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jueves, 30 de octubre de 2014

La Isla 7

No recuerdo cuando empecé a encontrarme mal, pero me sentía cansada todo el tiempo. Dané empezó a tomarme el pelo por lo tarde que me levantaba o porque me quedaba sin aliento tan fácilmente al nadar. Se acercaba a mí y me decía que me estaba haciendo vieja y que más me valía empezar a hacer ejercicio o me iba a echar a perder. Fingía que me daba pellizcos en los rollitos de los costados. Por supuesto, no había nada que pellizcar. Ninguna de las dos tenía un solo gramo de grasa de más debido a nuestra dieta y al gran esfuerzo necesario sólo para sobrevivir. Yo ponía los ojos en blanco y le tomaba el pelo a ella por cualquier otra cosa.
No le dije a Dané cuando me empezó a doler de verdad el cuerpo. No quería asustarla. Estaba segura de que había pillado algún tipo de virus. Hacía varios días que dormía mal a causa de los dolores y molestias y estaba empezando a asustarme de verdad. Me quedaba sin aliento con nada y tenía un dolor de cabeza constante. Una noche me quedé despierta preguntándome si debía despertar a Dané para decirle que me dolía todo, pero descubrí que no me podía mover. Cerrando los ojos, floté entre los sueños que me habían atormentado desde que estábamos en la isla. Sueños sobre la cara preocupada de mis padres, los hombres responsables de dejarnos a la deriva, la cara de Dané mientras yacía inerte en el bote.
En cierto momento creí oír una bonita voz que me cantaba, reconfortándome y refrescándome. Oí la voz de Dané que me hablaba, rogándome que volviera y no la dejara. Quise decirle que no quería irme, pero no pude, de lo cansada que estaba.
Volví a flotar una vez más. Pensé que debía de estar soñando porque oía a Dané hablando conmigo. Esto era raro de por sí, pero en un momento pensé que también estaba llorando y desde que habíamos naufragado no la había visto llorar ni una sola vez. Me desperté y me la encontré con la cabeza sobre mi estómago, con el pelo extendido por encima de mi cuerpo. Conseguí agarrar débilmente un mechón de pelo y darle un suave tirón. Ella se sobresaltó y alzó los ojos enrojecidos para mirarme sin dar crédito.
—No llores —dije débilmente con voz áspera antes de que el agotamiento pudiera conmigo y volviera a sumirme en mis sueños.
Poco a poco noté que volvía a la superficie. Con los ojos aún cerrados, escuché un rato mientras ella me cantaba. No entendía las palabras, pero sonaba tan triste que quise consolarla. Casi gemí cuando un trapo frío me acarició primero la frente y el cuello ardientes. Luego los hombros y alrededor de los pechos y por fin fue bajando hacia mi estómago plano donde se detuvo un momento. Incluso en mi estado de debilidad noté la tensión del cuerpo de Dané mientras se planteaba darme un baño más completo.
Atontada, me pregunté si debía dejarle saber que estaba despierta. Despacio, el trapo bajó por mi estómago, por encima de las caderas y se detuvo. Oía la respiración entrecortada de Dané. Por fin, respiró hondo y colocó el trapo frío sobre mi sexo, limpiando la zona con delicadeza. Las delicadas atenciones de Dané me llegaron directas al centro. Gemí inconscientemente. Unos sollozos apagados fueron los que por fin me devolvieron por completo a la realidad. Al abrir los ojos, vi la expresión de sufrimiento de Dané mientras contemplaba mi cuerpo desnudo. Con sorprendente claridad, me di cuenta de lo incómoda que estaba. Abrí la boca para hablar, pero antes de poder hacerlo, me cubrió a ciegas con el destrozado chal hasta los hombros. Sin saber aún que estaba despierta, se levantó y salió corriendo de la choza. Quise llamarla, decirle que estaba bien. Pero tenía la voz demasiado ronca para que me oyera. Frustrada, sentí que se me llenaban los ojos de lágrimas y me hundí una vez más en el olvido curativo.
Cuando volví a despertarme, Dané estaba allí. Me sonrió cuando abrí los ojos, poniéndome el paño frío en la frente. Esta vez, cuando me limpió el sudor del cuerpo, evitó por completo mis zonas inferiores.
—¿Qué me pasa? —pregunté roncamente.
—Shh, no hables —me reprendió suavemente—. Por lo que he podido deducir, has tenido una especie de neumonía. No estoy segura, pero creo que puede que hayamos complicado las cosas con nuestra alimentación.
—Pero comemos bien —dije ásperamente.
—¿Qué te he dicho de hablar, Gabrielle? —preguntó Dané con severidad. Siguió enjugándome el sudor del cuerpo desnudo mientras me explicaba lo que pensaba—. Tienes razón, comemos cosas sanas, pero es posible que no comamos todo lo que necesitamos para mantenernos fuertes. Para empezar, no tenemos carne. Mientras estabas enferma, he tenido tiempo de pensar en lo que podría sustituir algunas de las cosas que nos faltan en nuestra dieta. He encontrado unos tubérculos parecidos a patatas y unas verduras que podrían ayudarnos mucho. He hervido las verduras con las patatas y las he colado. Te he estado dando el caldo desde que caíste enferma y creo que ha ayudado. —Dané me enseñó las ricas verduras y los feos tubérculos naranjas que ella llamaba patatas. Me asombró que el brebaje de Dané no me hubiera matado y no digamos que me hubiera ayudado a recuperarme.
Pero me recuperé, y con las nuevas verduras y patatas en nuestra alimentación las dos confesamos que teníamos más energía. Durante mi convalecencia, Dané estuvo muy atenta conmigo. Sin embargo, a medida que yo mejoraba, más distancia parecía necesitar ella entre las dos. Me pregunté si algunas de las cosas que recordaba que había hecho y dicho mientras yo estaba enferma no eran más que alucinaciones deseosas de una mente febril.
Los días se convirtieron en semanas y las semanas en meses. Ocupábamos los días en la interminable búsqueda de comida y un refugio mejor. Dané era excelente a la hora de suministrar lo necesario. Ninguna de las dos carecía de nada que comer o beber, siempre había comida fresca en la choza y ella se había aficionado a pescar. Dané siempre estaba añadiendo cosas nuevas a nuestra pequeña cabaña. La verdad es que ya no se la podía considerar pequeña. Había dividido la choza en tres grandes habitaciones, dos dormitorios y un espacio de estar con un pequeño hoyo para una hoguera de interior, además de varias ventanas que se podían cerrar como postigos si llovía. Me sentí algo desilusionada cuando construyó nuestras habitaciones porque hasta entonces habíamos dormido pegadas para tener calor. Sí que me gustaba la intimidad de poder escribir sin preocuparme de que ella pudiera verlo, dado que además la mayor parte de lo que escribía era sobre ella. Ni Dané ni yo hablábamos ya de un rescate: era demasiado deprimente. Llevábamos en esta isla un año, cuatro meses y trece días y no había habido la menor señal de un rescate.
A Danté le pasa algo. Hace ya tiempo que le pasa algo, pero ahora parece que le afecta más. Siempre ha sido más bien solitaria y siempre he intentado respetar su necesidad de estar sola cuando surge. En un momento dado estábamos riendo y bromeando la una con la otra y al momento siguiente me decía que se iba a dar un paseo y desaparecía al instante. Admito que al principio me sentía herida, pero al cabo de un tiempo ni siquiera lo notaba ya, no era más que Dané con sus cosas. Y siempre volvía al cabo de una hora o dos con algo especial para mí, como una flor bonita, una concha, una piedra interesante o un poco de miel. Nunca le preguntaba dónde iba y ella nunca me daba información.
En los últimos cinco o seis meses las excursiones de Dané habían aumentado de frecuencia y de duración. Dané también había empezado a volverse cada vez más callada. Nunca había sido la mejor conversadora del mundo, en realidad era yo la que solía dominar nuestras conversaciones, pero estaba más callada incluso que de costumbre. Bueno, seguía sin desaprovechar una oportunidad de tomarme el pelo si se le presentaba. Pero había algo distinto, parecía distraída. Yo lo había atribuido a que echaba de menos su casa hasta hacía poco, cuando su habitual excursión de una vez por semana aumentó a dos y luego a tres.
