Zorro regresó a casa temprano y a partir de
entonces todos los días se ocupaba deprisa de sus perros y entraba casi
corriendo para ver a Kia. Ésta la esperaba con la cena lista y una gran
sonrisa, que Zorro le devolvía torpemente. Las dos se intercambiaban historias
casi todas las noches, a menudo metidas en sus pieles de dormir, contándolas a
la escasa luz del fuego. Sin saberlo, las dos se volvían hacia la voz de la
otra e imaginaban una sonrisa o un ceño de acuerdo con cada parte de la
historia.
En una noche de éstas, Kia estaba echada en
sus pieles, escuchando la voz grave y tranquila de Zorro. Había hecho mal en
tener miedo de Zorro, ahora lo sabía. Zorro nunca le haría daño y ahora parecía
disfrutar de su compañía.
—Kia... ¿estás dormida?
—No, estoy despierta.
—Estabas tan callada que pensaba que te
habías quedado dormida otra vez —dijo Zorro tomándole el pelo.
—¿Otra vez? —Kia se volvió de lado y miró a
Zorro, que estaba al otro lado de la estancia apoyada en el codo en la misma
postura.
—Sí, siempre te quedas dormida.
—¡No es cierto! Zorro, eso no es verdad. —Kia
intentó parecer enfadada, pero el destello de sus dientes en la penumbra le
indicó a Zorro que la broma no le había molestado en absoluto.
—Mmm, sí, bueno, ayer ocurrió. Echabas el
aire por la nariz como un caribú parturiento. —Zorro imitó el ruido con fuerza.
—Oh, pero... ¡Zorro, eso no es cierto! —dijo
Kia, haciendo como que estaba enfadada.
—Sí que es cierto, Kia. Haces ese ruido
cuando duermes. —Volvió a imitar el ruido, sólo que esta vez más fuerte,
incorporándose en las pieles para asegurarse de que el ruido llegaba al otro
lado de la habitación.
Kia salió de un salto de sus pieles y corrió
hasta Zorro.
—¡Di que no es verdad! —gritó, igual que
cuando jugaba con Miko cuando eran pequeñas.
—¡No! —dijo Zorro con altivez—. No es culpa
mía si pareces un...
Kia saltó sobre Zorro y con un leve grito, localizó
las costillas de Zorro debajo de su camisa. Zorro se echó a reír a carcajadas
cuando Kia movió los dedos por sus costillas.
—Ah... no... por favor... Kia... para —rió
Zorro con los ojos llenos de lágrimas.
—Pues dime que no parezco un caribú
parturiento.
—¡No!
Kia subió con los dedos por el estómago
cálido y plano de Zorro y consiguió metérselos debajo de los brazos. Zorro
chilló con fuerza e intentó quitarse a Kia de encima, pero Kia era más fuerte
de lo que parecía y logró aferrarse a ella con sus fuertes piernas.
—Por favor... Kia... por favor, para...
Noparecesuncaribúparturiento — gritó por fin sin aliento antes de sufrir otro
ataque de risa. Desde su posición encima de Zorro, Kia apartó de mala gana los
dedos de la piel suave de Zorro y con una gran sonrisa en la cara, se quedó
mirando mientras Zorro se iba calmando por fin. Kia le quitó a Zorro las
lágrimas de risa de los ojos con los pulgares.
La sonrisa de los labios de Zorro fue
desapareciendo al mirar a los ojos azules de su compañera. Si así es como debe
ser... si esto es todo lo que puedo tener contigo... entonces esto es lo que
aceptaré y me sentiré agradecida.
Zorro cerró los ojos y lo deseó como le había
enseñado su abuela.
Zorro abrió los ojos y sólo le dio tiempo de
pensar que se había apagado el fuego al sentir en los labios unos besos
dulcísimos y delicadísimos. Abrió los ojos de par en par y notó distraída que
la oscuridad era a causa del pelo de Kia, no porque se hubiera apagado el
fuego. Volvió a cerrar los ojos e intentó acordarse de respirar mientras el
beso duraba tan sólo unos segundos más y luego la presión desapareció de sus
labios y de su cuerpo cuando Kia se levantó y regresó a sus propias pieles.
