En el momento en que se estaba despertando,
la mano de Kia buscó el cuerpo de su compañera. En las pieles que tenía al lado
no quedaba calor corporal y Kia abrió los ojos de golpe. Levantó la cabeza y
buscó a Zorro frenéticamente, pero no se veía a Zorro por ninguna parte. Kia
saltó de la cama y echó a un lado la gruesa piel de la puerta. Se estremeció al
ver las huellas de Zorro en la nieve y si los perros hubieran estado todavía
allí, al menos uno de ellos ya habría aullado o ladrado. Kia se volvió aturdida
y sofocó un sollozo. Había querido hablar hoy con Zorro, pero tal vez lo había echado
todo a perder al no saber qué hacer por su compañera. Zorro no se había
marchado sin besarla desde que habían empezado a estar más cerca la una de la
otra.
Kia empezó a vestirse mientras en su mente
repasaba una y otra vez los días maravillosos que había pasado con Zorro.
¿Había destruido todo aquello por no saber qué hacer? ¿Había decidido Zorro
devolverla a la aldea porque no sabía cómo satisfacerla? Kia estaba ya totalmente
vestida y apenas lograba contener las lágrimas. Zorro tardaría un tiempo en
volver: si se daba prisa, podría llegar a la aldea y volver sin que Zorro se
enterara. Le preguntaría estas cosas a su madre: a lo mejor ella sabía qué era
lo que más convenía hacer.
Zorro miró seriamente los claros ojos azules,
asegurándose de hablar con suavidad, como le había indicado su abuela.
—Te amo. Te amo desde hace mucho tiempo. Haré
cualquier cosa por ti si me prometes que no me dejarás. —Zorro se sentó sobre
los talones y repasó lo que acababa de decir—. Parezco una niña. —Sacudiendo la
cabeza con desprecio, empezó de nuevo—. Me pareces preciosa. Te amo desde hace mucho
tiempo y aceptaré lo que puedas darme, aunque sólo sea amistad. —Zorro volvió a
sacudir la cabeza, seguía sin estar bien. Quería más que amistad.
Cogió delicadamente la cara que tenía delante
entre las manos enguantadas y se acercó. Asegurándose de mirarla a los ojos y
de que no hablaba demasiado alto, dijo:
—Te amo, Kia. Te amo con todo mi ser. Por
favor, únete a mí. Protegeré tu corazón durante el resto de mi vida e incluso
en el más allá. — Los ojos azules parpadearon y una gran lengua rosa se
desplegó y lamió la mano enguantada de Zorro—. Así, ¿verdad, Nolo? —En la cara
de Danka apareció una sonrisa lobuna y Zorro se puso en pie de un salto. Una bocanada
satisfecha de vaho blanco salió flotando por delante de ella.
—Está bien —dijo nerviosa y miró a sus seis
perros; todos ellos parecían un poco desconcertados por su conducta. Nolo
gimoteó una vez como para decir que todo iba bien y se tranquilizaron—. Está
bien, pues vamos a volver. Se acerca una tormenta. —Zorro saltó a los esquíes
de su trineo y se puso en marcha. Gritó una orden que obligó a los perros a detenerse
de golpe. Bajó de un salto del trineo, volvió corriendo con dificultad a la
roca donde había pasado dos horas declarando su amor eterno a su perro guía
Danka y cogió la ristra de peces frescos que había atrapado antes. Regresó
corriendo y dejó los peces en la parte delantera de la plataforma del trineo.
—Está bien —dijo nerviosa, se subió a los
esquíes y gritó la orden para volver a casa. Mientras los vientos gélidos de la
tormenta inminente le azotaban la cara, Zorro repitió mentalmente su pequeño
discurso una y otra vez.
Kia tardo poquísimo en llegar al campamento
de invierno. Saludó agitando la mano a todos los que la saludaban, pero no
quiso detenerse mucho. Necesitaba hablar con su madre lo antes posible. Sabía
que se avecinaba una tormenta y no quería correr el riesgo de verse atrapada en
el campamento antes de poder volver con Zorro.
Entró a la carrera en la tienda de sus
padres, dando tal susto a su madre que ésta dejó caer la labor que tenía en las
manos.
—Madre...
—Kia... me has dado un susto, hija.
Sunni recogió su labor y miró a Kia con una
sonrisa.
—Me alegro de verte, ha pasado mucho...
—Madre, necesito... —Kia se echó a llorar y
los ojos de Sunni pasaron de la alegría a la preocupación al ver a Kia tan
atormentada.
—¿Qué te pasa, hija? Por favor, dímelo.