Cometí el error de preguntarle a Dané dónde iba en esas ocasiones y se puso hecha una furia. Dijo que yo era demasiado tocona y pegajosa y que hablaba demasiado y que no era de extrañar que alguien necesitara descansar de mí de vez en cuando. El estallido fue tan inesperado y tan inmerecido que al instante se me llenaron los ojos de lágrimas. No voy a mentir y decir que Dané y yo no hubiéramos discutido anteriormente. De hecho, discutíamos con bastante regularidad, aunque sólo fuera por variar un poco nuestra vida. Pero Dané nunca me había atacado verbalmente como en este día concreto.
Asentí, me aparté de ella y me dirigí a mi parte de la cabaña antes de que me viera estallar en lágrimas.
—Ga...bri...elle, perdona. Por favor, déjame que te lo explique —me llamó por detrás mientras yo aceleraba el paso. Entré en mi parte de la cabaña y cerré la puerta. Estaba hecha de palos de bambú atados con lianas. Recuerdo ver a Dané construyendo las puertas. La observé mientras los músculos de la parte superior de su cuerpo se movían al ajustar y tirar de las lianas, entretejiéndolas con el bambú para que la puerta encajara bien. Aunque las puertas no impedirían que alguien entrara si realmente quería, nos daban a las dos intimidad cuando la queríamos.
La oí sofocar una maldición en francés cuando llegó ante mi puerta cerrada.
—Gabrielle, por favor, deja que hable contigo. Quiero disculparme.
—No. ¿Por qué no te vas a dar un paseo? — abrí la puerta y le dije con rabia— De hecho, si tanto deseas estar sola, ¿qué tal si me voy y construyo mi propia cabaña? Así no tendrás que oírme hablar todo el rato. ¿Qué te parece? —le pregunté con sarcasmo mientras me movía por mi habitación recogiendo mis escasas pertenencias, lo cual me llevó unos segundos. Al poco estaba lista para marcharme—. Aparta, por favor —ordené furiosa.
—No —dijo tajantemente, con rostro impasible.
—¿Cómo que no? —le pregunté con rabia.
—Que no —contestó de nuevo igual de tajante.
Decidí que si no se apartaba pasaría por encima de ella. Hay que tener en cuenta que Dané me sacaba sus buenos 15 centímetros, pero en ese momento estaba demasiado furiosa para planteármelo. Intenté pasar a su lado, pero siguió plantada tercamente en la puerta bloqueándome la salida.
—¡QUITA! —le grité enfurecida, empujándola por el hombro. Estaba ya hecha una furia y lo único que quería era que se quitara de en medio. Lo único que quería era salir de allí para poder lamerme las heridas en privado. Me resbaló una lágrima por la mejilla y me la sequé con rabia—. Escucha, pedazo de imbécil, te estoy dando lo que quieres, así que aparta el culo de mi camino. No quiero estar más contigo. —Sabía que me estaba comportando como una niña desagradable, pero estaba demasiado furiosa para que me importara.
Estaba a punto de perder los nervios. Decidí que iba a arrollar a Dané con todas mis fuerzas. Llegué incluso a bajar el hombro como un policía a punto de derribar una puerta. La golpeé con fuerza en el pecho, pero apenas se movió. Me rodeó el cuerpo con sus largos brazos y me levantó. Las dos nos estampamos contra el suelo. Ella aterrizó encima de mí con un golpe.
—¡SUÉLTAME! —grité, a punto de que me diera un ataque. Sabía que si no me marchaba deprisa, me pondría en ridículo al echarme a llorar.
—No —dijo suavemente contra mi pelo y yo me vine abajo mientras ella me tenía prisionera entre sus brazos. Estaba tan absolutamente furiosa con ella que casi me alegraba de que me tuviera sujetos los brazos. Quería estrangularla por hacerme daño y por hacer que me humillara delante de ella llorando.
—Maldita seas. ¿Por qué no dejas que me marche? —sollocé en su hombro. Apenas oí su respuesta porque tenía la cara hundida en mi cuello.

—Porque no puedo. —En su voz había tanta tristeza y dolor que me sentí mal por lo que le había dicho. Seguí sollozando durante un rato hasta que me sumí en un sueño agotado e inquieto en los brazos reconfortantes de Dané.

lunes, 20 de octubre de 2014

La Isla 6

La herida de Dané siguió curándose muy deprisa. Al poco tiempo, ya se movía sin necesidad de mi ayuda. Se le había ocurrido la idea de hacer una marca en el bote por cada día que estuviéramos en la isla. Cuando llevábamos casi dos meses en la isla, decidimos que debíamos trasladarnos más hacia el interior. Dané se había dedicado a explorar los alrededores mientras yo escribía en mis cuadernos en el bote. Fue ella en realidad la que determinó que estábamos en una isla, lo cual explicaba por qué no habíamos visto a nadie desde que desembarcamos aquí.
Dané también había descubierto el arroyo que era la fuente de la charca donde nos bañábamos. Estaba entusiasmada con el arroyo porque tenía esa manía de no bañarse en la misma agua que bebía. Yo también estaba entusiasmada por dentro con el arroyo, pero no se lo dije.
Había empezado a hacer un calor insoportable en la isla. Dané me explicó que los árboles protegían las zonas cercanas al agua de los rayos directos del sol. De modo que allí hacía mucho más fresco. Pensaba que debíamos trasladarnos más cerca del agua y construir algún tipo de refugio.
—Pero Dané, ¿y si aparece un barco y no estamos...? —Incluso después de dos meses, yo todavía creía que nos encontrarían. Sabía que mi familia no dejaría de buscarme hasta que tuviera pruebas concluyentes de que estábamos muertas.
—Ya lo he pensado —contestó—. Podría poner una gran pila de leña allí, en esas rocas, y si vemos un barco, podemos encenderla. Y he pensado que si colocamos el bote de pie en la arena y atamos tela de mi vestido en un palo, eso alertará a alguien que nos esté buscando, ¿no crees?
Tras pensarlo un momento, estuve de acuerdo. Empezaba a hacer demasiado calor para estar en la playa sin protección contra el sol. Además, sería agradable no tener que caminar quince minutos sólo para bañarnos y beber agua fresca.
—Bueno, ¿y dónde vamos a dormir? —pregunté con irritación. No sé por qué le estaba planteando tantas dificultades, pero estaba de mal humor.
—Tendremos que construir un refugio. Hay muchos árboles y cosas que podríamos usar más cerca del arroyo.
Dané enterró casi toda la proa del bote en la arena hasta que estuvo segura de que el bote no se iba a caer por el viento. Hizo lo mismo con el palo. Ató un trozo de lo que le quedaba de vestido en el extremo del palo y me hizo un gesto para que nos pusiéramos en camino.
Yo iba varios pasos por detrás de Dané, como siempre que íbamos de excursión para buscar comida. Era la mejor forma que tenía de observarla sin que ella me observara a mí. Al parecer, Dané tenía una vena púdica, mientras que yo hacía tiempo que había prescindido de mi vestido y me pasaba los días en combinación. Dané se había aferrado a lo que le quedaba de vestido como una niña pequeña a su mantita. Aún más curioso era el hecho de que no parecía importarle quitarse el vestido para nadar, pero en cuanto terminaba, volvía a ponérselo. Yo fingía dormitar en las rocas para poder observar a Dané jugando desnuda en el agua.