—Que duermas bien, Zorro —dijo Kia suavemente
al volver a sus pieles, con una sonrisa desconcertada en la cara.
Zorro, que seguía echada con los ojos
cerrados, tuvo que tragar dos veces antes de poder desearle lo mismo con voz
ahogada.
Kia se despertó con una sonrisa en la cara.
Había decidido que iba a regresar caminando al campamento de invierno para
hablar con su madre.
Tenía varias preguntas que hacer. Kia se
sonrojó al pensar en la reacción de su madre. Habían hablado de sus deberes con
un hombre, pero Zorro le había dejado claro a Kia que no era un hombre y que no
deseaba que se la considerara como tal.
Kia se incorporó en las pieles y estiró los
brazos por encima de la cabeza. Bostezando, se echó hacia atrás el largo pelo y
se estiró más al levantarse de la plataforma. Esta mañana Zorro no había
avivado el fuego y hacía un poco de frío. Parpadeando para despertarse, Kia fue
a la esquina de la estancia cerca de la puerta para coger más leña y huesos de
animal para el fuego.
—¿Has dormido bien, Kia? —preguntó Zorro
cuando Kia estaba inclinada sobre la pila de leña.
Kia se alzó con un alarido y se le cayó un
gran trozo de leña en el pie, lo cual le hizo soltar un grito de dolor. Zorro
corrió hasta ella al instante, la ayudó a sentarse en su pequeña plataforma de
dormir, que estaba más cerca, y se arrodilló delante de ella para examinarle el
pie.
—No ha pasado nada. ¿Te duele mucho?
Kia, que se había estado mordiendo el labio
para no llorar, dijo que no con la cabeza, aunque todavía le dolía.
Zorro se levantó.
—Siento haberte asustado.
—¿Por qué estás aquí todavía? —preguntó Kia
bruscamente y luego se sintió mal cuando Zorro apartó la mirada.
—He pensado... he pensado que a lo mejor
podíamos hablar más —dijo Zorro con tono apagado, queriendo hundirse en sus
pieles y ocultar la cabeza—. No necesito cazar todos los días. Tengo carne
almacenada en el cobertizo de detrás.
—¿Entonces por qué lo haces? —preguntó Kia
confusa. Había mirado en el cobertizo días antes y había visto la carne
pulcramente apilada en el rincón. En ese momento, no había sabido qué pensar.
—Para que tengas tiempo de pensar, supongo.
—Ah. Me gustaría hablar —dijo Kia
tímidamente.
—Está bien... me gustaría intentar ser...
—Zorro se detuvo y empezó de nuevo—. Me gustaría que tú... que fuéramos amigas
—terminó débilmente, pues hablar delicadamente nunca había sido su fuerte.
—Yo creo que eres mi amiga, Zorro —dijo Kia,
mirándola a los ojos y luego apartando la mirada.
—Me... me ha gustado el beso.
—A mí también —contestó Kia y se preguntó
dónde podía posar la mirada.
—Puedes hacerlo otra vez si quieres —dijo Zorro
con tono apagado y luego añadió—: Es decir, si tú quisieras, a mí no me
importaría y no pensaría nada ni querría más ni nada —dijo de carrerilla, con
el estómago revuelto como si estuviera a punto de devolver. Tendría que haberse
ido a cazar y practicar con los perros antes de hablar con Kia, sonaba mejor al
ensayarlo en su mente a primeras horas de la mañana.
—¿Te gustaría que lo hiciera? —preguntó Kia
con cautela.
—Sí, me gustaría, pero sólo si no te da
miedo.
—Entonces lo haré. Tú... tú puedes besarme
también si quieres. —Kia entrelazó los dedos y los apretó angustiada.
—Oh. —Zorro se quedó sentada un momento y
luego frunció el ceño— Está bien. ¿Cuándo?
—¿A qué te refieres? —preguntó Kia,
frunciendo el ceño en una imitación inconsciente de Zorro.
—¿Cuándo puedo besarte? ¿Por la noche? ¿Al
irme a cazar o...?
