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lunes, 15 de septiembre de 2014

La Isla 2

Mi familia y yo decidimos dar un paseo por el gran barco antes de tomar el té. El barco era verdaderamente una magnífica obra de ingeniería, según mi padre. Dejé que la charla de mi familia se perdiera como ruido de fondo mientras pensaba en mi encuentro con Dané Courtier. Me pregunté por qué me había dejado provocar hasta ponerme tan furiosa. Normalmente soy de buen carácter. Me cuesta mucho enfadarme... bueno, normalmente. Esta chica tenía algo que me irritaba.
—Gabby —me llamó madre con un tono de voz claramente exasperado—. ¿Has oído una sola palabra de lo que he dicho?
—No, madre, perdona, no te he oído. ¿Qué has dicho?
Madre meneó la cabeza y dijo:
—Hija, uno de estos días esa imaginación desbocada que tienes te va a causar muchos problemas, fíjate en lo que te digo.
Sonreí y contesté como solía hacerlo cuando madre soltaba esta conocida afirmación.
—Sí, madre.
Sonreí a mi madre con impertinencia, como siempre, y ella me devolvió la sonrisa, como siempre. Mi abuela me había dicho hacía mucho tiempo que yo era igual que mi madre a los dieciséis años y que cuando tenía mi edad, la habían pillado muchas veces fantaseando.
—He preguntado que si te apetece tomar el té o no. Hay un salón donde lo van a servir dentro de unos minutos.
—Sí, madre, me apetece tomar el té.
Seguí a mi familia diligentemente al interior del salón y tomé nota, no por primera vez, de los pomposos grupos de jóvenes, en su mayoría de Inglaterra, como mi familia y yo. Sentía curiosidad por el acento de Dané, estaba claro que tenía algo de francés. Mmm, ¿de dónde será?
Me permití fantasear sobre Dané, inventándome historias románticas sobre ella y un guapo príncipe... al fin y al cabo, era un personaje claramente interesante y bien podía ser una princesa o una rica heredera. Los camareros colocaron en la mesa bandejas doradas llenas de emparedados de pepino y bollos pequeños, además del té. Oí rugir a mi estómago, lo cual me recordó lo hambrienta que estaba. Toda la conversación cesó mientras mi familia devoraba la sencilla pero elegante comida. Mientras comía, sentí un cosquilleo en la nuca. Me volví a tiempo de ver a Dané, a una mujer de más edad y a dos jóvenes entrando en el salón. La mujer mayor tenía el mismo aspecto que Dané. Decidí que tenía que ser su madre. Me pregunto quiénes son esos chicos. Sé que dijo que tenía hermanos, pero me pregunto si uno de ellos la está cortejando. Es tan guapa que seguro que ella no tendría problemas para encontrar marido, pensé. Por algún motivo, me sentía decepcionada y no sabía por qué.
Me volví de nuevo hacia mi familia cuando Dané y su madre llevaban a los chicos hasta la mesa que estaba justo al lado de la nuestra. Dané me susurró al oído al tomar asiento justo detrás de mí:
—¿No te han dicho que mirar es de mala educación, pequeña?
Tomé aire y me volví para fulminarla con la mirada, pero para entonces ella ya se había vuelto hacia su familia y decir cualquier cosa habría llamado la atención sobre mí misma. De modo que me aparté furiosa.
—¿Quién es tu amiga, cariñito? —preguntó padre con los ojos chispeantes.
Me puse muy colorada y dije, con cierto exceso de volumen:
—Se llama Dané Courtier y no es... mi amiga —solté.
Oí a Dané reírse y fue evidente que había estado escuchando. Padre me sonrió y volvió a su conversación con madre. Me volví ligeramente para poder ver la mesa de Dané. Advertí que su madre de charlaba animadamente con los chicos, pero que Dané no participaba realmente en la conversación. Aproveché la oportunidad para inclinarme hacia atrás y decir en voz baja:
—¿Nunca te han dicho que escuchar las conversaciones ajenas es de mala educación?
Dané se echó hacia atrás en su silla y dijo:
—No estaba escuchando, es que hablas tan alto que no he podido evitar oírte —dijo con tono de burla.
—Yo... Tú... —Volvía a estar lívida y Dané parecía disfrutar de cada momento.
—¿Te pasa algo, cariñito? —preguntó mi padre.