Nuestros cuerpos habían sufrido ciertos cambios desde que estábamos en la isla. Sólo para recoger comida hacía falta fuerza. Ella siempre había sido tirando a delgada, pero daba la impresión de que su cuerpo se estaba haciendo más fuerte por las cosas que teníamos que hacer para seguir con vida hasta que nos rescataran. Probablemente al principio nuestras familias no nos reconocerían. Dané y yo estábamos casi tres veces más morenas que antes de llegar a la isla. Yo había perdido toda mi rechonchez infantil y el sol me había aclarado el pelo, por lo que lo tenía el doble de rubio que antes. Dané tenía el pelo del mismo color que siempre, pero o lo llevaba suelto por la espalda o en una larga trenza que le llegaba a la cintura. Ninguna de las dos nos habíamos molestado en recogernos el pelo desde que estábamos en la isla, a fin de cuentas allí no había nadie que pudiera escandalizarse salvo nosotras dos. Y por dentro, a mí me encantaba el aspecto de Dané con el pelo suelto. A veces cogía una pequeña flor silvestre y se la ponía en el pelo oscuro o hacía una guirnalda para colocársela en la cabeza. Ella sonreía con sorna y me ponía los ojos en blanco, pero me di cuenta de que todas las veces se dejaba las flores puestas hasta que nos acostábamos esa noche. Sin embargo, sí que advertí que incluso cuando hacía más calor en la isla, seguía negándose a quitarse el vestido.
Dané me llevó hasta la zona que estaba a pocos pasos del arroyo.
—Estaba pensando que aquí vale. —Señaló un terreno bastante plano al abrigo de dos de los árboles más grandes de la zona—. Me parece que está bastante cerca del arroyo y de la charca y no tendremos problemas para ir a cualquiera de los dos. —Me miró como si estuviéramos contemplando una finca de primera calidad. Me encogí de hombros y dije:
—Está bien.
—Muy bien —dijo con tono apagado—. Voy a buscar cosas para construir. ¿Por qué no te pones a escribir... o a dibujar o algo? Volveré pronto.
—Bueno, ¿quieres que vaya contigo? —pregunté—. Yo también puedo traer cosas.
—No —se apresuró a contestar—. No, no hace falta. Vuelvo enseguida. —Se marchó antes de que yo pudiera decir nada más.
Me senté a la sombra del árbol más cercano y saqué mis cuadernos para escribir. Me quedé un momento con una página en blanco delante de mí, pensando en los pocos meses que llevábamos en la isla. Dané no había hablado conmigo del rescate ni una sola vez. De hecho, si yo mencionaba algo al respecto, ella contestaba lo más deprisa posible y cambiaba de tema. Aún más curiosa era la costumbre que había adquirido de adentrarse sola en la jungla. No es que hubiera mucho que temer, pero cuando regresaba parecía más tranquila y yo no conseguía imaginar por qué necesitaba alejarse de ese modo.
Dané volvió al claro una hora más tarde y como ya había vaticinado yo, estaba mucho más tranquila que antes. Llevaba a rastras unos árboles pequeños para construir la estructura de nuestro refugio. Me levanté de un salto para ayudarla y recibí una leve sonrisa de alivio, que acepté como agradecimiento. Tardamos casi una semana, pero por fin teníamos un refugio bastante resistente que aguantaría las ráfagas de viento que a veces azotaban la isla. Dané decía que, a juzgar por la riqueza de la vegetación, no le sorprendería que lloviera mucho en los meses de invierno.
No pensaría que íbamos a estar tanto tiempo aquí, ¿verdad? Dané me miró y dijo que claro que no, pero no parecía convencida. Volvió a la tarea de enrollar las fuertes lianas que había cortado de unos árboles.
A los cinco meses y medio de estancia en la isla ya teníamos una rutina bien establecida. Nos despertábamos por la mañana y nadábamos en la charca, lavando la poca ropa que nos quedaba. Dané iba entonces en busca de fruta por la jungla, cosa que por cierto se le daba mucho mejor que a mí. Recuerdo que la primera vez que la vi trepar a un árbol me quedé de piedra. Simplemente saltó al árbol lo más alto que pudo, luego echó una pierna alrededor del árbol y usó la fuerza para subir el resto. Dejaba caer dos o tres cocos y luego se deslizaba hacia abajo más deprisa que al subir. Era asombroso, pero como con todo parecía pensar que era algo normal.
Dané nunca dejaba de asombrarme. Una de las muchas cosas que sabía hacer era pescar. Había conseguido fabricar una red con varias de las resistentes lianas que colgaban por el bosque. Y casi todas las noches traía de vuelta a la cabaña un gran pez o una langosta. A veces, como cosa especial, buceaba para coger algunas de las grandes ostras que abundaban en el fondo del mar. Siempre se aseguraba de que tuviéramos suficiente para comer y yo se lo agradecía. Fue después de una de estas expediciones de pesca cuando Dané regresó con lo que se iba a convertir en su atuendo habitual.
Había cogido lo que quedaba de su vestido destrozado y lo había partido en dos grandes cuadrados. Uno se lo enrolló alrededor de la esbelta cintura estilo sarong, dejando las largas piernas libres. El otro trozo se lo enrolló alrededor del pecho. Y así salió del bosque con una ristra de peces. ¡Dios! pensé y aparté la mirada rápidamente. No sabía dónde mirar. Estaba tan hermosa. Su piel, como la mía, se había bronceado por los efectos del sol tropical, haciendo que sus ojos azules destacaran aún más con su piel morena. Su pelo, aunque normalmente lo llevaba en una trenza que le caía por la espalda para evitar enganchárselo en el follaje al moverse, estaba ahora suelto y le llegaba casi a la cintura. Tenía la tripa plana como si se la hubieran esculpido en piedra. Tuve que volverme de nuevo al notar que la falda le colgaba de las caderas justo por debajo del ombligo. Tomé aliento para calmarme.
—¿Te pongo incómoda? —me preguntó tan bajito que casi no la oí.
—¿Eh? —pregunté, parpadeando al mirar aquellos profundos ojos azules.
—Te pregunto que si te pongo incómoda por cómo voy vestida.
—Mmm, no, ¿por qué piensas eso, Dané? Oye, que yo he estado corriendo por ahí prácticamente en ropa interior desde el día que llegamos.
—Sí, pero eso es porque usaste tu vestido para hacer vendas y para llevarme hasta la orilla.
Le había contado a Dané el horror de tener que nadar hasta la orilla una noche durante la cena. Se quedó sentada embelesada mientras le contaba cómo había conseguido burlar al mar.
—Es que así es mucho más fácil pescar —me explicó—. Y además, tampoco quedaba mucho vestido.
—No pasa nada, Dané. —Me acerqué a ella, le puse la mano en el brazo y la aparté de inmediato como si me hubiera quemado—. Creo que estás muy guapa —le dije e incluso conseguí sonreírle ligeramente. Ella me sonrió a su vez levemente y se puso a preparar el pescado para cocinarlo. Dané siempre limpiaba y preparaba el pescado antes de traerlo al campamento. Decía que usaba las entrañas como cebo, pero creo que lo hacía porque la primera vez que limpié una de sus pescas, acabé vomitando. Le prometí que no volvería a pasar, pero creo que no quería correr el riesgo.
Dané cogió el palo afilado que usábamos para colocar el pescado sobre el fuego para cocinarlo. Era una de las cosas que más me gustaba verle hacer. Me dijo que de niña había leído en un libro cómo se hacía. A mí todo aquello me resultaba pasmoso.
No mucho después de llegar a la isla, empecé a quedarme sin cerillas. Nos quedaban sólo tres cuando Dané dijo que se le había ocurrido una idea. Me preguntó si todavía tenía la vieja lata de tabaco que había usado para recoger agua de lluvia. Por algún motivo, había decidido quedarme con la lata y se la di. Soltó una exclamación de alegría al ver que tenía una tapa en el fondo.
—¿Qué vas a hacer con ella? —pregunté.
—Vamos a hacer fuego con ella —contestó con su sonrisa más suficiente—. Observa y pásmate —dijo como un animador de circo a un grupo de niños. Me cogió la bolsa y sacó las cerillas que quedaban, unas tiras de mi viejo vestido, la lata y el cuchillo. Lo miré con desagrado y ella me dijo que no me preocupara, que tener este cuchillo era lo que nos permitiría sobrevivir.