El cuerpo de Kia se estremeció varios minutos
por los sollozos mientras intentaba pensar en lo que quería decirle a su madre.
—Quiero... Zorro... no... no quiere amarme —explicó
Kia de mala manera y miró a los confusos ojos de su madre. La desesperación de
su situación volvió a hacerle estallar en lágrimas—. No me deja... no puedo... ella
no... —Siguió intentando contar su historia, pero no podía. Sunni meció a su
única hija entre sus brazos. Cuanto más lloraba su hija, más se endurecía el
corazón de Sunni contra Zorro. Su compañero había hecho mal en permitir la
unión. No sólo ya no vería a Kia cuando siguieran al caribú: Zorro estaba haciendo
infeliz a Kia. Ella misma se había preguntado cómo podían darse placer dos
mujeres la una a la otra. Ahora sabía la respuesta: no podían.
Justo entonces, Nube Blanca entró en la tienda.
Se le llenaron los ojos de alegría al ver a Kia. Conociendo la reticencia de
Zorro para venir al campamento de invierno, le había prometido a su compañera
hacerles una visita cuando pasara la próxima tormenta.
Kia se quedó en los brazos de su madre
llorando más que nunca. Tenía el corazón destrozado. Su madre no lo entendía,
¿cómo podía entenderlo? La habían educado para casarse con un hombre, un
cazador, y eso era precisamente lo que había hecho. No habría sabido las
respuestas a las preguntas de Kia aunque Kia hubiera tenido fuerzas para
hacerlas. Kia sollozó más fuerte en el pecho de su madre.
—Hija, ¿qué ha pasado? ¿Le ha ocurrido algo a
Zorro? —Al contrario que su compañera, Nube Blanca conocía a Zorro lo
suficiente como para no creer que le pudiera hacer jamás daño a Kia a
propósito. Conocía a la abuela de Zorro, incluso la había amado, pero no había
tenido fuerzas para enfrentarse a la tradición y pedirle que fuera su
compañera. En cambio, se había casado con Sunni y había aprendido a amarla con
el paso de los inviernos. Y cuando Sunni demostró no poder darle un hijo, fue
de lo más lógico que cuando encontraron el pequeño fardo con Kia dentro, Kia
fuera suya.
Kia miró a su padre con el dolor y la confusión
plasmados en los ojos y dejó de llorar para mirar al hombre que había
contribuido a formar sus opiniones sobre tantas cosas. Su padre era bueno,
generoso y cariñoso. No se parecía en nada a Lobo Negro. Ésa era una de las
razones por las que se había opuesto con tanta fuerza a casarse con él. Sabía
que nunca podría casarse con alguien que no le hiciera sentir lo que Nube
Blanca hacía sentir a su madre. Lo que Zorro le hacía sentir.
—Lobo Negro nunca podría... —Kia se calló.
Había estado tan ensimismada que sin darse cuenta había hablado en voz alta.
—¿Lobo Negro? —Nube Blanca frunció el ceño y
se acuclilló al lado de su compañera y su hija—. ¿Se trata de Zorro, hija mía?
—Había tenido la esperanza de que Zorro pudiera convencer a Kia de que la
amaba, pero tal vez se había equivocado.
—¿Qué te ha hecho? —preguntó Sunni enfadada.
—No... —exclamó Kia—. No es culpa suya. Es
que... no le puedo dar lo que quiere.
—Deja de llorar, hija —le ordenó Nube Blanca
con severidad—. Ven conmigo. Vamos a pasear antes de que llegue la tormenta.
—Nube Blanca, ¿no crees que debería ser yo la
que hable con Kia de esto?
Nube Blanca volvió la mirada severa hacia su
preocupada compañera y la suavizó al ver la preocupación de sus ojos.
—No, en este caso, Sunni, creo que yo soy más
adecuado.
Nube Blanca se levantó y salió de la tienda,
enderezando la espalda mientras se preparaba para una conversación que nunca
había pensado que fuera a tener. Kia sorbió y medio agachada para pasar por la puerta,
siguió a su padre, dejando que su agitada y preocupada madre llenara los huecos
de la historia por su cuenta.
Los perros conocían el camino de vuelta a
casa, de modo que Zorro no se molestó en dirigirlos. Si hubiera estado
prestando atención en lugar de ensayando lo que le iba a decir a Kia, habría visto
la piedra que sobresalía en la nieve y habría podido desviar a los perros. Tal
y como salieron las cosas, los perros sí que rodearon la piedra, pero no se
echaron lo suficiente hacia la derecha para evitar que el trineo en el que iba
Zorro pasara justo por encima. El trineo chocó con estruendo y Zorro salió
volando por el aire y acabó aterrizando con un sonoro "uuuff".