—Sí, esos me parecen buenos momentos
—contestó Kia, que ahora estaba sonriendo. Le gustaba que Zorro pareciera tan
preocupada y tímida.
—Ah... ¿y ahora? —preguntó Zorro, sintiéndose
algo más segura.
—¿Ahora?
—Sí, ¿y si te quiero besar ahora? ¿Eso
estaría bien? —preguntó Zorro suavemente, sentándose al lado de Kia.
—Sí, eso estaría bien.
Zorro se miró las manos y por fin miró
nerviosa a Kia.
—Pues te voy a besar ahora —anunció con toda
la confianza de que fue capaz.
—Bien.
—Bien —repitió Zorro nerviosa, echándose
hacia delante y deteniéndose un momento con la respiración entrecortada. No
sabía qué le pasaba: ya había besado a Kia una vez, Kia incluso la había besado
a ella la noche anterior y, sin embargo, se sentía como si éste fuera su primer
beso.
Zorro se echó hacia delante, acarició con la
mejilla la piel cálida de Kia, aspiró su olor e hizo lo mismo con la otra
mejilla, luego posó sus labios sobre los de Kia y se fundió con ella. Sus manos
se apoyaron sin fuerza en los hombros de Kia. Una de ellas gimió, nunca sabría
quién, y el beso, increíblemente, se hizo más profundo. Kia tuvo que apartarse
de Zorro por temor a perder el sentido. Nunca hasta entonces había sentido una
cosa igual. Había sido terrorífico pero cómodo, excitante pero dulce y
agradable, como quien llega a su hogar.
—Hoy me gustaría ayudarte en la casa —dijo
Zorro en voz baja, haciendo que Kia pegara un respingo y abriera los ojos.
Zorro sonrió dulcemente y repitió lo que acababa de decir antes de preguntar—:
¿Te gustaría ir a cazar conmigo alguna vez? —Y se apresuró a añadir—: Sólo si
tú quieres.
—Sí. Me... me encantaría ir a cazar contigo,
Zorro —dijo Kia absolutamente pasmada.
—Pues muy bien, ¿por dónde empezamos? —Zorro
observó su hogar con interés. En todas las paredes y espacios vacíos, Kia había
dejado una parte de sí misma: ya no era el refugio de Zorro, sino el hogar de
Kia y Zorro.
A Zorro le gustó. Se pasó el día muy contenta
recibiendo las tímidas órdenes de Kia. De vez en cuando, refunfuñaba y Kia le
clavaba una mirada severa o le gruñía en broma y Zorro hacía lo que le mandaba.
Daba gusto no sentir la tensión flotando sobre ellas. Esa noche hubo muchas
historias. Y antes de dormir, Zorro se acercó a Kia y le acarició suavemente
los labios con los suyos. Esta vez estaba segura de que fue Kia la que gimió de
placer. De vuelta en sus pieles de dormir, Zorro sonrió ampliamente por todo y
por nada en concreto.
A medida que pasaban los días, Kia y Zorro
fueron intimando cada vez más y los besos dulces y tímidos que compartían se
convirtieron en algo normal de su vida. Pero como es lo natural con estas
cosas, el cuerpo de Kia no tardó en desear más. Todavía era demasiado tímida
para expresarle sus deseos a Zorro, de modo que intentaba hacerle saber a Zorro
que compartía sus sentimientos de la única manera que sabía. Kia prestaba
atención a cada palabra que decía Zorro. Abría mucho los ojos con las historias
que le contaba Zorro. Le asombraba la cantidad de cosas que sabía Zorro sobre
el mundo de fuera. Cosas que la misteriosa abuela de Zorro le había contado.
Una noche, al regresar de un día de caza,
Zorro descubrió que quería contarle a Kia cosas sobre sí misma. Kia se acostó
mientras Zorro reparaba una trampa rota sentada al otro lado del fuego. Comenzó
su historia casi como en sueños, recordando una época en que era ella la que
estaba acostada con su abuela sentada junto al fuego.
—Mi madre era del Pueblo. Un día estaba fuera
sola cuando un pekeha la encontró y la violó.