La miré totalmente pasmada mientras hacía un agujero en la tapa de la lata de tabaco. Luego cogió las tiras de tela y las cortó en ocho cuadrados iguales que colocó al fondo de la lata y luego la cerró con la tapa. Luego me hizo prender la que bien podría ser nuestra última fogata si lo que estaba planeando hacer no funcionaba. Colocó la lata al borde del fuego hasta que se puso muy caliente. Cuando pensó que ya estaba bastante caliente, apartó la lata del fuego con dos palos.
—Tienes que esperar a que deje de salir humo por arriba.
Asentí distraída. No sabía a qué venía todo esto, pero Dané se estaba divirtiendo así que intenté prestar atención. Cuando la lata se enfrió, Dané la abrió y miró dentro. Declaró que la tela calcinada del interior era perfecta para lo que necesitábamos.
—¿Y qué necesitamos? —le pregunté con impaciencia.
—Ahh, paciencia, pequeña. Primero necesitamos unas cuantas cosas. Quiero que recojas toda la hierba seca y ramitas que encuentres. Ahora mismo vuelvo, necesito una cosa más.
—Eh, espera, ¿dónde vas? —le pregunté exasperada. Odiaba las sorpresas y ella lo sabía, me estaba embaucando para volverme loca.
—Ya lo verás cuando vuelva —me contestó por encima del hombro.
Refunfuñando, fui en busca de hierba seca y ramitas, que, por cierto, no eran fáciles de encontrar en una isla tropical. Sin dejar de rezongar cuando volví, vi que Dané ya había regresado y estaba arrodillada junto al hoyo de nuestra hoguera. Desgraciadamente, el fuego que había prendido con una cerilla ya se había apagado y ahora sólo nos quedaban dos cerillas.
—Maldita sea —grité—. Debería haber echado leña al fuego antes de irme.
Dané sonrió burlona y me dijo que no me preocupara: si no se equivocaba, no necesitaríamos esas dos últimas cerillas.
Me hizo poner la hierba seca y las ramitas en el hoyo que usábamos para nuestras fogatas y luego añadió al montoncito un trozo de tela calcinada. Lo llamó carbón. Me limité a asentir y me pregunté en secreto si había perdido la cabeza. Me explicó que mientras nos aseguráramos de hacer siempre carbón, todo iría bien. Dané cogió un trozo de pedernal que evidentemente se había traído del arroyo. Entonces, con el cuchillo en la otra mano, empezó a golpear el cuchillo en ángulo y me quedé pasmada al ver que salían chispas. A los pocos minutos teníamos una llamita que alimentamos con palitos secos hasta que se convirtió en un buen fuego. Miré a mi compañera con la boca abierta.
—¿Cómo has hecho eso?
Me echó una de sus características sonrisas burlonas y contestó:

—Sé hacer muchas cosas.

miércoles, 15 de octubre de 2014

La Isla 5

Apartando los dedos rápidamente como una niña a la que hubieran pillado con la mano metida en la caja de las galletas, me incliné hacia ella.
—Dané, ¿estás bien?
Me miró confusa un momento antes de abrir la boca como para hablar.
—¿Gabrielle? ¿Estás bien? —preguntó—. ¿Te han hecho daño?
No pude evitar estallar en lágrimas.
—No... no, no me han hecho daño, pero a ti sí que te lo han hecho —le dije, acariciándole la cabeza con una tira de tela limpia.
—¿Cuánto tiempo? —dijo con voz ronca. Me di cuenta de que quería decir cuánto tiempo había estado desmayada. Miré al cielo incandescente y contesté la verdad.
—No lo sé, Dané. Estaba un poco ida al principio, pero me parece que han pasado unos cuatro días.
Siguió mirándome un momento y luego preguntó, en voz tan baja que tuve que inclinarme sobre ella para oír lo que decía.
—¿Qué te ha pasado, Gabby? ¿Dónde está tu ropa?
Por primera vez pensé en lo que debía de parecerle. Notaba mi piel reseca rebelándose contra el sol caliente al rajarse y pelárseme en la cara, los hombros y los labios. Mi pelo hacía tiempo que había dejado de parecer mínimamente organizado y ¿mi vestido? Bueno, había prescindido de los restos harapientos que quedaban de él para usarlos como vendas para Dané. Estaba roja como un cangrejo y vestida tan sólo con mi combinación y mi ropa interior.
Me eché a reír. Me reí tanto que tuve que echarme junto al cuerpo de Dané por temor a caerme encima de ella. Mi risa no tardó en transformarse en llanto y descubrí que Dané me estaba consolando dándome palmaditas distraídas en la espalda para intentar reconfortarme. Aunque apreciaba el esfuerzo que estaba haciendo, lo cierto era que carecía de esa capacidad para consolar.
Después de suspirar con un hipo, me incorporé y la miré.
—Perdona, es que se me ha venido todo encima de golpe. Creía... tenía miedo de que no fueras a sobrevivir, Dané. Me puse contentísima cuando vi tierra y luego, cuando conseguí traer el bote hasta aquí, estaba segura de que alguien podría ayudarte, pero cuando no encontré a nadie, volví a sentir miedo por ti.
—No pasa nada, soy dura —me dijo con la voz ronca—. ¿Dónde estamos? —preguntó, intentando mirar a su alrededor desde donde estaba tumbada en el fondo del bote. Lo único que veía era el cielo azul a la derecha y a la izquierda las copas de los árboles donde yo había tratado de buscar alimento.
—No lo sé. Sea donde sea, está muy aislado. No he visto ni oído a nadie desde que llegamos aquí. Aunque la verdad es que no he tenido un momento para explorar, tenía miedo de alejarme demasiado tiempo de ti —le dije con una débil sonrisa—. He conseguido recoger un poco de fruta y algunos cangrejos pequeños que parecen correr a sus anchas por esta playa, pero eso es todo. ¿Tienes hambre, Dané? —le pregunté, recordando por primera vez que mi paciente herida no había comido desde hacía más de cuatro días—. He conseguido que tomaras un poco de leche de coco, pero tenía miedo de que te ahogaras con algo más sustancioso. —Las imágenes fugaces de Dané chupándome antes los dedos hicieron que me volviera a ruborizar.
—¿Estás bien? —preguntó.
—Sí, estoy bien, creo que el sol me ha hecho estragos en la piel, pero ya se me pondrá bien.
Tratando de cambiar de tema rápidamente, le volví a preguntar si resistiría comer algo. Dané dijo que no lo sabía, pero que creía que podría aguantar la leche de coco. Decidí que no era una buena idea darle la leche como lo había hecho cuando estaba inconsciente. En cambio, le sostuve la cabeza apoyada en mis piernas cruzadas y le di el resto de la leche tibia. Al cabo de unos pocos sorbos hizo un gesto negativo con la cabeza y se apartó del cuenco improvisado.
—Está bien, eso servirá por ahora, pero Dané, creo que vas a tener que intentar comer algo de fruta si quieres recuperar las fuerzas.
Ella asintió cansada mientras le volvía a colocar la cabeza sobre su almohada/chaleco salvavidas.
—Dané, ¿te importa que te mire la herida antes de que te duermas? Me preocupa que no nos quede mucha luz y me gustaría limpiarla antes de que se ponga muy oscuro.
Volvió a asentir con cansancio y yo intenté colocarla de lado para poder llegar a la herida. Al hacerlo, le expliqué que me había visto obligada a cauterizarle la herida y que había usado agua de lluvia para limpiarla lo mejor que había podido. También le expliqué que sus vendas procedían de mi vestido, lo cual explicaba mi actual estado de desnudez. Después de limpiarle y vendarle la espalda la ayudé a darse la vuelta. Aunque no había dicho ni una palabra en todo este tiempo, me di cuenta por su respiración rápida y agitada de que le dolía mucho. Usé lo que quedaba del agua de lluvia para mojar otra tira de tela limpia, que empleé para humedecerle los labios y luego la frente.
—¿Mejor? —pregunté en voz baja.
—Sí —fue su respuesta gutural—. Lo has hecho bien —susurró antes de cerrar los ojos y sumirse en un sueño agotado y reparador. Dejé que se me escapara otra lágrima antes de acomodarme a su lado y contemplar el sol mientras se hundía en el mar.
