Vistas de página en total

martes, 1 de julio de 2014

Abandonadas 6

Zorro regresó a casa temprano y a partir de entonces todos los días se ocupaba deprisa de sus perros y entraba casi corriendo para ver a Kia. Ésta la esperaba con la cena lista y una gran sonrisa, que Zorro le devolvía torpemente. Las dos se intercambiaban historias casi todas las noches, a menudo metidas en sus pieles de dormir, contándolas a la escasa luz del fuego. Sin saberlo, las dos se volvían hacia la voz de la otra e imaginaban una sonrisa o un ceño de acuerdo con cada parte de la historia.
En una noche de éstas, Kia estaba echada en sus pieles, escuchando la voz grave y tranquila de Zorro. Había hecho mal en tener miedo de Zorro, ahora lo sabía. Zorro nunca le haría daño y ahora parecía disfrutar de su compañía.
—Kia... ¿estás dormida?
—No, estoy despierta.
—Estabas tan callada que pensaba que te habías quedado dormida otra vez —dijo Zorro tomándole el pelo.
—¿Otra vez? —Kia se volvió de lado y miró a Zorro, que estaba al otro lado de la estancia apoyada en el codo en la misma postura.
—Sí, siempre te quedas dormida.
—¡No es cierto! Zorro, eso no es verdad. —Kia intentó parecer enfadada, pero el destello de sus dientes en la penumbra le indicó a Zorro que la broma no le había molestado en absoluto.
—Mmm, sí, bueno, ayer ocurrió. Echabas el aire por la nariz como un caribú parturiento. —Zorro imitó el ruido con fuerza.
—Oh, pero... ¡Zorro, eso no es cierto! —dijo Kia, haciendo como que estaba enfadada.
—Sí que es cierto, Kia. Haces ese ruido cuando duermes. —Volvió a imitar el ruido, sólo que esta vez más fuerte, incorporándose en las pieles para asegurarse de que el ruido llegaba al otro lado de la habitación.
Kia salió de un salto de sus pieles y corrió hasta Zorro.
—¡Di que no es verdad! —gritó, igual que cuando jugaba con Miko cuando eran pequeñas.
—¡No! —dijo Zorro con altivez—. No es culpa mía si pareces un...
Kia saltó sobre Zorro y con un leve grito, localizó las costillas de Zorro debajo de su camisa. Zorro se echó a reír a carcajadas cuando Kia movió los dedos por sus costillas.
—Ah... no... por favor... Kia... para —rió Zorro con los ojos llenos de lágrimas.
—Pues dime que no parezco un caribú parturiento.
—¡No!
Kia subió con los dedos por el estómago cálido y plano de Zorro y consiguió metérselos debajo de los brazos. Zorro chilló con fuerza e intentó quitarse a Kia de encima, pero Kia era más fuerte de lo que parecía y logró aferrarse a ella con sus fuertes piernas.
—Por favor... Kia... por favor, para... Noparecesuncaribúparturiento — gritó por fin sin aliento antes de sufrir otro ataque de risa. Desde su posición encima de Zorro, Kia apartó de mala gana los dedos de la piel suave de Zorro y con una gran sonrisa en la cara, se quedó mirando mientras Zorro se iba calmando por fin. Kia le quitó a Zorro las lágrimas de risa de los ojos con los pulgares.
La sonrisa de los labios de Zorro fue desapareciendo al mirar a los ojos azules de su compañera. Si así es como debe ser... si esto es todo lo que puedo tener contigo... entonces esto es lo que aceptaré y me sentiré agradecida.
Zorro cerró los ojos y lo deseó como le había enseñado su abuela.
Zorro abrió los ojos y sólo le dio tiempo de pensar que se había apagado el fuego al sentir en los labios unos besos dulcísimos y delicadísimos. Abrió los ojos de par en par y notó distraída que la oscuridad era a causa del pelo de Kia, no porque se hubiera apagado el fuego. Volvió a cerrar los ojos e intentó acordarse de respirar mientras el beso duraba tan sólo unos segundos más y luego la presión desapareció de sus labios y de su cuerpo cuando Kia se levantó y regresó a sus propias pieles.