—No, padre —dije a duras penas—. Creo que algo me está sentando mal.
Oí a Dané sofocar otra risa al oír esto y juré que de algún modo conseguiría vengarme.
Seguí a mi familia al salir del salón, con mucho cuidado de no dirigir una mirada siquiera a Dané. Regresamos a nuestros camarotes para echar una siesta muy necesaria. Mientras me quitaba el vestido y ayudaba a Lilly a quitarse el suyo, me di cuenta de que estaba agotada. Al echarme, mi último pensamiento fueron unos maliciosos ojos azules y mi incapacidad de pensar claramente cuando los miraba.
Casi dos horas más tarde, llamaron a la puerta.
—¿Quién es? —grité.
—Soy padre, madre y yo vamos a dar un paseo por cubierta, ¿queréis venir?
—¡SÍ! Esperadme, padre —exclamó Lilly, saltando de la cama y poniéndose el vestido de mala manera. Yo también me vestí despacio.
Abrí la puerta a nuestro padre cuando estuvimos vestidas.
—Creo que me voy a quedar aquí a escribir en mi cuaderno, padre.
—Muy bien, Gabby, volveremos a buscarte para cenar dentro de unas horas.
—Está bien, padre.
Observé a mi hermana salir dando brincos de la habitación para coger a mi padre de la mano, hablando a cien por hora. Me senté ante el pequeño tocador que estaba en nuestra habitación y saqué mis cuadernos. Por mucho que lo intentara, no conseguía poner sobre el papel lo que sentía sobre este viaje. En principio, no estaba muy contenta con el traslado a América. Pero después de la siesta, empezó a entrarme una sensación de aprensión y emoción. Me siento como si estuviera a punto de descubrir algo que hará que mi mundo se tambalee. Por fin renuncié a intentar plasmar mis sentimientos en palabras y me limité a escribir sobre el barco y los pasajeros. A propósito, omití mencionar a Dané en mi entrada porque sabía que si le hablaba a Lizbeth de ella, querría saber más. Tras terminar la breve entrada, devolví el cuaderno a mi baúl. Dentro del baúl me encontré con mi lápiz y mi caja de colores, además de cinco cuadernos más que padre me había dado como regalo antes de partir de Inglaterra.
Decidí subir a cubierta con mis cuadernos y mis carboncillos para dibujar un poco. Dejé una nota en el camarote de mis padres por si volvían antes que yo. Me dirigí a la cubierta. Conseguí hacerme con una cómoda tumbona y me recliné para empezar a dibujar. Miré a mí alrededor en busca de un buen candidato para mi dibujo. Al no encontrar ninguno entre los pretenciosos pasajeros, decidí hacer algo de memoria. Despacio me puse a trazar las líneas que empezaron a formar el óvalo de una cara. Cuando estuve satisfecha con la forma de la cara, metí la mano en la bolsita que usaba para llevar mis suministros y saqué el color azul mar. Después de dibujar los ojos hasta quedar satisfecha, rellené los ojos con el color. Por lo general, esperaba a tener terminado el retrato antes de colorear nada. Pero por alguna razón me parecía que era importante hacer bien los ojos.
—¿Me enseña lo que está dibujando? —preguntó un joven con un acento que me resultaba familiar.
—¿Disculpe? —pregunté como una estúpida.
—Le he preguntado que si me permite ver su dibujo —volvió a decir con suavidad.
En su cara se dibujó una agradable sonrisa. Por primera vez advertí sus hermosos ojos. Son exactamente iguales que los de mi dibujo... exactamente iguales que los de Dané, pensé con creciente comprensión.
—Mmm, normalmente no enseño mis dibujos hasta que están terminados.
Él sonrió de nuevo.
—Pues me gustaría verlo cuando esté acabado... es decir, si a usted no le importa enseñármelo.
—No, no me importa. Se lo enseñaré cuando haya terminado.
—Bien. Escuche, ¿va a ir al baile esta noche?
—No sé nada de un baile.
—Pues verá. —Se movió incómodo—. Esta noche hay una fiesta y me preguntaba si usted podría reservarme unos cuantos bailes —dijo de carrerilla.
—Ah, pues sí, me gustaría bailar con usted esta noche, señor... Perdone, ni siquiera sé cómo se llama usted.