A la mañana siguiente me despertaron de nuevo los fuertes gritos de las gaviotas que volaban por encima.
—¿Pero por qué hacen tanto ruido? —pregunté sin dirigirme a nadie en concreto. Me desperté del todo al oír la risa grave de mi compañera de bote, que evidentemente llevaba despierta un rato.
—Vaya, pero que gruñona estás por la mañana, pequeña.
Me incorporé de golpe y vi la conocida e irritante sonrisa burlona de Dané Courtier.
—¡Oh, Dios mío, Dané, estás bien! —murmuré.
—Pues sí —me contestó con su habitual tono de burla—. ¿Es que no lo esperabas? Por lo que me han dicho, he recibido los mejores cuidados posibles.
Como siempre, me sonrojé ante sus burlas.
—Creía que lo de ayer era un sueño o una alucinación. Pero no es así, estás bien de verdad.
—Sí, un poco dolorida, pero creo que viviré. Oye, ¿me ayudas a sentarme? Estoy un poco harta de estar tumbada en este bote.
—Claro ¿pero crees que debes? No quiero que se te vuelva a abrir la herida. Sólo han pasado unos días y has estado sangrando mucho.
—Me curo deprisa, Gabrielle. Seguro que no pasa nada. Además, tengo que ocuparme de unos asuntos y a menos que quieras que lo haga donde dormimos, te sugiero que me ayudes a levantarme.
Me sonrojé de nuevo y la ayude a sentarse.
—Espera —resolló. Mientras recuperaba el aliento, miré por la playa en busca de un palo que pudiera usar para sujetarse. Al encontrar el palo que había usado para derribar la fruta, volví con él al bote.
Ayudé a Dané a ponerse de pie y tras un momento de pánico en que pensé que nos íbamos a desplomar en el suelo, Dané pareció recuperar el equilibrio.
—Uuuf —resopló al ver la zona por primera vez—. ¿El servicio de señoras está por allí? —gruñó.
Sonreí.
—Sí, por ahí es. —Le pasé el palo cuando salió del bote. Dejé que se apoyara en mí por un lado mientras usaba el palo para sostenerse por el otro. Nos dirigimos despacio a la espesa jungla de árboles que cubría el borde de la playa.
Justo nada más pasada la línea de árboles, nos encontramos con un árbol que parecía tener su propio criterio sobre cómo quería crecer. En vez de en vertical, quería crecer en diagonal con respecto al suelo.
—Bueno, esto vale. Podré sujetarme muy bien apoyándome en este árbol. —Empecé a protestar, pero me detuvo con una expresión severa—. Lo siento, Gabrielle. —Pronunció mi nombre como si tuviera tres sílabas bien diferenciadas, Ga-bri-elle—. No voy a permitir que te quedes ahí mientras atiendo a la llamada de la naturaleza. Aprecio el cuidado que me estás dando, pero no soy una niña, así que tienes que irte a otra parte mientras hago esto. Estaré bien.
Me quedé mirándola con la boca abierta. Creo que era el mayor número de palabras que le había oído decir de corrido. Salí de mi trance cuando un dedo cálido me empujó suavemente la barbilla para cerrarme la boca.
—Ahora da la vuelta y me reuniré contigo cuando haya terminado. —Con eso, me dio la vuelta y con un ligero empujón en la espalda, me puso en marcha.
Me senté en una gran roca medio enterrada en la arena blanca y pensé entristecida: Bueno, si tenemos que quedarnos aquí varadas unos cuantos días, al menos es bonito. Dané salió de entre los árboles en ese momento y me levanté de un salto para ayudarla.
—Estás muy pálida, ¿estás bien? —le pregunté.
—Sí —afirmó—. Pero creo que me he pasado un poco. Necesito echarme. —Su voz, normalmente fuerte, sonaba débil, y tenía la piel palidísima. Me eché su brazo fláccido alrededor de los hombros y medio la arrastré, medio la llevé de vuelta al bote.
—Dané, esto no va bien. No sé qué hacer —le dije preocupada mientras la ayudaba a pasar por encima de la borda del bote.
—Shh, no pasa nada —me consoló—. Sólo necesito descansar. Creo que debo de haber perdido mucha sangre y hace días que no como.
—He encontrado plátanos, frutos del pan, papayas y cocos, Dané —le dije animadamente—. Y también cangrejos. ¿Crees que podrías comer un poco?
—Conque sí, ¿eh? —Sonrió burlona—. Me lo estabas ocultando, ¿eh? Y yo que pensaba que nos estábamos muriendo de hambre y tú has salido a hacer la compra —bromeó—. ¿Me has guardado algo? En el barco me di cuenta de que comes lo tuyo.
—¡Oye! —exclamé, enfadándome—. No es que estuvieras despierta, así que no te podía dar comida. A menos que quisieras que te la metiera a la fuerza por la garganta mientras estabas inconsciente. Ya me ha costado bastante hacerte tomar un poco de leche de coco. —Estaba a punto de que me diera un auténtico ataque de rabia cuando noté que su sonrisa burlona de siempre empezaba a desaparecer.
—¿Me has dado de comer? —preguntó cansada—. ¿Cuando estaba desmayada? ¿Cómo lo has hecho?
—Yo... mmm... —Me sonrojé muchísimo y ella me miró con una ceja enarcada, claramente confusa por mi reacción—. Me... mmm... puse un poco en los dedos y tú... mmm...
—¿Eras tú? —preguntó—. Creía que era un sueño.
Ahora mismo que estoy escribiendo esto, todavía tengo que ver a Dané colorada de verdad, pero podría haber jurado que así se puso aquel día y yo no sabía por qué. Estaba segura de que no estaba despierta y no podía haber visto mis reacciones cuando me chupaba los dedos.
—Mmm... Dané, ¿crees que ahora podrías con un poco de comida sólida? —pregunté, tratando de cambiar de tema.
—No lo sé. Creo que ahora mismo estoy demasiado cansada. Preferiría echar una siesta primero, si no te importa.
—Claro, muy bien —le dije—. Quiero echar un vistazo por los alrededores para ver si encuentro algo o a alguien que nos ayude. Si me necesitas, grita. No iré muy lejos, ¿vale?
—Mmm —murmuró, cerrando ya los ojos. Tapé el bote encima de su cabeza con la gran hoja para impedir que se quemara con el sol.
Me dirigí a la línea de árboles, dispuesta a encontrar ayuda. Atravesar la densa vegetación no fue en absoluto tan difícil como pensaba. Había renunciado a llamar pidiendo ayuda y simplemente seguí caminando. Tras cruzar la barrera inicial que separaba la playa de la jungla, casi era fácil andar. A excepción de unas cuantas raíces que estaban por encima del suelo, el camino estaba despejado.
Prácticamente no había visto más fauna que las aves y los cangrejos de la zona. Ni siquiera había visto una ardilla u otro tipo de animal del bosque y pensé que eso no era muy normal.
Los árboles no eran muy grandes, pero eran de lo más exuberante. La vista estaba salpicada de enormes flores de vivos colores como en un cuadro muy vulgar que había visto una vez. El hecho de que fueran reales y tuvieran un aroma exquisito eliminaba la vulgaridad y me llenaba de alegría.
Continué mi exploración sin fijarme mucho por dónde iba (como era habitual en mí) y tropecé con una raíz descubierta. Antes de poder evitarlo, salí volando por encima del borde del camino natural que había estado siguiendo. Tuve un momento de pánico total y luego me quedé sin aire por la costalada y con un fuerte dolor de cabeza, al aterrizar en mitad agua y mitad tierra.
Lo primero que noté cuando recuperé el aliento fue el dolor de cabeza que tenía y el agua que me acariciaba el muslo. Me senté toda temblorosa y contemplé lo que me rodeaba. Había aterrizado en una pequeña y limpia charca casi oculta por la densa vegetación. La charca estaba rodeada por una pared de rocas casi tan altas como yo y la espesa y verde vegetación caía por encima de las rocas. Podría haber pasado al lado sin verlo de no haber tropezado y caído dentro.
