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sábado, 20 de septiembre de 2014

La Isla 3

Al entrar en el salón de baile, me quedé impresionada por el ambiente. Como habían retirado la mayoría de las mesas del comedor, el lugar tenía un aire asombrosamente palaciego. Había siete arañas inmensas a lo largo de toda la pista de baile. Los suelos de mármol estaban pulidos con la perfección de un espejo y una orquesta tocaba suavemente al fondo. Empecé a lamentar mi decisión de llegar con retraso. Casi todo el mundo había formado ya grupos y estaba conversando. Me quedé allí sin saber qué hacer, sintiéndome fuera de lugar.
—A lo mejor no ha sido una buena idea —rezongué.
—¡Gabrielle! —llamó Edward desde un grupo de jóvenes colocado estratégicamente cerca del ponche y las mesas de aperitivos.
—Edward... hola —murmuré con entusiasmo.
Los ojos de Edward se iluminaron al oír mi tono de voz. Más tarde averigüé que se había pasado toda la tarde hablando de la chica que había conocido en cubierta. Edward había tenido que soportar las burlas de sus hermanos durante la última hora. Empezaba a temer que yo no fuera a aparecer.
—Gabby, me gustaría presentarte a mi hermano Tomas y a mi hermana Dané.
Apenas conseguí evitar reaccionar cuando Edward me presentó a Tomas y Dané. Esperé a que ella comentara que ya nos conocíamos, pero no hubo tal comentario. De modo que asentí cortésmente y dirigí a Edward una sonrisa excesivamente animada. Era evidente que él estaba encantado y empezó a darme pena. Aunque parecía un buen chico, yo sabía que no me interesaba nada que no fuera una amistad.
—Gabby, ¿te pongo un poco de ponche o tal vez tarta? —Edward me cogió del codo y me condujo con habilidad hasta la mesa del banquete.
—Me encantaría, Edward —contesté en voz baja.
Saboreé mi ponche tranquilamente y Edward hizo lo mismo. Mis ojos se veían arrastrados como por un imán hacia los claros ojos azules de Dané Courtier, que ahora era el centro de atención de la fiesta. Observé mientras tres guapos jóvenes competían amablemente por la atención de Dané. Ante mi gran sorpresa, ella parecía divertirse con las tonterías de los jóvenes. Su sonrisa era tan hermosa y atractiva que no podía quitarle los ojos de encima.
—Qué guapa es —murmuré sin darme cuenta.
—Sí que lo es —asintió Edward con franqueza—. Ha sacado lo mejor de madre y padre. Tomas y yo nos quedamos con las sobras.
En broma, le di una palmada a Edward en el brazo.
—Oh, yo no diría eso, guapetón.
Edward echó la cabeza hacia atrás y se echó a reír, con una gran sonrisa muy parecida a la de su hermana y, sin embargo, muy distinta.
—¿Bailamos, Gabby? —preguntó Edward.
—Sí, Edward, me encantaría bailar contigo.
Solté una risita cuando Edward se inclinó como un caballero e hizo grandes aspavientos al sacarme a la pista de baile. Cuando Edward empezó a dirigirme en el baile, sentí que los pelillos de la nuca se me ponían de punta. Cuando ya llevábamos bailando casi una hora, levanté la mirada y vi que los tres posibles pretendientes de Dané seguían intentando hacerse con la atención exclusiva de ésta. Involuntariamente, tomé aire con fuerza cuando los ojos azules se encontraron con los míos. No comprendía lo que estaba viendo, pero sabía con toda seguridad que tenía que descubrirlo. La sonrisa distraída que tenía Dané en la cara cuando la pillé mirándome estaba desapareciendo despacio, sustituida por otra cosa. Una cosa que no conseguía encajar y que no comprendía. Era hambre o tal vez necesidad... no lograba dar con ello. Desapareció tan deprisa que empecé a creer que me lo había imaginado todo.
—¿Gabby? —Por el tono de voz de Edward era evidente que me había perdido algo.
—Perdona, Edward, creo que me se me ha ido el santo al cielo. ¿Me decías algo?
—Te he preguntado que si lo estabas pasando bien —inquirió de nuevo con una sonrisa curiosa.
—Oh, sí, Edward. ¿Por qué lo preguntas?
—Es que pareces muy distraída.
—Lo estoy pasando estupendamente, gracias, Edward. Supongo que estoy un poco cansada, con eso de haber empezado el viaje y todo. —Sofoqué un bostezo.
