Vistas de página en total

jueves, 10 de julio de 2014

Abandonadas 7

En el momento en que se estaba despertando, la mano de Kia buscó el cuerpo de su compañera. En las pieles que tenía al lado no quedaba calor corporal y Kia abrió los ojos de golpe. Levantó la cabeza y buscó a Zorro frenéticamente, pero no se veía a Zorro por ninguna parte. Kia saltó de la cama y echó a un lado la gruesa piel de la puerta. Se estremeció al ver las huellas de Zorro en la nieve y si los perros hubieran estado todavía allí, al menos uno de ellos ya habría aullado o ladrado. Kia se volvió aturdida y sofocó un sollozo. Había querido hablar hoy con Zorro, pero tal vez lo había echado todo a perder al no saber qué hacer por su compañera. Zorro no se había marchado sin besarla desde que habían empezado a estar más cerca la una de la otra.
Kia empezó a vestirse mientras en su mente repasaba una y otra vez los días maravillosos que había pasado con Zorro. ¿Había destruido todo aquello por no saber qué hacer? ¿Había decidido Zorro devolverla a la aldea porque no sabía cómo satisfacerla? Kia estaba ya totalmente vestida y apenas lograba contener las lágrimas. Zorro tardaría un tiempo en volver: si se daba prisa, podría llegar a la aldea y volver sin que Zorro se enterara. Le preguntaría estas cosas a su madre: a lo mejor ella sabía qué era lo que más convenía hacer.
Zorro miró seriamente los claros ojos azules, asegurándose de hablar con suavidad, como le había indicado su abuela.
—Te amo. Te amo desde hace mucho tiempo. Haré cualquier cosa por ti si me prometes que no me dejarás. —Zorro se sentó sobre los talones y repasó lo que acababa de decir—. Parezco una niña. —Sacudiendo la cabeza con desprecio, empezó de nuevo—. Me pareces preciosa. Te amo desde hace mucho tiempo y aceptaré lo que puedas darme, aunque sólo sea amistad. —Zorro volvió a sacudir la cabeza, seguía sin estar bien. Quería más que amistad.
Cogió delicadamente la cara que tenía delante entre las manos enguantadas y se acercó. Asegurándose de mirarla a los ojos y de que no hablaba demasiado alto, dijo:
—Te amo, Kia. Te amo con todo mi ser. Por favor, únete a mí. Protegeré tu corazón durante el resto de mi vida e incluso en el más allá. — Los ojos azules parpadearon y una gran lengua rosa se desplegó y lamió la mano enguantada de Zorro—. Así, ¿verdad, Nolo? —En la cara de Danka apareció una sonrisa lobuna y Zorro se puso en pie de un salto. Una bocanada satisfecha de vaho blanco salió flotando por delante de ella.
—Está bien —dijo nerviosa y miró a sus seis perros; todos ellos parecían un poco desconcertados por su conducta. Nolo gimoteó una vez como para decir que todo iba bien y se tranquilizaron—. Está bien, pues vamos a volver. Se acerca una tormenta. —Zorro saltó a los esquíes de su trineo y se puso en marcha. Gritó una orden que obligó a los perros a detenerse de golpe. Bajó de un salto del trineo, volvió corriendo con dificultad a la roca donde había pasado dos horas declarando su amor eterno a su perro guía Danka y cogió la ristra de peces frescos que había atrapado antes. Regresó corriendo y dejó los peces en la parte delantera de la plataforma del trineo.
—Está bien —dijo nerviosa, se subió a los esquíes y gritó la orden para volver a casa. Mientras los vientos gélidos de la tormenta inminente le azotaban la cara, Zorro repitió mentalmente su pequeño discurso una y otra vez.
Kia tardo poquísimo en llegar al campamento de invierno. Saludó agitando la mano a todos los que la saludaban, pero no quiso detenerse mucho. Necesitaba hablar con su madre lo antes posible. Sabía que se avecinaba una tormenta y no quería correr el riesgo de verse atrapada en el campamento antes de poder volver con Zorro.
Entró a la carrera en la tienda de sus padres, dando tal susto a su madre que ésta dejó caer la labor que tenía en las manos.
—Madre...
—Kia... me has dado un susto, hija.
Sunni recogió su labor y miró a Kia con una sonrisa.
—Me alegro de verte, ha pasado mucho...
—Madre, necesito... —Kia se echó a llorar y los ojos de Sunni pasaron de la alegría a la preocupación al ver a Kia tan atormentada.