Mientras absorbía la belleza de este lugar, observé a dos pájaros de alegres colores que bajaron volando y se posaron justo a mi lado. Los dos me miraron con curiosidad, ladeando la cabeza como diciendo, ¿Tú qué eres? Luego se pusieron a beber de la charca. Los miré fascinada mientras trataba de olvidarme de lo seca que tenía la garganta. Terminaron de beber con calma, me echaron otra mirada desconfiada y salieron volando hacia los árboles de arriba.
Salí de mi ensueño, me acerqué más a la charca y me incliné para beber.
—Vamos allá —dije al aire y cogí un poco de agua. Estaba fresca y limpia: fue lo mejor que había bebido en mi vida. Prescindí de los buenos modales (al fin y al cabo, no había nadie que pudiera verme) y metí toda la cabeza en el agua para beber—. Qué maravilla —murmuré cuando quedé saciada. Nunca había apreciado los méritos del agua, de hecho, solía despreciarla a favor del té o la leche, pero esto era pura ambrosía.
Tras mirar rápidamente a mí alrededor y asegurarme de que estaba sola, me quité la combinación y entré despacio en el agua fresca.
—Oh —suspiré en voz alta al sumergirme en el agua hasta el cuello. Metí el pelo en el agua y me lo lavé lo mejor que pude. Al pensar en Dané echada en el bote en la playa, aceleré mi baño. Al salir de la charca, la idea de ponerme la mugrienta combinación me dio tanto asco que decidí lavarla junto con mi ropa interior. Hacía tanto calor que estaba segura de que tendría la ropa casi seca antes de volver a la playa. Encontré un gran palo de caña caído y hueco por dentro gracias a los insectos y lo llené de agua.
Dané estaba despierta y sentada en el bote cuando regresé. Sonrió al ver mi pelo mojado echado hacia atrás y mi combinación húmeda.
—Vaya, parece que te has refrescado.
Le sonreí, sin querer ofenderme por su sonrisita provocativa.
—Sí. He encontrado una charca de agua dulce en la jungla y te he traído agua para que bebas. —Le pasé el palo, que cogió agradecida. Se detuvo y miró dentro del palo que le había dado—. Adelante, he visto a unos pájaros que la bebían primero y luego he bebido yo. El agua está bien, no te hará daño —la tranquilicé.
—No, no es eso —dijo y me miró con la ceja enarcada—. ¿Has cogido el agua antes o después de lavar tus bragas en esa charca? —preguntó.
Noté que mi mandíbula traicionera se abría y me quedé mirándola sin dar crédito.
—Pero qué cosa más desagradecida...
Levantó las manos como para protegerse de mis golpes verbales y me echó una sonrisa auténtica, no la burlona de siempre.
—Perdona, es que no puedo evitar tomarte el pelo, te dejas provocar tan fácilmente —dijo riendo. Luego se llevó el palo a los labios y bebió un buen trago.
Sonreí mientras se tragaba hasta la última gota de agua. Cuando terminó, esbocé mi propia sonrisa burlona, me acerqué mucho a ella, la miré directamente a los ojos y susurré:
—He cogido el agua después de lavar mis bragas. —Le di una palmadita en la cabeza y salí corriendo carcajeándome por la playa, perseguida por los insultos que me lanzaba en francés.
Dané aceptó una tregua cuando la tenté con la cena que estaba haciendo. Había atrapado varios de esos cangrejos azules y tras encender un nuevo fuego (esta vez sólo necesité dos cerillas), los tenía sobre unas piedras calientes tostándose al fuego. También había recogido bayas silvestres, papayas y plátanos. Junto con la leche de coco, era una comida bastante suculenta.
—Escucha, Dané —dije—. Ya me he disculpado, ¿vale? No lo pensé hasta que ya me había bañado y lavado mis cosas. Además era una charca bastante grande.
Dané se reclinó en el bote, con aspecto algo cansado.
—Ga...bri...elle, quiero que lo sepas: me curo muy deprisa y cuando esté mejor, más te vale estar preparada porque te voy a hacer pagar por eso.
La sonrisa que tenía en la cara era malévola y por primera vez lamenté mi decisión de decirle lo del agua. ¡Me había metido en un buen lío y lo sabía!
—Dané, ¿cuánto crees que tardarán en encontrarnos?
—No lo sé. A decir verdad, me preocupa un poco que no nos hayan encontrado aún.
Hacía ya tres días que habíamos desembarcado en esta playa. La salud de Dané iba mejorando y parecía estar recuperando el color.
—¿Crees que hoy podrías caminar un poco después de visitar el bosque?
Mis días habían consistido en acompañar a Dané al bosque para que hiciera sus necesidades y en hacer acopio de comida y agua. Era una tarea durísima que me dejaba exhausta al final del día. Sin embargo, impedía que me preocupara por el hecho de que a estas alturas Dané y yo hacía más de una semana que habíamos desaparecido y todavía no nos habían encontrado. Hacía ya tiempo que había dejado de llamar pidiendo ayuda mientras buscaba comida. Había llegado a la conclusión de que estábamos solas en aquella zona. Curiosamente, en lugar de asustarme, esto me reconfortaba. No había nada que pudiera hacernos daño y en el fondo estaba convencida de que no tardarían en encontrarnos.
Dané se dio la vuelta para que le examinara la herida. Sorprendentemente, me dejaba que la examinara sin apenas protestar. Le miré la herida con asombro.
—Ya lo creo que te curas deprisa —le dije por enésima vez.
Se rió como siempre y la ayudé a sentarse apoyada en uno de los bancos del bote.
—Oye —exclamé, al ocurrírseme una idea—. ¿Qué te parece si vamos a la charca? Podrías beber todo lo que quisieras y no tendrías que depender de que yo te traiga el agua en esos palos. Además —añadí con tono de burla—, no te vendría mal darte un baño. —Arrugué la nariz a propósito e intenté parecer molesta.
—Vale, vale, ya me entero. Ayúdame a levantarme, niña.
Poner a Dané de pie ya no era tan difícil como al principio. Unos cuantos días de reposo con comida y agua en el estómago habían conseguido que fuera recuperando las fuerzas. La ayudé a salir del bote, advirtiendo que esta vez sólo hizo una ligera mueca de dolor, y la llevé hasta los árboles despacio. El trayecto, que normalmente era de unos quince minutos, nos llevó a Dané y a mí media hora con un par de paradas para descansar. Dané sudaba abundantemente cuando llegamos a la charca. Yo empezaba a lamentar mi decisión de permitirle caminar tanto cuando alcanzamos la charca.
—¡Oh, vaya, es estupendo! —exclamó al mirar el lugar que estaba como a metro y medio por debajo de nosotras—. ¿Cómo bajamos hasta ahí?
—¡Ooh, maldita sea! —exclamé y luego me puse como un tomate cuando Dané me miró con una ceja enarcada. Siempre había oído a mi padre decir eso y veía a mi madre dándole un palmetazo por maldecir delante de nosotras. No había contado con que Dané estaba herida. Yo siempre bajaba deslizándome por la pared de roca de metro y medio cuando venía aquí para beber y bañarme.
—Lo siento, Dané, no lo he pensado, sólo pensé que te gustaría darte un baño. No se me ha ocurrido que tendríamos que bajar hasta ahí.
—¿Cómo has encontrado este sitio? —Preguntó Dané—. Yo nunca lo habría encontrado aunque lo estuviera buscando.
—Pues... mmm... tropecé con él —le dije, intentando no decirle que en realidad había encontrado la charca al caerme literalmente por el borde de la pequeña altura sobre la que estábamos ahora.
—Ya, a ver si lo adivino. Encontraste este lugar del mismo modo que nos conocimos nosotras, ¿verdad?
—Mmm, sí —dije—. Vamos, creo que podemos bajar si vamos por aquí.
Avancé con Dané unos doscientos metros más. El terreno había empezado a bajar y por fin, con muy poco esfuerzo, conseguí bajar a Dané hasta el agua.