Kia, que nunca había averiguado los orígenes
concretos de su propio nacimiento, sofocó una exclamación de horror. Al
contrario que los animales y monstruos de las historias que Zorro y ella se
contaban, los pekehas eran reales. Una raza de hombres altos —como ninguna
mujer había visto jamás entre los suyos— que tenían la piel blanca y un olor
horrible. Venían en grandes barcos y solían dejar una masacre a su paso. Kia
había oído a los hombres hablar de algunas tribus que comerciaban con ellos,
pero Nube Blanca había prohibido todo contacto con ellos y Kia nunca había
visto a uno de ellos.
—¿Y el Pueblo lo persiguió? —preguntó Kia
horrorizada.
—No, ¿cómo iban a hacerlo? Estaba en uno de
esos barcos monstruosos. Se fue y dejó a mi madre destrozada. El Pueblo la
trató como si fuera... un mal agüero. Nadie quería tratarse con ella. La abuela
me dijo que huyó embarazada de mí porque tenía miedo de que quisieran matarme
cuando naciera.
—Oh, no, no habrían... —dijo Kia con tono
defensivo.
—Las cosas eran distintas antes de que
llegáramos nosotras, Kia, lo habrían hecho. Lo hicieron con otros. Tú tuviste
suerte —dijo Zorro tajantemente. No quería asustar a Kia, pero tenía que saber
la verdad.
—¿Cómo... cómo sobrevivió?
—La abuela la oyó gritar durante el parto. Al
principio creyó que era un animal, pero fue a investigar y la encontró. La
trajo a su casa y mi madre me dio a luz.
—¿Qué le pasó a tu madre? —preguntó Kia con
temor.
—Murió. Creo que nunca se recuperó del parto.
Es una de las razones por las que nunca podré vivir con el Pueblo. Sus
costumbres están mal y son rígidas —dijo Zorro con rabia.
—Mi padre no habría dejado que la maltratasen
—protestó Kia con los ojos llenos de lágrimas.
—No, Kia, pero tu padre no era jefe entonces.
Fue su padre el que permitió que atormentaran a mi madre.
Kia inhaló bruscamente. Nunca había conocido
a su abuelo. Había oído que era un jefe duro, pero aparte de eso, no había oído
nada tan negativo como lo que ahora decía Zorro.
—No la recuerdo —dijo Zorro, con la voz
apagada.
—¿Entonces la abuela no era tu abuela de
verdad?
—No más que tu madre y tu padre son tus
padres de verdad, Kia. Las dos fuimos abandonadas.
—No, Zorro —dijo Kia con tristeza—. A mí me
abandonaron, tú tuviste una madre que te quería tanto que dejó al Pueblo para
que pudieras vivir. Yo no sé quién es mi verdadera madre.
Zorro lo pensó un momento hasta que el dolor
que sentía entre los ojos le indicó que debía dejarlo. Había pasado tanto
tiempo enfadada con tanta gente que ya no vivía que no se le había ocurrido
pensar la suerte que tenía.
A ella, al igual que a Kia, la habían
querido. La abuela se había asegurado de que pudiera valerse por sí misma desde
muy pequeña y nunca le había faltado nada. La abuela la había querido con una
tranquila intensidad que Zorro le había correspondido con todo su corazón. La
echaba de menos con cada bocanada de aire que tomaba.
Kia vio que Zorro se frotaba los ojos
cansada, con la frente arrugada como si le doliera algo.
—¿Zorro? ¿Quieres dormir aquí esta noche?
—Sí, me gustaría.
Kia se movió para hacerle sitio a Zorro y se
echaron la una al lado de la otra, Zorro todavía muy apesadumbrada por sus
pensamientos. La primera caricia suave de los labios de Kia fue tan leve que
Zorro ni se molestó en abrir los ojos: creyó que no eran más que imaginaciones
suyas. La segunda caricia fue más sólida y el dulce aroma del aliento de Kia
inundó los sentidos de Zorro. El tercer beso fue lo que hizo abrir los ojos a
Zorro y le llenó la entrepierna de calor; clavó los dedos en las pieles y abrió
la boca para recibir el asalto de Kia. Ésta exploró a Zorro con autoridad. Los
muchos días y noches que habían pasado besándose le habían dado una seguridad
en sí misma de la que hasta entonces había carecido. La punta de su lengua rozó
el paladar de Zorro, haciendo gemir con fuerza a la mujer que tenía debajo.