Zorro se quedó tumbada boca abajo un momento
y luego se obligó a darse la vuelta para poder recuperar el aliento.
Maldiciendo, intentó ponerse en pie. Un dolor le atravesó la espalda y la obligó
a caer de rodillas. Uno de los perros gimoteó una disculpa y Zorro maldijo de
nuevo. No era propio de ella no mirar por dónde iba. Eso era muy peligroso y su
abuela se lo había advertido muchas veces. Con cierto esfuerzo, enderezó el
trineo y calmó a los perros. Zorro les dio la orden y reemprendieron el regreso
a casa mucho más despacio, mientras ella se regañaba a sí misma por no tener
más cuidado, sobre todo hoy.
Zorro meneó la cabeza cuando los perros la
llevaron al claro donde se alzaba la casa de Kia y ella. Soltó deprisa los arneses
de los perros y les dio dos peces para que comieran. Caminando lo más deprisa
que podía, pues la espalda y el costado seguían doliéndole, se acercó a la casa.
Antes incluso de echar a un lado las pieles de la puerta ya sabía que algo iba
mal. No había un humo alegre saliendo por el agujero del techo, no se olía el
aroma de la carne al guisarse despacio ni se oía la voz de Kia cantando.
—¡Kia! —llamó Zorro con temor. Miró por la
casa y vio que las ropas y botas de abrigo de Kia habían desaparecido. Zorro
salió corriendo de la casa y estudió el suelo. Las huellas de Kia todavía eran
visibles en la nieve: se había dirigido al campamento de invierno. Zorro corrió
al refugio de los perros y los enganchó rápidamente a los arneses. Por la razón
que fuera, Kia había ido a la aldea justo antes de una tormenta y Zorro sabía
que no iba a conseguir volver a tiempo caminando.
Zorro se sujetó el costado al caminar,
esforzándose por contener las lágrimas de dolor. Se montó en la parte trasera
del trineo y gritó la orden a los perros. Sujetándose, los dejó a su aire, pues
conocían el camino casi tan bien como ella. Kia se había marchado a pie y sola
e incluso con la tormenta casi encima ya habría llegado al campamento de
invierno sin problemas y Zorro se sentía agradecida por eso.
¿Por qué se habrá ido sin decírmelo? Zorro se
preguntó si habría sido porque ella no había cumplido su promesa. Había
prometido no tocar a Kia y sin embargo, anoche había ido demasiado lejos. La
había besado y abrazado y si Kia no hubiera llorado, habría seguido adelante.
Zorro volvió a gritar a los perros y estos,
como si percibieran la angustia de su voz, corrieron a través del viento y la
nieve cortante. Por fin, Zorro vio los difusos contornos de las tiendas de la aldea.
Zorro se bajó deprisa del trineo y se encaminó lo más rápido que pudo a la
tienda de los padres de Kia.
Entró y se quitó rápidamente la bufanda de piel
que le tapaba casi toda la cara.
—Madre, ¿dónde está Kia? Se ha marchado de
casa sin decirme dónde iba —preguntó, demasiado preocupada para acordarse de
saludar con formalidad.
—Siéntate, Zorro.
—¿Pero dónde está, madre?
—Se ha ido con Nube Blanca. Quería hablar con
él. Estaba muy alterada.
Zorro se levantó rápidamente, dispuesta a
encontrar a su compañera.
—Zorro, espera. No creo que desee verte.
—¿Por qué dices eso? ¿Qué te ha dicho? —Zorro
bajó la voz mientras su mente se rebelaba contra lo que decía Sunni. Cayó de
rodillas y miró a Sunni con aire suplicante.
—No me ha dicho gran cosa. Entró aquí
corriendo, poco antes que tú, llorando. Lo único que decía es que tú no la
amas.
Zorro volvió a levantarse, esta vez enfadada.
—Siéntate, hija —le ordenó Sunni.
—¿Por qué diría una cosa así? —Zorro no
comprendía qué había hecho mal. Había dejado de tocarla en cuanto Kia se sintió
incómoda, no se había empeñado en que se acostaran juntas como compañeras y
estaba segura de que Kia la había perdonado por el error anterior. Cualquier
hombre del campamento la habría obligado a yacer con él. Kia parecía tan feliz
en las últimas lunas, incluso le había contado historias a Zorro y había hecho comidas
deliciosas. ¿Acaso una sola noche había cambiado todo eso? Zorro estaba segura
de que Kia había disfrutado haciendo el amor tanto como ella. Y cuando fue
demasiado para ella, Zorro se paró y siguió abrazándola toda la noche—. No lo
entiendo —dijo Zorro aturdida, rogándole a Sunni que continuase.