—Que duermas bien, Zorro —dijo Kia suavemente al volver a sus pieles, con una sonrisa desconcertada en la cara.
Zorro, que seguía echada con los ojos cerrados, tuvo que tragar dos veces antes de poder desearle lo mismo con voz ahogada.
Kia se despertó con una sonrisa en la cara. Había decidido que iba a regresar caminando al campamento de invierno para hablar con su madre.
Tenía varias preguntas que hacer. Kia se sonrojó al pensar en la reacción de su madre. Habían hablado de sus deberes con un hombre, pero Zorro le había dejado claro a Kia que no era un hombre y que no deseaba que se la considerara como tal.
Kia se incorporó en las pieles y estiró los brazos por encima de la cabeza. Bostezando, se echó hacia atrás el largo pelo y se estiró más al levantarse de la plataforma. Esta mañana Zorro no había avivado el fuego y hacía un poco de frío. Parpadeando para despertarse, Kia fue a la esquina de la estancia cerca de la puerta para coger más leña y huesos de animal para el fuego.
—¿Has dormido bien, Kia? —preguntó Zorro cuando Kia estaba inclinada sobre la pila de leña.
Kia se alzó con un alarido y se le cayó un gran trozo de leña en el pie, lo cual le hizo soltar un grito de dolor. Zorro corrió hasta ella al instante, la ayudó a sentarse en su pequeña plataforma de dormir, que estaba más cerca, y se arrodilló delante de ella para examinarle el pie.
—No ha pasado nada. ¿Te duele mucho?
Kia, que se había estado mordiendo el labio para no llorar, dijo que no con la cabeza, aunque todavía le dolía.
Zorro se levantó.
—Siento haberte asustado.
—¿Por qué estás aquí todavía? —preguntó Kia bruscamente y luego se sintió mal cuando Zorro apartó la mirada.
—He pensado... he pensado que a lo mejor podíamos hablar más —dijo Zorro con tono apagado, queriendo hundirse en sus pieles y ocultar la cabeza—. No necesito cazar todos los días. Tengo carne almacenada en el cobertizo de detrás.
—¿Entonces por qué lo haces? —preguntó Kia confusa. Había mirado en el cobertizo días antes y había visto la carne pulcramente apilada en el rincón. En ese momento, no había sabido qué pensar.
—Para que tengas tiempo de pensar, supongo.
—Ah. Me gustaría hablar —dijo Kia tímidamente.
—Está bien... me gustaría intentar ser... —Zorro se detuvo y empezó de nuevo—. Me gustaría que tú... que fuéramos amigas —terminó débilmente, pues hablar delicadamente nunca había sido su fuerte.
—Yo creo que eres mi amiga, Zorro —dijo Kia, mirándola a los ojos y luego apartando la mirada.
—Me... me ha gustado el beso.
—A mí también —contestó Kia y se preguntó dónde podía posar la mirada.
—Puedes hacerlo otra vez si quieres —dijo Zorro con tono apagado y luego añadió—: Es decir, si tú quisieras, a mí no me importaría y no pensaría nada ni querría más ni nada —dijo de carrerilla, con el estómago revuelto como si estuviera a punto de devolver. Tendría que haberse ido a cazar y practicar con los perros antes de hablar con Kia, sonaba mejor al ensayarlo en su mente a primeras horas de la mañana.
—¿Te gustaría que lo hiciera? —preguntó Kia con cautela.
—Sí, me gustaría, pero sólo si no te da miedo.
—Entonces lo haré. Tú... tú puedes besarme también si quieres. —Kia entrelazó los dedos y los apretó angustiada.
—Oh. —Zorro se quedó sentada un momento y luego frunció el ceño— Está bien. ¿Cuándo?
—¿A qué te refieres? —preguntó Kia, frunciendo el ceño en una imitación inconsciente de Zorro.
—¿Cuándo puedo besarte? ¿Por la noche? ¿Al irme a cazar o...?
—Sí, esos me parecen buenos momentos —contestó Kia, que ahora estaba sonriendo. Le gustaba que Zorro pareciera tan preocupada y tímida.