—Lo entiendo, yo también estoy un poco cansado.
Al terminar la música, Edward me condujo de nuevo hasta el cuenco del ponche.
—¿Más ponche, Gabby? —preguntó Edward con tono caballeroso.
—No, gracias, Edward. En realidad, si no te importa, me gustaría retirarme. Me encuentro algo cansada.
—Por supuesto, Gabby, siento haberte obligado a quedarte hasta tan tarde. Gracias por el baile, espero que podamos hacerlo de nuevo alguna vez —dijo Edward con timidez.
Sonreí cuando Edward me besó la mano suavemente. Era un buen chico de verdad.
—¿Puedo acompañarte hasta tu habitación, Gabby? —preguntó Edward esperanzado.
Recordé la reacción excesivamente entusiasta que había tenido Edward conmigo y decidí que tal vez había permitido que esto fuera un poco demasiado lejos.
—Edward, ¿por qué no te quedas un poco más? Seguro que hay alguna joven agradable a la que puedes hacer objeto de tus infinitos encantos —le dije tomándole el pelo.
Los ojos de Edward mostraron su desilusión.
—Gabby, no me importa acompañarte hasta tu habitación, yo mismo estoy un poco cansado.
—Tonterías, Edward, insisto en que te quedes y te diviertas. Me sentiría muy mal si no pudieras divertirte por mi causa.
Sabía que no había forma de que Edward pudiera seguir insistiendo después de eso, de modo que me despedí de él agitando la mano con aire travieso y me dirigí a mi habitación.
Llamé ligeramente a la puerta de mis padres. A los pocos segundos, madre abrió la puerta, hablamos un poco sobre el baile, le di un beso en la mejilla y seguí hasta mi propia habitación.
Una vez allí, me dejé caer en la butaca y suspiré. No le había dicho la verdad a Edward. La verdad era que no estaba tan cansada, sólo quería estar sola. Sentía la necesidad de escribir en mi cuaderno y dibujar las imágenes de la maravillosa velada que seguían flotando por mi mente. Decidí rápidamente que me llevaría los cuadernos a la cubierta y escribiría allí. Pensé que con la luz de la luna llena, además de los faroles encendidos aquí y allá por la cubierta, tendría luz más que suficiente para dibujar. Abrí mi baúl y saqué mi bolsita, mis cuadernos, los carboncillos y cerillas, además de mis útiles de escribir, y me dirigí a la cubierta.
Fuera hacía una noche preciosa. La luna estaba tan llena y brillaba tanto que el agua relucía como plata fundida en la estela del barco. Decidí que iba a intentar plasmar esta bella imagen, con la esperanza de poder hacerle justicia. Tras instalarme en una cómoda silla de cubierta, me puse a dibujar. Cuando llevaba en ello casi un cuarto de hora, oí una voz grave pero suave que decía en tono bajo:
—¿Por qué estás aquí sentada sola?
Sentí un estremecimiento al darme la vuelta. Era Dané. Llevaba algo que parecía un chal sobre los hombros y parecía haber estado disfrutando de un paseo por cubierta al encontrarse conmigo.
Levanté mis cuadernos tontamente y expliqué:
—Quería dibujar un poco.
No comprendía por qué esta mujer, o más bien chica, me ponía tan nerviosa, por qué tenía algo que me resultaba tan familiar.
—¿Me dejas ver? —preguntó Dané.
Sin decir nada, le pasé el cuaderno para que lo mirara.
Esperé nerviosa mientras estudiaba con ojo crítico el dibujo y luego, antes de que pudiera detenerla, se puso a volver rápidamente las hojas de mi cuaderno, deteniéndose por fin en la única página que yo no quería que viera. Con una ceja arqueada pasó la mirada de mí al dibujo sin terminar. Cualquier idea de que pudiera no reconocerse desapareció por la borda cuando enarcó esa reveladora ceja. Estoy perdida, pensé lúgubremente.
Cerró el cuaderno y me lo devolvió. Se dio la vuelta y dándome la espalda, me pidió, no, más bien me ordenó:
—Ven a pasear conmigo. —Y luego, como de pasada—: ¿Por favor?
Echó a andar con su paso largo y decidido. Me levanté de un salto rápidamente, metí el cuaderno y los carboncillos en mi bolsa y salí deprisa tras ella.