La senté en la pequeña franja de arena que bordeaba la charca y las dos nos desnudamos a toda prisa. Estaba tan emocionada que ni pensé en que iba a estar desnuda delante de mi amiga, de hecho, cuando ya estaba en ropa interior, me volví para ayudar a Dané y vi que ella había hecho lo mismo.
Dios mío, qué bella es, gritó mi mente con tanta fuerza que si no fuera porque Dané no levantó la mirada, habría creído que lo había dicho en voz alta. Dané había terminado de soltarse el pelo y ahora estaba sentada en ropa interior con el largo pelo negro ondeando al viento. Aunque seguía muy pálida y débil por la herida, me di cuenta de que era una mujer muy fuerte. Los brazos que rodeaban sus piernas dobladas parecían muy fornidos. Observé los movimientos de los músculos de su estómago al respirar.
—¿Gabby? —dijo bruscamente. Vi que tenía la ceja enarcada y me pregunté cuántas veces me había llamado—. ¿Estás lista?
—Ah, sí, estoy lista —le dije. Dejé que utilizara mi hombro para sostenerse mientras entrábamos en la charca.
—Ooh —suspiró al adentrarse en la charca. La piel cálida se le puso inmediatamente de gallina al entrar en contacto con el agua fresca.
Cuando ya estábamos cerca del centro de la charca, a Dané el agua apenas le llegaba al pecho, pero a mí ya me rozaba la barbilla.
—Ojalá tuviéramos jabón —dijo mientras las dos intentábamos bañarnos en el agua como mejor podíamos—. Venga, te lavo el pelo si tú me lavas el mío —dijo. Sin esperar respuesta, me dio la espalda, hundió el largo pelo en el agua y volvió a sacarlo. Como no teníamos jabón, me limité a pasar las manos por su sedoso pelo para desenredarlo y quitarle el sudor.
Disfruté al lavarle el pelo a Dané. No era sólo que el tacto de su pelo me encantaba, eran también los ruidos que hacía mientras le masajeaba el cuero cabelludo.
—¿Te gusta? —le pregunté al cabo de cinco minutos de masaje.
—Mmm-mmm —fue lo único que contestó.
Me esforcé por controlar la respiración mientras pasaba los dedos por el pelo de Dané. Se me encogió el estómago la primera vez que oí los gemidos de placer apenas audibles que emitía. De repente, me dieron ganas de darle la vuelta y besarla... besarle los hombros... besarle el cuerpo... besarle...

Tomé aliento con fuerza. ¿Pero qué demonios estoy pensando...? Dané no siente eso por mí y yo no debería sentir eso por ella... ¿verdad? Continué masajeando su pelo mientras dejaba vagar el pensamiento repasando las circunstancias que nos habían llevado a nuestra actual situación. Recordé mi reacción ante Dané en el barco y que sólo de pensar en ella empezaba a arder de rabia... ¿o era otra cosa que confundí con rabia? Me pregunto cómo voy a sobrevivir cuando me lave el pelo.

domingo, 5 de octubre de 2014

La Isla 4

Salí bruscamente de mi ensimismamiento a causa de una desagradable peste y el no menos desagradable dueño de dicha peste.
—Vaya, hola. Nate, mira esto.
—Jack, parece que tenemos a una jovencita que ha venido a jugar con nosotros.
Me pregunté estúpidamente si era posible que alguien tuviera los ojos gordos. Porque el cuerpo de este hombre era inmenso. Se me plantó justo delante, respirando con tanta dificultad que temí que fuera a morir ante mis propios ojos.
—¿Tú qué dices, niña? —preguntó el gordo, acariciándome el brazo con un grueso dedo.
—Estooo…, no, gracias. Estoy muy cansada. Estaba volviendo a mi habitación. —Empecé a apartarme de aquellos dos.
El bajito y sucio con cara de rata se lamió los labios y empezó a avanzar, frotándose las manos sudorosas en los pantalones por la excitación.
Me di cuenta demasiado tarde que había subestimado al gordo, que se lanzó rápidamente hacia mí y me agarró de los brazos, tirando de mí hacia él. Su aliento rancio empapado en alcohol cayó sobre mi cara.
—¿Qué creen que están haciendo? —exclamé.
—Vamos, monada, sólo queremos divertirnos un poco. Te prometo que tú también te lo pasarás bien.
Entonces, con total consternación por mi parte, pegó su boca apestosa a la mía. Me quedé paralizada del pasmo y el asco. Reaccioné mordiendo con toda la fuerza que pude la gruesa lengua que intentaba meterse en mi boca. El gordo chilló mientras yo seguía mordiéndole la sucia lengua. Su maloliente amigo con cara de rata se quedó pasmado y por fin logró apartarme de un empujón.
Eché a correr en la dirección por donde se había ido Dané, pero mis largas faldas me impedían correr todo lo deprisa que podía. Cuando acababa de doblar una esquina, me empujaron por detrás. Mi perseguidor y yo caímos de bruces con estruendo. Me golpeé de lleno en la cabeza con la cubierta y me desmayé.
Debí de estar sin sentido unos pocos segundos porque cuando volví en mí, el hombre con cara de rata estaba sentado a horcajadas encima de mí e intentaba levantarme las faldas para llegar a mis bragas. El gordo me sujetaba contra el suelo por los hombros. Estaba totalmente indefensa ante estos dos que pretendían deshonrarme.
—Oh, Dios, por favor —sollocé—. Por favor, no hagáis esto —les rogué mientras me debatía contra las manos que me sujetaban los hombros.
De repente, las manos dejaron de sujetarme y conseguí quitarme de encima al hombrecillo con cara de rata. Me levanté débilmente, con la cabeza dando vueltas, y vi que el gordo luchaba con una figura alta y oscura entre las sombras. Oí un grito sofocado y algo que sonó como un hueso al romperse. Observé la escena que se desarrollaba ante mí como si fuera una espectadora inocente que no estuviera implicada en absoluto.
Me dolía la cabeza horriblemente y me apoyé para sostenerme en un bote salvavidas que colgaba de una soga al costado del barco. Levanté los ojos justo a tiempo de ver la cara de rata sacarse algo reluciente del bolsillo trasero de los pantalones y acercarse por detrás a los dos combatientes entre las sombras. Abrí la boca para gritar una advertencia cuando el cara de rata acuchilló sin piedad a mi protector en la espalda con el objeto. Mi protector se tambaleó hacia delante. Al hacerlo, distinguí su cara a la luz de la luna.
—Dané —gemí cuando cayó de rodillas delante de mí, con ojos suplicantes.
—Ve... vete —murmuró. Se le pusieron los ojos en blanco y luego se cerraron. Cayó de bruces sobre la cubierta con un golpe.
—Dané —gemí de nuevo mientras todo a mí alrededor se iba quedando negro.
Recuperé el conocimiento acompañada por el ruido de mis dos atacantes discutiendo.
—No tenías por qué matarla, idiota.
—No estaba intentando matarla, sólo quería quitártela de encima. Tú eras el que chillaba como un puñetero bebé.
—Es que esa zorra me ha roto la nariz.
—¿Qué demonios vamos a hacer con esto? El capitán nos va a matar como lo descubra.
—No puede descubrirlo, al menos hasta que nos hayamos marchado de este barco.
—¿Qué hacemos? —lloriqueó el cara de rata—. Seguro que las dos nos pueden identificar.
—No, si nadie sabe dónde están.
—¿Qué quieres decir? —preguntó el cara de rata.
—Quiero decir que ésa ya está muerta. ¿Y si las tiramos a las dos por la borda?
—Yo no voy a matar a nadie, Nate.
—Pues tengo algo que decirte, amigo, ya lo has hecho.
—Bueno, eso ha sido un accidente, además, estaba intentando salvarte la vida.
—A ver qué le parece al capitán cuando se lo expliques.
—Bueno, ¿qué hacemos? No voy a matar a nadie más.
El gordo se quedó pensando un momento.
—¿Y si las metemos en ese bote salvavidas y las dejamos a la deriva? Ya será por la mañana antes de que nadie se dé cuenta y pasarán días hasta que echen de menos el bote.