—Ah... ¿y ahora? —preguntó Zorro, sintiéndose algo más segura.
—¿Ahora?
—Sí, ¿y si te quiero besar ahora? ¿Eso estaría bien? —preguntó Zorro suavemente, sentándose al lado de Kia.
—Sí, eso estaría bien.
Zorro se miró las manos y por fin miró nerviosa a Kia.
—Pues te voy a besar ahora —anunció con toda la confianza de que fue capaz.
—Bien.
—Bien —repitió Zorro nerviosa, echándose hacia delante y deteniéndose un momento con la respiración entrecortada. No sabía qué le pasaba: ya había besado a Kia una vez, Kia incluso la había besado a ella la noche anterior y, sin embargo, se sentía como si éste fuera su primer beso.
Zorro se echó hacia delante, acarició con la mejilla la piel cálida de Kia, aspiró su olor e hizo lo mismo con la otra mejilla, luego posó sus labios sobre los de Kia y se fundió con ella. Sus manos se apoyaron sin fuerza en los hombros de Kia. Una de ellas gimió, nunca sabría quién, y el beso, increíblemente, se hizo más profundo. Kia tuvo que apartarse de Zorro por temor a perder el sentido. Nunca hasta entonces había sentido una cosa igual. Había sido terrorífico pero cómodo, excitante pero dulce y agradable, como quien llega a su hogar.
—Hoy me gustaría ayudarte en la casa —dijo Zorro en voz baja, haciendo que Kia pegara un respingo y abriera los ojos. Zorro sonrió dulcemente y repitió lo que acababa de decir antes de preguntar—: ¿Te gustaría ir a cazar conmigo alguna vez? —Y se apresuró a añadir—: Sólo si tú quieres.
—Sí. Me... me encantaría ir a cazar contigo, Zorro —dijo Kia absolutamente pasmada.
—Pues muy bien, ¿por dónde empezamos? —Zorro observó su hogar con interés. En todas las paredes y espacios vacíos, Kia había dejado una parte de sí misma: ya no era el refugio de Zorro, sino el hogar de Kia y Zorro.
A Zorro le gustó. Se pasó el día muy contenta recibiendo las tímidas órdenes de Kia. De vez en cuando, refunfuñaba y Kia le clavaba una mirada severa o le gruñía en broma y Zorro hacía lo que le mandaba. Daba gusto no sentir la tensión flotando sobre ellas. Esa noche hubo muchas historias. Y antes de dormir, Zorro se acercó a Kia y le acarició suavemente los labios con los suyos. Esta vez estaba segura de que fue Kia la que gimió de placer. De vuelta en sus pieles de dormir, Zorro sonrió ampliamente por todo y por nada en concreto.
A medida que pasaban los días, Kia y Zorro fueron intimando cada vez más y los besos dulces y tímidos que compartían se convirtieron en algo normal de su vida. Pero como es lo natural con estas cosas, el cuerpo de Kia no tardó en desear más. Todavía era demasiado tímida para expresarle sus deseos a Zorro, de modo que intentaba hacerle saber a Zorro que compartía sus sentimientos de la única manera que sabía. Kia prestaba atención a cada palabra que decía Zorro. Abría mucho los ojos con las historias que le contaba Zorro. Le asombraba la cantidad de cosas que sabía Zorro sobre el mundo de fuera. Cosas que la misteriosa abuela de Zorro le había contado.
Una noche, al regresar de un día de caza, Zorro descubrió que quería contarle a Kia cosas sobre sí misma. Kia se acostó mientras Zorro reparaba una trampa rota sentada al otro lado del fuego. Comenzó su historia casi como en sueños, recordando una época en que era ella la que estaba acostada con su abuela sentada junto al fuego.
—Mi madre era del Pueblo. Un día estaba fuera sola cuando un pekeha la encontró y la violó.