Por primera vez, maldije mi corta estatura, ya que casi tuve que correr para igualar su larga zancada. Por fin la alcancé a base de dar dos pasos por cada uno de los de ella.
—Dané, ¿es que tienes que caminar tan rápido? —Resoplé por fin enfadada—. ¿Qué sentido tiene que me pidas que pasee contigo si me vas a dejar atrás?
—Oh... Yo... Perdón. —La joven normalmente estoica parecía preocupada por algo.
—¿Va todo bien? ¿Necesitabas hablar conmigo sobre algo?
—Sí —dijo. Se detuvo bruscamente y tan deprisa que casi me choqué con su espalda—. ¿Cuáles son tus intenciones con respecto a Edward? —preguntó de repente.
—¿Mis... mis... intenciones con respecto a Edward? —pregunté sin dar crédito.
Ella asintió moviendo la cabeza con decisión.
Por supuesto, no me enfrenté a la situación debidamente. Me dio un ataque de risa.
—Oh, oh, lo siento.
—A mí no me parece que tenga gracia —dijo ella, con un tono tan grave que casi era un gruñido.
Mi risa cesó y me quedé mirando una cara endurecida, pero que seguía siendo hermosa.
Me quedé allí plantada con la boca abierta mientras intentaba decidir qué debía hacer para rectificar la situación.
Dané se giró en redondo y echó a andar, alejándose rápidamente de mí.
—Dané... Dané, por favor, perdona, por favor, no te vayas. Perdona —repetí, agarrándola del brazo y obligándola a darse la vuelta—. Dané, por favor, lo siento muchísimo. —Noté que me caían lágrimas por las mejillas. Por alguna razón desconocida, no quería que pensara mal de mí.
Se acercó a mí y me miró a la luz de la luna. Yo me miré los zapatos y me levantó la cabeza hacia ella.
—¿Por qué lloras? —Su acento se había hecho mucho más marcado al hacer la pregunta.
—No quiero que te enfades conmigo —contesté con franqueza—. Es que nunca me han preguntado cuáles eran mis intenciones hacia un joven. Normalmente es al revés, ¿no?
—Supongo —contestó Dané con una sonrisa forzada.
—Dané, me cae bien tu hermano, parece un joven agradable, pero sólo lo conozco desde hace un día. Y no estoy dispuesta a comprometerme con nadie, especialmente después de un solo día. ¿Lo comprendes? —pregunté suavemente, temerosa de que todavía estuviera molesta conmigo.
Dané soltó un pequeño suspiro. ¿Era alivio o desengaño?
—Sí, creo que sí.
—Bien, entonces, ¿qué pasa con ese paseo que me has prometido?
—Por supuesto —afirmó y me indicó que la cogiera del brazo mientras continuábamos nuestro paseo. Esta vez Dané hizo un esfuerzo por acompasar su paso al mío. También insistió en que me pusiera su chal. Cuando lo rechacé, ella me dijo riendo que no sabía por qué lo había cogido, porque nunca pasaba frío. Me arropé de buen grado en el cálido chal, aspirando inconscientemente el dulce aroma especiado que era Dané. Continuamos agradablemente unos minutos más, hasta que me vi obligada a disimular un bostezo.
—Se está haciendo muy tarde —dijo Dané en voz baja—. Tal vez deberíamos irnos las dos a la cama.
—Gracias por el paseo, ha sido muy refrescante —dije como una idiota. Sentí que me ardía la cara al tiempo que la comisura de la boca de Dané se alzaba en una sonrisa. Se inclinó hacia mí y dijo:
—Bueno, me alegro de que estés... refrescada.
—Eeeh... sí —dije nerviosa—. Será mejor que me vaya.
—Buenas noches, Ga...bri...elle.

Me estremecí por la forma en que pronunció mi nombre mientras regresaba distraída a mi habitación. ¿Qué es lo que tiene que me deja tan inquieta? Meneé la cabeza cuando mis pensamientos empezaron a descontrolarse. Me pregunté qué había oculto tras la capa de indiferencia que la cubría tan bien.

lunes, 15 de septiembre de 2014

La Isla 2

Mi familia y yo decidimos dar un paseo por el gran barco antes de tomar el té. El barco era verdaderamente una magnífica obra de ingeniería, según mi padre. Dejé que la charla de mi familia se perdiera como ruido de fondo mientras pensaba en mi encuentro con Dané Courtier. Me pregunté por qué me había dejado provocar hasta ponerme tan furiosa. Normalmente soy de buen carácter. Me cuesta mucho enfadarme... bueno, normalmente. Esta chica tenía algo que me irritaba.