—¿Qué te pasa, hija? Por favor, dímelo.
El cuerpo de Kia se estremeció varios minutos por los sollozos mientras intentaba pensar en lo que quería decirle a su madre.
—Quiero... Zorro... no... no quiere amarme —explicó Kia de mala manera y miró a los confusos ojos de su madre. La desesperación de su situación volvió a hacerle estallar en lágrimas—. No me deja... no puedo... ella no... —Siguió intentando contar su historia, pero no podía. Sunni meció a su única hija entre sus brazos. Cuanto más lloraba su hija, más se endurecía el corazón de Sunni contra Zorro. Su compañero había hecho mal en permitir la unión. No sólo ya no vería a Kia cuando siguieran al caribú: Zorro estaba haciendo infeliz a Kia. Ella misma se había preguntado cómo podían darse placer dos mujeres la una a la otra. Ahora sabía la respuesta: no podían.
Justo entonces, Nube Blanca entró en la tienda. Se le llenaron los ojos de alegría al ver a Kia. Conociendo la reticencia de Zorro para venir al campamento de invierno, le había prometido a su compañera hacerles una visita cuando pasara la próxima tormenta.
Kia se quedó en los brazos de su madre llorando más que nunca. Tenía el corazón destrozado. Su madre no lo entendía, ¿cómo podía entenderlo? La habían educado para casarse con un hombre, un cazador, y eso era precisamente lo que había hecho. No habría sabido las respuestas a las preguntas de Kia aunque Kia hubiera tenido fuerzas para hacerlas. Kia sollozó más fuerte en el pecho de su madre.
—Hija, ¿qué ha pasado? ¿Le ha ocurrido algo a Zorro? —Al contrario que su compañera, Nube Blanca conocía a Zorro lo suficiente como para no creer que le pudiera hacer jamás daño a Kia a propósito. Conocía a la abuela de Zorro, incluso la había amado, pero no había tenido fuerzas para enfrentarse a la tradición y pedirle que fuera su compañera. En cambio, se había casado con Sunni y había aprendido a amarla con el paso de los inviernos. Y cuando Sunni demostró no poder darle un hijo, fue de lo más lógico que cuando encontraron el pequeño fardo con Kia dentro, Kia fuera suya.
Kia miró a su padre con el dolor y la confusión plasmados en los ojos y dejó de llorar para mirar al hombre que había contribuido a formar sus opiniones sobre tantas cosas. Su padre era bueno, generoso y cariñoso. No se parecía en nada a Lobo Negro. Ésa era una de las razones por las que se había opuesto con tanta fuerza a casarse con él. Sabía que nunca podría casarse con alguien que no le hiciera sentir lo que Nube Blanca hacía sentir a su madre. Lo que Zorro le hacía sentir.
—Lobo Negro nunca podría... —Kia se calló. Había estado tan ensimismada que sin darse cuenta había hablado en voz alta.
—¿Lobo Negro? —Nube Blanca frunció el ceño y se acuclilló al lado de su compañera y su hija—. ¿Se trata de Zorro, hija mía? —Había tenido la esperanza de que Zorro pudiera convencer a Kia de que la amaba, pero tal vez se había equivocado.
—¿Qué te ha hecho? —preguntó Sunni enfadada.
—No... —exclamó Kia—. No es culpa suya. Es que... no le puedo dar lo que quiere.
—Deja de llorar, hija —le ordenó Nube Blanca con severidad—. Ven conmigo. Vamos a pasear antes de que llegue la tormenta.
—Nube Blanca, ¿no crees que debería ser yo la que hable con Kia de esto?
Nube Blanca volvió la mirada severa hacia su preocupada compañera y la suavizó al ver la preocupación de sus ojos.
—No, en este caso, Sunni, creo que yo soy más adecuado.
Nube Blanca se levantó y salió de la tienda, enderezando la espalda mientras se preparaba para una conversación que nunca había pensado que fuera a tener. Kia sorbió y medio agachada para pasar por la puerta, siguió a su padre, dejando que su agitada y preocupada madre llenara los huecos de la historia por su cuenta.
Los perros conocían el camino de vuelta a casa, de modo que Zorro no se molestó en dirigirlos. Si hubiera estado prestando atención en lugar de ensayando lo que le iba a decir a Kia, habría visto la piedra que sobresalía en la nieve y habría podido desviar a los perros. Tal y como salieron las cosas, los perros sí que rodearon la piedra, pero no se echaron lo suficiente hacia la derecha para evitar que el trineo en el que iba Zorro pasara justo por encima. El trineo chocó con estruendo y Zorro salió volando por el aire y acabó aterrizando con un sonoro "uuuff".