—Nos dijo que no... la satisfaces. —Sunni se
atragantó al decirlo, pues era un gran insulto que no se debía decir a la
ligera.
Zorro, todavía confusa, sacudió la cabeza,
sin comprender lo que decía Sunni.
—¿Que no la satisfago? Pero si ella no... —Zorro
se calló. No iba a humillarse a sí misma ni a Kia hablando con nadie de cómo
hacían el amor, ni siquiera con la madre de Kia—. ¿Dónde está? Tengo que hablar
con ella.
—Se ha ido con su padre.
—¿Dónde? —insistió Zorro. Empezaba a estar
desesperada y Sunni se dio cuenta.
De repente, aparecieron las garras que había
estado ocultando bajo una capa de amabilidad cuando Zorro entró en la tienda. Y
en un tono tan dulce como las bayas que había usado Zorro para fingir la
primera sangre de Kia, dijo:
—Creo que su padre y ella han ido a hablar
con Lobo Negro sobre la posibilidad de una unión entre los dos.
—¡Pero no puede! —dijo Zorro petrificada—. Es
mi compañera. ¡Tú misma sellaste nuestra unión!
El hecho de que Zorro dijera la verdad
endureció el corazón de Sunni y como una osa que teme por la seguridad de su
cachorro, atacó para hacer daño a la posible fuente de peligro.
—Kia dice que no te ama y que tú no la amas a
ella.
—¿Te ha dicho eso? —preguntó Zorro, casi sin
voz por el dolor.
Sunni asintió, aunque empezaba a preguntarse
si su hija no se habría equivocado. Nunca había visto a Zorro mostrar emoción
alguna en las ocasiones en que su abuela y ella venían a la aldea. Pero ahora
veía muchas emociones, de la rabia al miedo, que le cruzaban la cara de tal
manera que estaba segura de que Zorro amaba a su hija.
—Zorro, a lo mejor me he...
—No —dijo Zorro ferozmente—. Si desea a Lobo
Negro, que se queden juntos.
—No sé si lo desea —reconoció Sunni
avergonzada.
—Me da igual —dijo Zorro, mientras su corazón
protestaba dolorido por la mentira—. No me ama. Nunca me amará —dijo furiosa y
luego, con un tono más apagado—: Se equivoca, sí que la amo. La amo desde que
recuerdo haber sabido lo que era el amor.
Sunni se quedó petrificada. En el fondo de su
corazón, sabía que nunca en su vida había estado más equivocada. Ante ella no
estaba Zorro la cazadora, sino una joven herida a la que acababan de decirle
que no satisfacía a su compañera.
—Dile... dile que no me opondré a su decisión
—dijo Zorro con la voz ronca.
Sunni llamó a Zorro, pero ésta ya ni oía por
el dolor tan profundo que le atravesaba el corazón. Sin darse cuenta, empezó a
envolverse la cara con la bufanda de piel. Aspiró el olor que tanto quería y
casi se dobló en dos por el dolor al darse cuenta de que probablemente nunca
volvería a oler su aroma.
—Zorro, por favor, vuelve y habla con Kia. No
tardará en volver —le dijo Sunni con desesperación.
Sin volverse a mirar a Sunni, dejó caer la
bufanda al suelo y gritando a los perros, se marchó, jurando que jamás regresaría
a la aldea. No creía que pudiera soportar ver a Kia unida a Lobo Negro. Zorro
gritó enfurecida a sus perros y los azuzó más que nunca, esperando sólo a
medias llegar a casa antes que la tormenta que se avecinaba.
9 largos dias esperando el capitulo... muy bueno, ya quiero ver que pasara con el problemon que armo la suegra, no tardes
ResponderEliminarOhhhhh quede en ascuas por la continuacion!!!! Espectacular...!!!
ResponderEliminarLa espera valio la pena me encanto :')
ResponderEliminarPd. Gracias por hacerlos mas largos
m encanto!!!!! xfabor sigue escribiendo .... esta historia m sigue cautibando cada ves mas ya quiero leer el próximo capitulo .... lo leo junto con mi hermosa y a ella también le encanta algo en esta historia nos identifica ……………^_^
ResponderEliminarEsta increible me facina esta historia esperando con ansias el proximo cap....
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