—Gabby —me llamó madre con un tono de voz claramente exasperado—. ¿Has oído una sola palabra de lo que he dicho?
—No, madre, perdona, no te he oído. ¿Qué has dicho?
Madre meneó la cabeza y dijo:
—Hija, uno de estos días esa imaginación desbocada que tienes te va a causar muchos problemas, fíjate en lo que te digo.
Sonreí y contesté como solía hacerlo cuando madre soltaba esta conocida afirmación.
—Sí, madre.
Sonreí a mi madre con impertinencia, como siempre, y ella me devolvió la sonrisa, como siempre. Mi abuela me había dicho hacía mucho tiempo que yo era igual que mi madre a los dieciséis años y que cuando tenía mi edad, la habían pillado muchas veces fantaseando.
—He preguntado que si te apetece tomar el té o no. Hay un salón donde lo van a servir dentro de unos minutos.
—Sí, madre, me apetece tomar el té.
Seguí a mi familia diligentemente al interior del salón y tomé nota, no por primera vez, de los pomposos grupos de jóvenes, en su mayoría de Inglaterra, como mi familia y yo. Sentía curiosidad por el acento de Dané, estaba claro que tenía algo de francés. Mmm, ¿de dónde será?
Me permití fantasear sobre Dané, inventándome historias románticas sobre ella y un guapo príncipe... al fin y al cabo, era un personaje claramente interesante y bien podía ser una princesa o una rica heredera. Los camareros colocaron en la mesa bandejas doradas llenas de emparedados de pepino y bollos pequeños, además del té. Oí rugir a mi estómago, lo cual me recordó lo hambrienta que estaba. Toda la conversación cesó mientras mi familia devoraba la sencilla pero elegante comida. Mientras comía, sentí un cosquilleo en la nuca. Me volví a tiempo de ver a Dané, a una mujer de más edad y a dos jóvenes entrando en el salón. La mujer mayor tenía el mismo aspecto que Dané. Decidí que tenía que ser su madre. Me pregunto quiénes son esos chicos. Sé que dijo que tenía hermanos, pero me pregunto si uno de ellos la está cortejando. Es tan guapa que seguro que ella no tendría problemas para encontrar marido, pensé. Por algún motivo, me sentía decepcionada y no sabía por qué.
Me volví de nuevo hacia mi familia cuando Dané y su madre llevaban a los chicos hasta la mesa que estaba justo al lado de la nuestra. Dané me susurró al oído al tomar asiento justo detrás de mí:
—¿No te han dicho que mirar es de mala educación, pequeña?
Tomé aire y me volví para fulminarla con la mirada, pero para entonces ella ya se había vuelto hacia su familia y decir cualquier cosa habría llamado la atención sobre mí misma. De modo que me aparté furiosa.
—¿Quién es tu amiga, cariñito? —preguntó padre con los ojos chispeantes.
Me puse muy colorada y dije, con cierto exceso de volumen:
—Se llama Dané Courtier y no es... mi amiga —solté.
Oí a Dané reírse y fue evidente que había estado escuchando. Padre me sonrió y volvió a su conversación con madre. Me volví ligeramente para poder ver la mesa de Dané. Advertí que su madre de charlaba animadamente con los chicos, pero que Dané no participaba realmente en la conversación. Aproveché la oportunidad para inclinarme hacia atrás y decir en voz baja:
—¿Nunca te han dicho que escuchar las conversaciones ajenas es de mala educación?
Dané se echó hacia atrás en su silla y dijo:
—No estaba escuchando, es que hablas tan alto que no he podido evitar oírte —dijo con tono de burla.
—Yo... Tú... —Volvía a estar lívida y Dané parecía disfrutar de cada momento.
—¿Te pasa algo, cariñito? —preguntó mi padre.
—No, padre —dije a duras penas—. Creo que algo me está sentando mal.
Oí a Dané sofocar otra risa al oír esto y juré que de algún modo conseguiría vengarme.
Seguí a mi familia al salir del salón, con mucho cuidado de no dirigir una mirada siquiera a Dané. Regresamos a nuestros camarotes para echar una siesta muy necesaria. Mientras me quitaba el vestido y ayudaba a Lilly a quitarse el suyo, me di cuenta de que estaba agotada. Al echarme, mi último pensamiento fueron unos maliciosos ojos azules y mi incapacidad de pensar claramente cuando los miraba.