Zorro se quedó tumbada boca abajo un momento y luego se obligó a darse la vuelta para poder recuperar el aliento. Maldiciendo, intentó ponerse en pie. Un dolor le atravesó la espalda y la obligó a caer de rodillas. Uno de los perros gimoteó una disculpa y Zorro maldijo de nuevo. No era propio de ella no mirar por dónde iba. Eso era muy peligroso y su abuela se lo había advertido muchas veces. Con cierto esfuerzo, enderezó el trineo y calmó a los perros. Zorro les dio la orden y reemprendieron el regreso a casa mucho más despacio, mientras ella se regañaba a sí misma por no tener más cuidado, sobre todo hoy.
Zorro meneó la cabeza cuando los perros la llevaron al claro donde se alzaba la casa de Kia y ella. Soltó deprisa los arneses de los perros y les dio dos peces para que comieran. Caminando lo más deprisa que podía, pues la espalda y el costado seguían doliéndole, se acercó a la casa. Antes incluso de echar a un lado las pieles de la puerta ya sabía que algo iba mal. No había un humo alegre saliendo por el agujero del techo, no se olía el aroma de la carne al guisarse despacio ni se oía la voz de Kia cantando.
—¡Kia! —llamó Zorro con temor. Miró por la casa y vio que las ropas y botas de abrigo de Kia habían desaparecido. Zorro salió corriendo de la casa y estudió el suelo. Las huellas de Kia todavía eran visibles en la nieve: se había dirigido al campamento de invierno. Zorro corrió al refugio de los perros y los enganchó rápidamente a los arneses. Por la razón que fuera, Kia había ido a la aldea justo antes de una tormenta y Zorro sabía que no iba a conseguir volver a tiempo caminando.
Zorro se sujetó el costado al caminar, esforzándose por contener las lágrimas de dolor. Se montó en la parte trasera del trineo y gritó la orden a los perros. Sujetándose, los dejó a su aire, pues conocían el camino casi tan bien como ella. Kia se había marchado a pie y sola e incluso con la tormenta casi encima ya habría llegado al campamento de invierno sin problemas y Zorro se sentía agradecida por eso.
¿Por qué se habrá ido sin decírmelo? Zorro se preguntó si habría sido porque ella no había cumplido su promesa. Había prometido no tocar a Kia y sin embargo, anoche había ido demasiado lejos. La había besado y abrazado y si Kia no hubiera llorado, habría seguido adelante.
Zorro volvió a gritar a los perros y estos, como si percibieran la angustia de su voz, corrieron a través del viento y la nieve cortante. Por fin, Zorro vio los difusos contornos de las tiendas de la aldea. Zorro se bajó deprisa del trineo y se encaminó lo más rápido que pudo a la tienda de los padres de Kia.
Entró y se quitó rápidamente la bufanda de piel que le tapaba casi toda la cara.
—Madre, ¿dónde está Kia? Se ha marchado de casa sin decirme dónde iba —preguntó, demasiado preocupada para acordarse de saludar con formalidad.
—Siéntate, Zorro.
—¿Pero dónde está, madre?
—Se ha ido con Nube Blanca. Quería hablar con él. Estaba muy alterada.
Zorro se levantó rápidamente, dispuesta a encontrar a su compañera.
—Zorro, espera. No creo que desee verte.
—¿Por qué dices eso? ¿Qué te ha dicho? —Zorro bajó la voz mientras su mente se rebelaba contra lo que decía Sunni. Cayó de rodillas y miró a Sunni con aire suplicante.
—No me ha dicho gran cosa. Entró aquí corriendo, poco antes que tú, llorando. Lo único que decía es que tú no la amas.
Zorro volvió a levantarse, esta vez enfadada.
—Siéntate, hija —le ordenó Sunni.
—¿Por qué diría una cosa así? —Zorro no comprendía qué había hecho mal. Había dejado de tocarla en cuanto Kia se sintió incómoda, no se había empeñado en que se acostaran juntas como compañeras y estaba segura de que Kia la había perdonado por el error anterior. Cualquier hombre del campamento la habría obligado a yacer con él. Kia parecía tan feliz en las últimas lunas, incluso le había contado historias a Zorro y había hecho comidas deliciosas. ¿Acaso una sola noche había cambiado todo eso? Zorro estaba segura de que Kia había disfrutado haciendo el amor tanto como ella. Y cuando fue demasiado para ella, Zorro se paró y siguió abrazándola toda la noche—. No lo entiendo —dijo Zorro aturdida, rogándole a Sunni que continuase.