—Courtier, Edward Courtier. Estupendo, entonces todo arreglado. La veré allí entonces.
Edward se levantó rápidamente y se retiró a toda prisa, como si tuviera miedo de que yo fuera a cambiar de idea. Lo miré con curiosidad: su hermana y él compartían algunas características físicas, pero eso era todo. Edward parece una persona encantadora. No como Dané, que parece disfrutar mucho atormentándome.
Miré el dibujo en el que había estado trabajando y la espalda de Edward que se alejaba. Había estado dibujando a Dané, por eso no quería que él lo viera. No quería que ella tuviera más motivos para burlarse de mí.
—Ojalá supiera por qué no paro de pensar en ella —refunfuñé por lo bajo cuando regresaba al camarote para aguardar el regreso de mi familia.
Lilly entró a todo correr y anunció que padre y madre habían dicho que podía ir a nadar si yo estaba dispuesta a llevarla. Me figuré que mis padres querían pasar un rato a solas, de modo que accedí y la ayudé a ponerse su traje de baño. Le dije que cogiera su gorro de baño y nos dirigimos a la sala de juegos infantiles, donde se encontraba la piscina cubierta.
Observé a Lilly nadar y jugar con los demás niños y algunos adultos que también habían decidido usar la hermosa piscina cubierta. Ésta tenía una gran estatua de una sirena en el centro. Lilly disfrutó mucho gritando desde el otro lado de la piscina que la sirena estaba desnuda. La verdad es que se veía muy poca cosa. Y lo cierto es que miré. Aparte de un estómago muy plano, cualquier cosa de interés estaba tapada por el pelo de la sirena de piedra.
—Lilly, ¿por qué gritas tanto? —regañé suavemente a mi hermanita. No creo haber sido nunca tan precoz—. Bueno, Lilly, es hora de cenar, sal ya.
—Oooh, vamos, ¿un poquito más? —Además de hablar a gritos, Lilly había perfeccionado el arte del lloriqueo.
—No, Lilly, venga, no debemos llegar tarde a cenar.
Lilly gruñó algo por lo bajo, a lo que yo respondí:
—Disculpa, ¿has dicho algo, Lilly?
—No —refunfuñó de nuevo y cruzó los bracitos malhumorada mientras se encaminaba al camarote.
Al cabo de una hora estábamos sentados en el comedor esperando la cena. El capitán había hecho un discurso de bienvenida y ahora hablaba monótonamente sobre las actividades de ocio que ofrecía el barco. Dejé de escucharlo cuando explicaba la forma de apostar en el hipódromo electrónico. Por fin sonó una campana y empezaron a servir la cena. Esta vez me esforcé todo lo posible para no mirar por el comedor en busca de Danté y su familia. Me negaba a buscarla. Pero durante la comida, en distintas ocasiones, sentí ese familiar hormigueo en la nuca.
—Padre, madre, esta noche hay una fiesta de bienvenida para los jóvenes. Me gustaría ir, si os parece bien.
Madre puso cara de preocupación.
—Oh, no sé, Gabrielle, no conoces a nadie y no me gustaría que fueras sola.
—Pero no voy a ir sola —solté—. Sí que conozco a algunos de los que van a estar allí.
—¿Cómo a quién? —preguntó madre con desconfianza.
—Pues esa chica, Dané, y sus hermanos van a ir.
—Pero Gabby, ¿no dijiste que no era amiga tuya? —intervino Lilly muy oportunamente.
Le eché una mirada furibunda y dije entre dientes:
—Es amiga mía y te agradecería mucho que no interrumpieras.
Lilly se rió con disimulo y siguió cenando.
—Estoy segura de que habrá vigilancia. Dado que lo ha organizado el capitán.
—Bueno —suspiró padre—. Seguro que no pasa nada, Gisela, podemos dejar que la niña vaya.
—Pero Jefferson, aquí no conocemos a nadie.
—Por eso se organiza una fiesta de bienvenida, Gisela, para que los jóvenes puedan conocerse.

Madre no parecía aún muy convencida, pero al final dio su consentimiento. Yo estaba encantada. La cena terminó sin contratiempos y todos regresamos a nuestros camarotes. Se decidió que Lilly se quedaría con madre y padre, ya que yo iba a salir. Tras prometer que llamaría a su puerta cuando volviera de la fiesta, emprendí el camino.

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