Casi dos horas más tarde, llamaron a la puerta.
—¿Quién es? —grité.
—Soy padre, madre y yo vamos a dar un paseo por cubierta, ¿queréis venir?
—¡SÍ! Esperadme, padre —exclamó Lilly, saltando de la cama y poniéndose el vestido de mala manera. Yo también me vestí despacio.
Abrí la puerta a nuestro padre cuando estuvimos vestidas.
—Creo que me voy a quedar aquí a escribir en mi cuaderno, padre.
—Muy bien, Gabby, volveremos a buscarte para cenar dentro de unas horas.
—Está bien, padre.
Observé a mi hermana salir dando brincos de la habitación para coger a mi padre de la mano, hablando a cien por hora. Me senté ante el pequeño tocador que estaba en nuestra habitación y saqué mis cuadernos. Por mucho que lo intentara, no conseguía poner sobre el papel lo que sentía sobre este viaje. En principio, no estaba muy contenta con el traslado a América. Pero después de la siesta, empezó a entrarme una sensación de aprensión y emoción. Me siento como si estuviera a punto de descubrir algo que hará que mi mundo se tambalee. Por fin renuncié a intentar plasmar mis sentimientos en palabras y me limité a escribir sobre el barco y los pasajeros. A propósito, omití mencionar a Dané en mi entrada porque sabía que si le hablaba a Lizbeth de ella, querría saber más. Tras terminar la breve entrada, devolví el cuaderno a mi baúl. Dentro del baúl me encontré con mi lápiz y mi caja de colores, además de cinco cuadernos más que padre me había dado como regalo antes de partir de Inglaterra.
Decidí subir a cubierta con mis cuadernos y mis carboncillos para dibujar un poco. Dejé una nota en el camarote de mis padres por si volvían antes que yo. Me dirigí a la cubierta. Conseguí hacerme con una cómoda tumbona y me recliné para empezar a dibujar. Miré a mí alrededor en busca de un buen candidato para mi dibujo. Al no encontrar ninguno entre los pretenciosos pasajeros, decidí hacer algo de memoria. Despacio me puse a trazar las líneas que empezaron a formar el óvalo de una cara. Cuando estuve satisfecha con la forma de la cara, metí la mano en la bolsita que usaba para llevar mis suministros y saqué el color azul mar. Después de dibujar los ojos hasta quedar satisfecha, rellené los ojos con el color. Por lo general, esperaba a tener terminado el retrato antes de colorear nada. Pero por alguna razón me parecía que era importante hacer bien los ojos.
—¿Me enseña lo que está dibujando? —preguntó un joven con un acento que me resultaba familiar.
—¿Disculpe? —pregunté como una estúpida.
—Le he preguntado que si me permite ver su dibujo —volvió a decir con suavidad.
En su cara se dibujó una agradable sonrisa. Por primera vez advertí sus hermosos ojos. Son exactamente iguales que los de mi dibujo... exactamente iguales que los de Dané, pensé con creciente comprensión.
—Mmm, normalmente no enseño mis dibujos hasta que están terminados.
Él sonrió de nuevo.
—Pues me gustaría verlo cuando esté acabado... es decir, si a usted no le importa enseñármelo.
—No, no me importa. Se lo enseñaré cuando haya terminado.
—Bien. Escuche, ¿va a ir al baile esta noche?
—No sé nada de un baile.
—Pues verá. —Se movió incómodo—. Esta noche hay una fiesta y me preguntaba si usted podría reservarme unos cuantos bailes —dijo de carrerilla.
—Ah, pues sí, me gustaría bailar con usted esta noche, señor... Perdone, ni siquiera sé cómo se llama usted.
—Courtier, Edward Courtier. Estupendo, entonces todo arreglado. La veré allí entonces.
Edward se levantó rápidamente y se retiró a toda prisa, como si tuviera miedo de que yo fuera a cambiar de idea. Lo miré con curiosidad: su hermana y él compartían algunas características físicas, pero eso era todo. Edward parece una persona encantadora. No como Dané, que parece disfrutar mucho atormentándome.
Miré el dibujo en el que había estado trabajando y la espalda de Edward que se alejaba. Había estado dibujando a Dané, por eso no quería que él lo viera. No quería que ella tuviera más motivos para burlarse de mí.
