cabeza y me besó desesperada pero suavemente
en los labios. El beso fue tan suave que temí moverme por miedo a que desapareciera.
Me quedé allí debajo de ella, atónita. De repente, cobré conciencia de todo...
intensamente.
Las largas y fuertes piernas de Dané estaban entre
las mías. Mi ajada combinación no sólo se me había subido hasta la cintura sino
que estaba completamente empapada. La pelvis y las caderas de Dané estaban
firmemente pegadas a mis partes más íntimas. Era maravilloso.
Dané murmuraba suavemente en francés. Las únicas
palabras que entendía eran mi nombre y por favor. Aunque contaba con un extenso
vocabulario malsonante en francés, hasta ahora nunca había oído estas palabras
susurradas contra mi cuello seguidas de dulcísimos besos.
Las manos que un momento antes me tenían presa
ahora me acariciaban la muñeca delicadamente. Por fin los labios de Dané
volvieron a cubrir mi boca con toda la suavidad del mundo, permitiéndome
apartarla si quería. No quise. No pude evitar el gemido que salió de mi
garganta mientras Dané seguía besándome suavemente y acariciándome la muñeca
con las manos. Su cuerpo se estremeció sobre el mío y soltó mi boca con un
jadeo.
Dané se echó hacia atrás el pelo mojado y por
primera vez le pude ver la cara. Parecía angustiada. En sus ojos había la misma
expresión de anhelo y hambre que recordaba del baile. Parecía haber ocurrido
hacía una vida.
Contemplé aquellos ojos hambrientos durante una
eternidad hasta que volvió a tomar mi boca con la suya. Esta vez me abrió la
boca: su lengua hacía cosas maravillosas con la mía. No pude evitarlo: volví a
gemir en lo más profundo de mi garganta.
Esto causó la misma reacción en Dané que antes: su
cuerpo se estremeció y jadeó en mi boca. Las manos que sujetaban las mías por
encima de mi cabeza me soltaron y bajaron suavemente por mi cuerpo,
deteniéndose para acariciar mis pezones duros y erectos a través de la tela
casi transparente de mi combinación de algodón. Me estremecí de placer cuando
sus dedos calientes rozaron delicadamente mis pezones.
Sus manos siguieron bajando por mi cuerpo hasta que
llegó a mis caderas desnudas. Se detuvo allí, acariciándome las caderas,
instándome delicadamente a que me apretara más contra ella. Cedí a mis propios
deseos y me apreté contra ella impaciente. Dejó de besarme y jadeó en mi cuello
al tiempo que un fuerte estremecimiento volvía a sacudirle el cuerpo. La mano
que me acariciaba y tocaba la cadera izquierda se acercó al nudo que mantenía
cerrado su sarong empapado por la lluvia.
Fui a ayudarla con el nudo, cubriendo su mano con
la mía, lo cual hizo que se detuviera en seco tomando aire con fuerza. Pensando
que tal vez había hecho algo mal, yo también me quedé paralizada, dejando mi
pequeña mano sobre la suya, mucho más grande.
Cerré los ojos, temerosa de haber cometido un error
sin saberlo. Ella estaba suspendida encima de mí, con un brazo rígido junto a
mi hombro, mientras la otra mano agarraba el nudo del sarong. Se quedó así
paralizada un momento y luego oí su voz que me decía:
—Por favor, Gabby... Por favor... —Se le quebró la
voz y me di cuenta de que no había entendido que yo intentaba ayudarla a
quitarse la ropa.
Aparté mi mano de la suya y le acaricié un lado de
la cara y luego el sedoso y mojado cabello negro. Tiré de ella hacia mí para
otro beso que nos dejó a las dos temblorosas y sin aliento. Dané apoyó la
cabeza junto a la mía sobre la arena compacta y mojada. Su respiración jadeante
me acariciaba la oreja cálidamente.
—Por favor... —volvió a rogar sin vergüenza.
El ruego fue tan suave que casi no lo oí por el
ruido de las olas al estrellarse y el delicado golpeteo de la lluvia sobre la
arena compacta y endurecida.
Le cogí la mano derecha, la apreté con suavidad y
la coloqué sobre el nudo. Luego levanté la mano hasta su espalda, suave y
empapada de lluvia, y por fin hasta su nuca, donde froté delicadamente el
músculo tenso y rígido que encontré allí. Volví la cabeza y le susurré al oído:
—Está... está bien... está bien, amor.
Noté que Dané se ocupaba del nudo flojo que le
sujetaba el sarong y luego se alzó para quitar rápidamente el paño de entre las
dos. Se detuvo rígidamente por encima de mí, mirándome a los ojos. La miré a
los ojos muy abiertos y ligeramente aturdidos y repetí:
—Está bien.
Vi que cerraba los ojos y se situaba entre mis
piernas. Dané subió por mi cuerpo hasta que nuestros sexos se apretaron
íntimamente el uno contra el otro... Era maravilloso... Las dos soltamos un
gemido simultáneo y nos quedamos quietas. Me quedé debajo de Dané, rodeando su
cuerpo con los brazos y las piernas y acercándola todo lo posible a mi propio
cuerpo. Ella temblaba sin parar como si tuviera frío.
Se alzó y metió una mano entre nuestros cuerpos.
Separó los labios de su sexo y volvió a echarse encima de mí. Sentí que su clítoris
se frotaba contra el mío. Era totalmente consciente de la cálida agitación de
la parte inferior de mi estómago, así como de la humedad sedosa que se
deslizaba entre nuestros cuerpos.
Dané empezó a mover las caderas despacio: nada
existía salvo el placer que me estaba dando. Cada vez que se apretaba contra
mí, sentía que se le estremecían las caderas y cerré los ojos con fuerza. No
quería que esta sensación terminara nunca. Era vagamente consciente de mis
propios gemidos y quejidos ásperos, pero no me importaba. No había nadie más
que pudiera oírme y además, no habría podido evitarlo aunque hubiera querido.
Empecé a empujar contra Dané al tiempo que ella
empujaba contra mi humedad. Noté que el pelo que cubría nuestros sexos se
enredaba y la sensación de piel contra piel al abrir más las piernas para que
pudiera alcanzarme era la mejor. Gimió en voz alta mientras sus caderas seguían
temblando antes de cada embestida, casi como si intentara controlar la cantidad
de presión a la que me sometía. Mis manos, que le habían estado acariciando la
espalda, empezaron a bajar hacia su trasero.
Agarré las firmes nalgas de Dané con las manos y se
las apreté y acaricié mientras ella seguía empujando suavemente contra mí. Era
maravilloso pero me di cuenta de que Dané se estaba controlando. No sabía si
tenía miedo por mí o por ella misma pero yo no estaba dispuesta a ello. Me
había enamorado de la fuerza tranquila y la pasión que eran Dané Courtier y eso
era lo que quería. Jadeé al sentir que me acercaba a la cima de una cumbre que
no sabía que había estado subiendo. Por instinto apreté las nalgas de Dané con
las manos y con todas mis fuerzas tiré bruscamente de ella hacia mí al tiempo
que me apretaba bruscamente contra ella. Echó la cabeza hacia atrás y gritó mi
nombre. Las dos caímos juntas por el precipicio y nos sumergimos en un mundo de
placer palpitante.
Cerré los ojos con la intención de descansar un
momento.
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