Zorro puso las manos en los hombros de Kia y
la obligó a echarse. Con el corazón desbocado, cubrió el cuerpo más largo de
Kia con el suyo, colocándose delicadamente entre las piernas abiertas de Kia.
En el curso de las numerosas noches de exploración, Zorro siempre se había
detenido al llegar a este punto por temor a asustar a Kia o hacerle revivir la
primera noche en que la había obligado a unirse a ella.
El corazón de Kia latía al mismo ritmo que el
de Zorro cuando ésta la cubrió. Sus dedos se clavaron en la espalda de Zorro a
través de su ropa.
Jadeó cuando Zorro empezó a moverse despacio
encima de ella. El placer que había estado rondando al fondo en las dos últimas
ocasiones en que se encontraron en esta posición empezó a aumentar en su
interior al notar que la mano de Zorro le cubría el pecho.
Zorro apartó la cara, rompiendo el contacto
con los labios de Kia, pues tenía la respiración demasiado entrecortada para
continuar. ¿Era imaginación suya o Kia también se estaba moviendo debajo de
ella?
Kia no sabía qué hacer. La respiración de
Zorro resonaba con fuerza en su oído; el corazón apretado contra sus pechos
latía tan fuerte que no sabía si Zorro estaba disfrutando de esto o si de algún
modo le estaba causando dolor. La idea de causar dolor a Zorro hizo que Kia se
pudiera rígida y Zorro detuvo sus movimientos desesperados de inmediato. Kia
gimoteó al sentir los latidos del corazón de Zorro sobre su pecho y la
respiración agitada de Zorro en su oído. Deseaba con todas sus fuerzas dar
placer a Zorro, pero su madre nunca la había preparado para esto.
Zorro se quedó encima de Kia. Había notado
que el cuerpo de su compañera se ponía rígido y había detenido sus movimientos
al instante. Se le cayó el alma a los pies al oír el leve lloriqueo de Kia. Ya
lo había vuelto a hacer: ahora tendría miedo de ella. Habían llegado tan lejos
y ahora todo se echaría a perder.
—Kia —dijo Zorro lo más suavemente que pudo—.
No tengas miedo. — Se apartó de Kia y se echó con ella entre sus brazos,
intentando calmarse lo suficiente para poder hablar.
—Lo siento, yo no... —Kia se sentía demasiado
avergonzada para decirle a Zorro que no sabía qué hacer. No sabía cómo darle
placer más que con sus besos.
—Lo comprendo y lamento haberte asustado.
—Zorro se estaba regañando a sí misma. Había prometido que se conformaría con
los besos. Y se había conformado. ¿Por qué había tenido que volver a forzar las
cosas?—.
Duérmete, Kia, y no te preocupes.
Ni Zorro ni Kia durmieron bien esa noche: las
dos sufrían los mismos temores, pero ninguna estaba dispuesta a ser la primera
en expresarlos.
Una historia.diferente a las que e leido, gracias por compartirla
ResponderEliminarEste capi estuvo mas largo, muy bueno, espero la conti pronto
ResponderEliminarMe encanta esta historia me atrapa por completo...gracias por compartirla!!!
ResponderEliminarla verdad esta historia me encanta no es solo para hablar de sexo sino que va mucho mas aya es una hermosa historia de amor .......me as atrapado con esta historia :)
ResponderEliminarme encanta tú historia me gusta como se desarrolla en cada capitulo que haces sigue así espero leer pronto otro capitulo
ResponderEliminarBonita forma de narrar, espero con ansias el próximo capítulo de esta peculiar y envolvente historia. Saludos!
ResponderEliminarEmpeze a leer tus demas historias y me encanta como escribes ;)
ResponderEliminarEspero y nos regales la continuacion ;)
Super tu historia la forma en que relatas cada detalle de la relacion entre las protagonista hacen que me sumerja.muy buena
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