—Ojalá supiera por qué no paro de pensar en ella —refunfuñé por lo bajo cuando regresaba al camarote para aguardar el regreso de mi familia.
Lilly entró a todo correr y anunció que padre y madre habían dicho que podía ir a nadar si yo estaba dispuesta a llevarla. Me figuré que mis padres querían pasar un rato a solas, de modo que accedí y la ayudé a ponerse su traje de baño. Le dije que cogiera su gorro de baño y nos dirigimos a la sala de juegos infantiles, donde se encontraba la piscina cubierta.
Observé a Lilly nadar y jugar con los demás niños y algunos adultos que también habían decidido usar la hermosa piscina cubierta. Ésta tenía una gran estatua de una sirena en el centro. Lilly disfrutó mucho gritando desde el otro lado de la piscina que la sirena estaba desnuda. La verdad es que se veía muy poca cosa. Y lo cierto es que miré. Aparte de un estómago muy plano, cualquier cosa de interés estaba tapada por el pelo de la sirena de piedra.
—Lilly, ¿por qué gritas tanto? —regañé suavemente a mi hermanita. No creo haber sido nunca tan precoz—. Bueno, Lilly, es hora de cenar, sal ya.
—Oooh, vamos, ¿un poquito más? —Además de hablar a gritos, Lilly había perfeccionado el arte del lloriqueo.
—No, Lilly, venga, no debemos llegar tarde a cenar.
Lilly gruñó algo por lo bajo, a lo que yo respondí:
—Disculpa, ¿has dicho algo, Lilly?
—No —refunfuñó de nuevo y cruzó los bracitos malhumorada mientras se encaminaba al camarote.
Al cabo de una hora estábamos sentados en el comedor esperando la cena. El capitán había hecho un discurso de bienvenida y ahora hablaba monótonamente sobre las actividades de ocio que ofrecía el barco. Dejé de escucharlo cuando explicaba la forma de apostar en el hipódromo electrónico. Por fin sonó una campana y empezaron a servir la cena. Esta vez me esforcé todo lo posible para no mirar por el comedor en busca de Danté y su familia. Me negaba a buscarla. Pero durante la comida, en distintas ocasiones, sentí ese familiar hormigueo en la nuca.
—Padre, madre, esta noche hay una fiesta de bienvenida para los jóvenes. Me gustaría ir, si os parece bien.
Madre puso cara de preocupación.
—Oh, no sé, Gabrielle, no conoces a nadie y no me gustaría que fueras sola.
—Pero no voy a ir sola —solté—. Sí que conozco a algunos de los que van a estar allí.
—¿Cómo a quién? —preguntó madre con desconfianza.
—Pues esa chica, Dané, y sus hermanos van a ir.
—Pero Gabby, ¿no dijiste que no era amiga tuya? —intervino Lilly muy oportunamente.
Le eché una mirada furibunda y dije entre dientes:
—Es amiga mía y te agradecería mucho que no interrumpieras.
Lilly se rió con disimulo y siguió cenando.
—Estoy segura de que habrá vigilancia. Dado que lo ha organizado el capitán.
—Bueno —suspiró padre—. Seguro que no pasa nada, Gisela, podemos dejar que la niña vaya.
—Pero Jefferson, aquí no conocemos a nadie.
—Por eso se organiza una fiesta de bienvenida, Gisela, para que los jóvenes puedan conocerse.

Madre no parecía aún muy convencida, pero al final dio su consentimiento. Yo estaba encantada. La cena terminó sin contratiempos y todos regresamos a nuestros camarotes. Se decidió que Lilly se quedaría con madre y padre, ya que yo iba a salir. Tras prometer que llamaría a su puerta cuando volviera de la fiesta, emprendí el camino.

miércoles, 10 de septiembre de 2014

La Isla

Era como si los dioses hubieran hecho que el día fuera perfecto especialmente para nosotros. Iba a ser el primer día de una travesía por el océano que nos llevaría de Europa a América. El cielo no podría haber estado más azul si lo hubiera pintado yo misma. Yo estaba emocionadísima, mi hermana pequeña Lilly no podía parar quieta y mi madre no dejaba de darse aire con el abanico. Padre parecía hablar más alto de lo normal. Los demás pasajeros parecían estar reaccionando también a la electricidad que había en el aire.
Me llamo Gabrielle, por cierto, y éste iba a ser mi primer viaje al extranjero. Era el año 1929. El barco era el Statendam III.