Kia, que nunca había averiguado los orígenes concretos de su propio nacimiento, sofocó una exclamación de horror. Al contrario que los animales y monstruos de las historias que Zorro y ella se contaban, los pekehas eran reales. Una raza de hombres altos —como ninguna mujer había visto jamás entre los suyos— que tenían la piel blanca y un olor horrible. Venían en grandes barcos y solían dejar una masacre a su paso. Kia había oído a los hombres hablar de algunas tribus que comerciaban con ellos, pero Nube Blanca había prohibido todo contacto con ellos y Kia nunca había visto a uno de ellos.
—¿Y el Pueblo lo persiguió? —preguntó Kia horrorizada.
—No, ¿cómo iban a hacerlo? Estaba en uno de esos barcos monstruosos. Se fue y dejó a mi madre destrozada. El Pueblo la trató como si fuera... un mal agüero. Nadie quería tratarse con ella. La abuela me dijo que huyó embarazada de mí porque tenía miedo de que quisieran matarme cuando naciera.
—Oh, no, no habrían... —dijo Kia con tono defensivo.
—Las cosas eran distintas antes de que llegáramos nosotras, Kia, lo habrían hecho. Lo hicieron con otros. Tú tuviste suerte —dijo Zorro tajantemente. No quería asustar a Kia, pero tenía que saber la verdad.
—¿Cómo... cómo sobrevivió?
—La abuela la oyó gritar durante el parto. Al principio creyó que era un animal, pero fue a investigar y la encontró. La trajo a su casa y mi madre me dio a luz.
—¿Qué le pasó a tu madre? —preguntó Kia con temor.
—Murió. Creo que nunca se recuperó del parto. Es una de las razones por las que nunca podré vivir con el Pueblo. Sus costumbres están mal y son rígidas —dijo Zorro con rabia.
—Mi padre no habría dejado que la maltratasen —protestó Kia con los ojos llenos de lágrimas.
—No, Kia, pero tu padre no era jefe entonces. Fue su padre el que permitió que atormentaran a mi madre.
Kia inhaló bruscamente. Nunca había conocido a su abuelo. Había oído que era un jefe duro, pero aparte de eso, no había oído nada tan negativo como lo que ahora decía Zorro.
—No la recuerdo —dijo Zorro, con la voz apagada.
—¿Entonces la abuela no era tu abuela de verdad?
—No más que tu madre y tu padre son tus padres de verdad, Kia. Las dos fuimos abandonadas.
—No, Zorro —dijo Kia con tristeza—. A mí me abandonaron, tú tuviste una madre que te quería tanto que dejó al Pueblo para que pudieras vivir. Yo no sé quién es mi verdadera madre.
Zorro lo pensó un momento hasta que el dolor que sentía entre los ojos le indicó que debía dejarlo. Había pasado tanto tiempo enfadada con tanta gente que ya no vivía que no se le había ocurrido pensar la suerte que tenía.
A ella, al igual que a Kia, la habían querido. La abuela se había asegurado de que pudiera valerse por sí misma desde muy pequeña y nunca le había faltado nada. La abuela la había querido con una tranquila intensidad que Zorro le había correspondido con todo su corazón. La echaba de menos con cada bocanada de aire que tomaba.
Kia vio que Zorro se frotaba los ojos cansada, con la frente arrugada como si le doliera algo.
—¿Zorro? ¿Quieres dormir aquí esta noche?
—Sí, me gustaría.
Kia se movió para hacerle sitio a Zorro y se echaron la una al lado de la otra, Zorro todavía muy apesadumbrada por sus pensamientos. La primera caricia suave de los labios de Kia fue tan leve que Zorro ni se molestó en abrir los ojos: creyó que no eran más que imaginaciones suyas. La segunda caricia fue más sólida y el dulce aroma del aliento de Kia inundó los sentidos de Zorro. El tercer beso fue lo que hizo abrir los ojos a Zorro y le llenó la entrepierna de calor; clavó los dedos en las pieles y abrió la boca para recibir el asalto de Kia. Ésta exploró a Zorro con autoridad. Los muchos días y noches que habían pasado besándose le habían dado una seguridad en sí misma de la que hasta entonces había carecido. La punta de su lengua rozó el paladar de Zorro, haciendo gemir con fuerza a la mujer que tenía debajo.