—Nos dijo que no... la satisfaces. —Sunni se atragantó al decirlo, pues era un gran insulto que no se debía decir a la ligera.
Zorro, todavía confusa, sacudió la cabeza, sin comprender lo que decía Sunni.
—¿Que no la satisfago? Pero si ella no... —Zorro se calló. No iba a humillarse a sí misma ni a Kia hablando con nadie de cómo hacían el amor, ni siquiera con la madre de Kia—. ¿Dónde está? Tengo que hablar con ella.
—Se ha ido con su padre.
—¿Dónde? —insistió Zorro. Empezaba a estar desesperada y Sunni se dio cuenta.
De repente, aparecieron las garras que había estado ocultando bajo una capa de amabilidad cuando Zorro entró en la tienda. Y en un tono tan dulce como las bayas que había usado Zorro para fingir la primera sangre de Kia, dijo:
—Creo que su padre y ella han ido a hablar con Lobo Negro sobre la posibilidad de una unión entre los dos.
—¡Pero no puede! —dijo Zorro petrificada—. Es mi compañera. ¡Tú misma sellaste nuestra unión!
El hecho de que Zorro dijera la verdad endureció el corazón de Sunni y como una osa que teme por la seguridad de su cachorro, atacó para hacer daño a la posible fuente de peligro.
—Kia dice que no te ama y que tú no la amas a ella.
—¿Te ha dicho eso? —preguntó Zorro, casi sin voz por el dolor.
Sunni asintió, aunque empezaba a preguntarse si su hija no se habría equivocado. Nunca había visto a Zorro mostrar emoción alguna en las ocasiones en que su abuela y ella venían a la aldea. Pero ahora veía muchas emociones, de la rabia al miedo, que le cruzaban la cara de tal manera que estaba segura de que Zorro amaba a su hija.
—Zorro, a lo mejor me he...
—No —dijo Zorro ferozmente—. Si desea a Lobo Negro, que se queden juntos.
—No sé si lo desea —reconoció Sunni avergonzada.
—Me da igual —dijo Zorro, mientras su corazón protestaba dolorido por la mentira—. No me ama. Nunca me amará —dijo furiosa y luego, con un tono más apagado—: Se equivoca, sí que la amo. La amo desde que recuerdo haber sabido lo que era el amor.
Sunni se quedó petrificada. En el fondo de su corazón, sabía que nunca en su vida había estado más equivocada. Ante ella no estaba Zorro la cazadora, sino una joven herida a la que acababan de decirle que no satisfacía a su compañera.
—Dile... dile que no me opondré a su decisión —dijo Zorro con la voz ronca.
Sunni llamó a Zorro, pero ésta ya ni oía por el dolor tan profundo que le atravesaba el corazón. Sin darse cuenta, empezó a envolverse la cara con la bufanda de piel. Aspiró el olor que tanto quería y casi se dobló en dos por el dolor al darse cuenta de que probablemente nunca volvería a oler su aroma.
—Zorro, por favor, vuelve y habla con Kia. No tardará en volver —le dijo Sunni con desesperación.

Sin volverse a mirar a Sunni, dejó caer la bufanda al suelo y gritando a los perros, se marchó, jurando que jamás regresaría a la aldea. No creía que pudiera soportar ver a Kia unida a Lobo Negro. Zorro gritó enfurecida a sus perros y los azuzó más que nunca, esperando sólo a medias llegar a casa antes que la tormenta que se avecinaba.

5 comentarios:

  1. 9 largos dias esperando el capitulo... muy bueno, ya quiero ver que pasara con el problemon que armo la suegra, no tardes

    ResponderEliminar
  2. Ohhhhh quede en ascuas por la continuacion!!!! Espectacular...!!!

    ResponderEliminar
  3. La espera valio la pena me encanto :')

    Pd. Gracias por hacerlos mas largos

    ResponderEliminar
  4. m encanto!!!!! xfabor sigue escribiendo .... esta historia m sigue cautibando cada ves mas ya quiero leer el próximo capitulo .... lo leo junto con mi hermosa y a ella también le encanta algo en esta historia nos identifica ……………^_^

    ResponderEliminar
  5. Esta increible me facina esta historia esperando con ansias el proximo cap....

    ResponderEliminar