—Gabby, cierra la boca, niña, y ven aquí —me gritó madre cuando me quedé contemplando boquiabierta el inmenso barco.
Cerré la boca rápidamente y corrí para alcanzar al resto de mi familia. Madre siempre me estaba diciendo que cerrara la boca. No sé por qué, pero creo que respiro mejor con la boca abierta. Madre decía que como siguiera así, me iba a llevar al médico. Decía que parecía vulgar con la boca siempre abierta y que si seguía así, ningún joven querría cortejarme jamás. Si creía que eso me preocupaba, estaba muy equivocada.
Madre y padre nos condujeron por la pasarela hasta el barco. Una vez a bordo, los pasajeros eran divididos en grupos según sus apellidos. Nuestro apellido es Archer, de modo que fuimos de los primeros en ser guiados hasta nuestros camarotes. Madre y padre nos habían permitido a Lilly y a mí compartir una habitación para nosotras solas.
—¿Qué cama prefieres, Gabby? —preguntó Lilly, dando botes en una de las camas.
—Evidentemente, la de ahí, dado que tú ya has echado a perder los muelles de ésa.
Lilly se echó a reír y botó con más fuerza.
—Gabby, ¿crees que madre y padre nos dejarán nadar en la piscina? —preguntó Lilly por quinta vez en lo que iba de día.
—No lo sé, Lilly, pero más vale que vengas aquí y me ayudes a deshacer el equipaje si quieres salir a cubierta para saludar cuando zarpe el barco.
Con un último bote, Lilly se acercó para ayudarme a sacar nuestras cosas. Mientras deshacíamos el equipaje, dejé que mi mente repasara todo lo que nos dejábamos en Inglaterra. Mi mejor amiga, Elizabeth, era lo que más ocupaba mis pensamientos. Recordé cómo había llorado Elizabeth el día antes cuando nos despedimos.
—¿Me prometes que me escribirás, Gabby? —dijo sorbiendo.
—Te lo prometo, Lizbeth. Voy a escribir en un cuaderno todos los días y cuando esté lleno te lo enviaré. Será como si estuvieras allí conmigo, Lizbeth.
—Ya está todo, Gabby, ¿podemos ir ya? —exclamó Lilly con su habitual entusiasmo.
—¿Por qué no vas al lado para ver si madre y padre ya están listos?
Lilly salió volada por la puerta, dejándola abierta al correr al camarote de nuestros padres. Sonó un fuerte silbato. Según las pocas instrucciones que recibimos al subir a bordo, el silbato era para hacernos saber a todos que faltaban quince minutos para que zarpara el barco. Cerré la puerta y terminé a toda prisa de deshacer mi equipaje.
Cuando terminé de sacar mi ropa, abrí los cajones de Lilly y arreglé la suya. Al levantarme de los cajones, me vi en el espejo. Me miré con espíritu crítico. Me han dicho que tengo los ojos bonitos... son de un verde oscuro y turbio, como los de mi madre. He sacado el pelo rubio de mi padre, pero el suyo es liso, mientras que el mío es ondulado y me cuesta más mantenerlo peinado. Tengo la piel muy pálida y me quemo al más mínimo indicio de sol. Miré con más atención. Creo que tengo la nariz bonita, aunque madre dice que los agujeros son pequeños. Suspiré al apartarme del espejo. Casi todo el mundo creía que tenía doce años, cuando en realidad tenía dieciséis. Era humillante ser tan baja. Ni madre ni padre eran muy altos, así que no era probable que yo fuera a crecer mucho más.
Abrí la puerta de nuestro camarote justo a tiempo de ver pasar zumbando a una niña de seis años vestida con un mandil blanco.
—Gabby, vamos, que nos lo vamos a perder —gritó Lilly mientras corría por el pasillo hacia la cubierta de proa.
—Lilly —gritó madre—. Haz el favor de no correr. —Lilly regresó correteando hasta madre.
—Oh, madre, por favor, deprisa, no quiero perderme lo de decir adiós a todo el mundo.
Seguí despacio a mi familia. Creo que era la única que no estaba tan contenta con nuestro viaje. Me preguntaba qué estaría haciendo ahora Lizbeth. Cuando caminaba, rara vez me fijaba por dónde iba. Por desgracia y ante la consternación de madre, esto me había acarreado varios roces y golpes. ¡Plaf! Ay, por Dios, pensé mientras caía al suelo y acababa plantada sobre mi trasero, como ya venía siendo demasiado habitual.