Zorro puso las manos en los hombros de Kia y la obligó a echarse. Con el corazón desbocado, cubrió el cuerpo más largo de Kia con el suyo, colocándose delicadamente entre las piernas abiertas de Kia. En el curso de las numerosas noches de exploración, Zorro siempre se había detenido al llegar a este punto por temor a asustar a Kia o hacerle revivir la primera noche en que la había obligado a unirse a ella.
El corazón de Kia latía al mismo ritmo que el de Zorro cuando ésta la cubrió. Sus dedos se clavaron en la espalda de Zorro a través de su ropa.
Jadeó cuando Zorro empezó a moverse despacio encima de ella. El placer que había estado rondando al fondo en las dos últimas ocasiones en que se encontraron en esta posición empezó a aumentar en su interior al notar que la mano de Zorro le cubría el pecho.
Zorro apartó la cara, rompiendo el contacto con los labios de Kia, pues tenía la respiración demasiado entrecortada para continuar. ¿Era imaginación suya o Kia también se estaba moviendo debajo de ella?
Kia no sabía qué hacer. La respiración de Zorro resonaba con fuerza en su oído; el corazón apretado contra sus pechos latía tan fuerte que no sabía si Zorro estaba disfrutando de esto o si de algún modo le estaba causando dolor. La idea de causar dolor a Zorro hizo que Kia se pudiera rígida y Zorro detuvo sus movimientos desesperados de inmediato. Kia gimoteó al sentir los latidos del corazón de Zorro sobre su pecho y la respiración agitada de Zorro en su oído. Deseaba con todas sus fuerzas dar placer a Zorro, pero su madre nunca la había preparado para esto.
Zorro se quedó encima de Kia. Había notado que el cuerpo de su compañera se ponía rígido y había detenido sus movimientos al instante. Se le cayó el alma a los pies al oír el leve lloriqueo de Kia. Ya lo había vuelto a hacer: ahora tendría miedo de ella. Habían llegado tan lejos y ahora todo se echaría a perder.
—Kia —dijo Zorro lo más suavemente que pudo—. No tengas miedo. — Se apartó de Kia y se echó con ella entre sus brazos, intentando calmarse lo suficiente para poder hablar.
—Lo siento, yo no... —Kia se sentía demasiado avergonzada para decirle a Zorro que no sabía qué hacer. No sabía cómo darle placer más que con sus besos.
—Lo comprendo y lamento haberte asustado. —Zorro se estaba regañando a sí misma. Había prometido que se conformaría con los besos. Y se había conformado. ¿Por qué había tenido que volver a forzar las cosas?—.
Duérmete, Kia, y no te preocupes.
Ni Zorro ni Kia durmieron bien esa noche: las dos sufrían los mismos temores, pero ninguna estaba dispuesta a ser la primera en expresarlos.

8 comentarios:

  1. Una historia.diferente a las que e leido, gracias por compartirla

    ResponderEliminar
  2. Este capi estuvo mas largo, muy bueno, espero la conti pronto

    ResponderEliminar
  3. Me encanta esta historia me atrapa por completo...gracias por compartirla!!!

    ResponderEliminar
  4. la verdad esta historia me encanta no es solo para hablar de sexo sino que va mucho mas aya es una hermosa historia de amor .......me as atrapado con esta historia :)

    ResponderEliminar
  5. me encanta tú historia me gusta como se desarrolla en cada capitulo que haces sigue así espero leer pronto otro capitulo

    ResponderEliminar
  6. Bonita forma de narrar, espero con ansias el próximo capítulo de esta peculiar y envolvente historia. Saludos!

    ResponderEliminar
  7. Empeze a leer tus demas historias y me encanta como escribes ;)

    Espero y nos regales la continuacion ;)

    ResponderEliminar
  8. Super tu historia la forma en que relatas cada detalle de la relacion entre las protagonista hacen que me sumerja.muy buena

    ResponderEliminar