Sacudí la cabeza para despejármela. Cuando me fui orientando de nuevo, me di cuenta de que me había chocado con una persona y no con un objeto inanimado.
—¿Estás bien? —preguntó una voz con un fuerte acento extranjero por encima de mí.
Eché despacio la cabeza hacia atrás, tratando de mirar a la persona delante de la cual acababa de hacer el ridículo. Seguí echándome cada vez más hacia atrás hasta que por fin llegué a un par de ojos azules duros pero llenos de diversión.
—He preguntado que si estás bien.
—Estooo... sí. Seguro que estoy bien —contesté por fin, dándome cuenta de que estaba siendo grosera.
Tras un esfuerzo por ponerme en pie, me presenté.
—Soy Gabrielle Archer.
Me quedé allí como una idiota, mirándola. Era la mujer más alta que había visto en mi vida, claramente más alta que mi padre, de largo pelo oscuro y los ojos más azules que había visto nunca. Era, en una palabra, bella. No supe qué decir a continuación. Noté que mi boca traidora se había abierto mientras la miraba y la cerré de golpe con un chasquido bien audible.
—Dané —soltó ella.
—¿Eh? —dije como una idiota.
—Mi nombre... es Dané Courtier.
—Ah... mmm, encantada de conocerte, Dané.
—¿No deberías irte? —me preguntó, ladeando ligeramente la cabeza—. ¿No se va a preocupar su familia por ti?
—Aaah, sí, supongo —farfullé—. ¿Tú no vas arriba a despedirte?
—No —declaró—. Ahí no hay nadie de quien deba despedirme, mi madre y mis hermanos están a bordo, así que no veo la necesidad de estar allí. Estaba regresando a mi camarote cuando te has chocado conmigo.
Me indigné.
—¿Que yo... me he chocado contigo? Más bien te has chocado tú conmigo...
—Tú eras la que no miraba por dónde iba. Te estabas mirando los zapatos justo antes de que nos chocáramos. ¿Qué ocurre? ¿Te has comprado zapatos nuevos para el viaje? —preguntó con sarcasmo.
—¿Qué? No —mentí—. Mira, vamos a olvidarlo. Si crees que ha sido culpa mía, me disculparé.
Dané sonrió burlona.
—Bien, ¿y por qué no lo haces?
—¿Por qué no hago qué?
—¿Por qué no te disculpas?
—Cómo... pero si acabo...
—No, no lo has hecho. Has dicho que te disculparías, pero todavía no lo has hecho.
Dané sonreía ahora ampliamente y yo me estaba irritando de mala manera.
—Muy bien, señorita Courtier, si se empeña en una disculpa más formal, se la ofreceré —solté indignada—. Señorita Courtier, me gustaría disculparme formalmente por chocarme con usted. —Ahora ya estaba furiosa, lo cual pareció causarle aún más diversión.
—Acepto sus disculpas —dijo con altivez, como si imitara mi tono—. Pero... —Y se inclinó hacia mí y me dio unas palmaditas en la cabeza, como si fuera una niña pequeña—. Tenga cuidado para que no vuelva a pasar. —Con una sonrisa amplia y maliciosa, se dio la vuelta y se alejó.
Me quedé mirándola, con la boca abierta por segunda vez en otros tantos minutos. Volví a cerrarla de golpe.
—Pero cómo... —Me di la vuelta furiosa justo al oír a la multitud que se despedía a gritos—. Oh, bueno. —Suspiré y seguí hasta la cubierta para buscar a mi familia.
Dadas las masas de gente, fue pura suerte que pudiera encontrar siquiera a mi familia.
—Aquí, Gabby —gritó Lilly, que estaba encaramada a hombros de mi padre para poder ver por encima de la gente. Me abrí paso hasta mi familia mientras el barco se apartaba despacio del muelle. Habíamos zarpado.
—¿Dónde estabas, Gabby? Nos estábamos empezando a preocupar —preguntó madre.
—Lo siento, madre. He vuelto a mi habitación para buscar mis prismáticos y no he podido encontrarlos. Para entonces ya era tarde.
No sabía por qué había mentido; no solía mentir a mis padres y menos a mi madre, que generalmente percibía una mentira de lejos.
—¿Estás segura de que no estabas en algún lado fantaseando? —preguntó mi madre.
Era una discusión habitual y yo no estaba dispuesta a tenerla en este momento.

—No, madre, no estaba fantaseando...