—¡Qué buena idea! —chilló el cara de rata.
—Vamos, ayúdame con ésta —gruñó el gordo, y el cara de rata y él levantaron a Dané bruscamente y la depositaron en el bote salvavidas.
Apenas conseguí evitar encogerme cuando noté que sus sucias manos me levantaban y me depositaban con igual brusquedad al lado de Dané.
—Toma, ésta es la bolsa de la bajita.
Sentí que los cuadernos me golpeaban dolorosamente las rodillas cuando mi bolsa cayó al bote con Dané y conmigo.
—A ver, ¿dónde está ese cuchillo, Jack?
Sentí que el miedo me atenazaba al pensar que tal vez fuera a acuchillarnos antes de bajar el bote, pero en cambio lo oí gruñir por encima de nosotras mientras intentaba cortar los nudos que sujetaban nuestro bote.
—Eh, espera. No los cortes, bájalas al agua, así se notará menos.
El gordo asintió con un gruñido y nos bajó al océano.
—Eh, líbrate de ese cuchillo —le dijo el gordo al cara de rata—. Está cubierto de la sangre de la alta.
No pude evitar encogerme cuando oí el ruido del cuchillo al caer en el bote a mi lado.
—Oye, ésa se ha movido, la he visto.
—¿Y qué más da? Ya nos habremos ido antes de que esas dos tengan ocasión de contárselo a nadie. Si es que tienen ocasión de contarlo.
Noté que el pequeño bote se mecía con la corriente. Me atravesó una punzada de miedo al pensar que íbamos a quedar a la deriva. Pensé en gritar pidiendo ayuda, pero luego recordé que los hombres habían estado a punto de acabar con Dané y conmigo hacía apenas un momento. Oí vagamente la música de la banda que iba desvaneciéndose. La corriente se apoderó del pequeño bote y nos dejó a la deriva en la estela del barco mucho más grande.
Estoy viva, pensé entusiasmada. Traté de mover las manos débiles y me topé con un cuerpo blando a mi lado.
Dané, pensé. Intenté sentarme, pero la cabeza me estallaba de dolor. Caí hacia delante y acabé con la cabeza en el hombro de Dané.
—Por favor, no me dejes —susurré al hundirme en la oscuridad bienhechora que era la inconsciencia.
Lo primero de lo que fui consciente fue del ruido, o más bien debería decir la falta de ruido, y el calor. Antes de abrir siquiera los ojos noté que iba a tener la cara y las manos muy quemadas. Me quedé allí tumbada un momento, temiendo abrir los ojos. Dané, pensé. Sin duda tenía que estar muerta. Un leve gemido fue lo único que logré emitir. Sentía de verdad que no podía hacer otra cosa más que quedarme allí tumbada y dejar que el destino siguiera su curso. Dané debería haber dejado que me tomaran. Al menos estaría viva.
Una vocecita dentro de mi cabeza preguntó: ¿Y si no está muerta, Gabby? Esto me hizo abrir los ojos de golpe como reflejo y al instante deseé no haberlo hecho. Una luz tan deslumbrante que estaba segura de que me había dejado ciega asaltó mis ojos. Cerré los párpados de golpe y me tapé los ojos con el brazo. Me quedé allí sufriendo hasta que el escozor que tenía detrás de los párpados cedió lo suficiente como para que intentara incorporarme en el bote que se mecía suavemente. Volví a abrir los ojos con cautela.
—Dané —grazné. Mis labios protestaron por el movimiento rajándose en varios puntos, pero no hice caso. Dané no tenía buen aspecto. Si no estaba muerta ya, no tardaría en estarlo.
Noté por primera vez que estaba echada en un charco de su propia sangre que ahora se estaba coagulando en el bote debajo de su vestido. Su piel estaba pálida y sin vida. No sé si alguna vez he tenido más miedo en mi vida que en ese momento.
Me acerqué a Danté todo lo deprisa que pude sin hacer que el bote se bamboleara demasiado.
Aunque no tenía la piel quemada, sus labios, como los míos, estaban cortados. Le puse la mano encima de la boca y sollocé de alivio al notar su ligera respiración. Rápidamente, arranqué una larga tira de tela de mi vestido y mojé la tela en el agua asomándome por la borda. Le puse la tela hecha una bola detrás del cuello, con la esperanza de enfriarle la piel febril.
Por primera vez empecé a fijarme en lo que nos rodeaba. Sólo veía agua. Océano hasta donde alcanzaba la vista. Sofocando otro sollozo, decidí concentrarme en Dané. En estos momentos no podía preocuparme por la tierra, o la falta de tierra. Tenía que ayudar a Dané o no sobreviviría un día más. Me acerqué despacio todo lo que pude a ella y me puse a hacer tiras con la parte inferior de mi vestido. Estuve tentada de quitarme todo el vestido y quedarme en ropa interior, pero algo me dijo que necesitaba la ropa para protegerme del sol, aunque hacía un calor espantoso.
Cuando tuve suficientes tiras de tela, emprendí la ardua tarea de colocar a Dané boca abajo. Aunque ella era una chica de huesos delgados, era mucho más alta que yo y a mí no me quedaba mucha energía. Después de mucho gruñido y mucho sudor, por fin logré darle la vuelta y pude ver mejor su herida.
—Oh, Dios mío —gemí. La herida de Dané tenía muy mal aspecto. Recordé vagamente que había oído a mi padre decir que era más probable que una persona muriera por pérdida de sangre que por la herida misma. Así que había que coser la herida. Pero sabía que no había forma de coser a Dané, ya que no tenía ni hilo ni aguja para hacerlo. Pero tenía que encontrar una manera de parar la hemorragia. De repente, recordé las imágenes de los viejos libros de medicina de mi padre sobre heridas cauterizadas.
Recordé que tenía las cerillas que mi padre me había comprado para quemar los carboncillos de mi bolsa. Me apresuré a coger mi bolsa y saqué la caja de metal donde estaban las cerillas. Decidí que si podía limpiar el cuchillo que Nate había lanzado al bote para cauterizar la herida de Dané, ésta podría tener una posibilidad de sobrevivir. De modo que mojé el cuchillo en el océano por encima de la borda y limpié toda la sangre que había en él. Prendí un poco de tela de mi vestido y unos lápices y me puse a calentar la hoja del cuchillo hasta que se puso incandescente a la luz del amanecer. Cuando pensé que ya estaba bastante caliente, me arrastré hasta Dané y después de susurrarle lo mucho que lo sentía, apreté el cuchillo caliente contra su herida. Hice una mueca al oler la piel y la sangre quemadas por el cuchillo al rojo.
Me acordé de las tiras que había arrancado de mi vestido y pensé que tal vez podría vendar la herida con tanta fuerza que su cuerpo podría tener tiempo de curarse. Sabía que la cosa era incierta como mucho, pero si pudiera detener la hemorragia, Dané tendría alguna posibilidad.
No sé cuánto tardé en colocar las nueve tiras de tela alrededor de Dané, pero debieron de pasar unas horas. Mantuve a propósito la mente concentrada en mi tarea. Siempre que sentía que lo que estaba haciendo era inútil, miraba la cara de Dané y recordaba que se encontraba en esta situación por mi causa. Sentía una vaga preocupación porque Danté no se quejó ni una sola vez mientras me ocupaba de su herida. Lo hacía con todo el cuidado posible, pero sabía que tenía que ser muy doloroso. Después de mojar una vez más la tela que le había puesto en la nuca, me eché a su lado para descansar.
El sol ya se estaba hundiendo en su lecho de agua y el aire había empezado a enfriarse notablemente. Rodeé a Dané con los brazos y me pegué a ella todo lo posible. Su cuerpo irradiaba calor y pensé preocupada que podía tener fiebre. Agotada, me quedé dormida sin soñar, con los brazos flojos alrededor de Dané y mi cuerpo acurrucado por instinto contra su calor.
No sé cuánto tiempo dormí. Me empezó a entrar el pánico cuando me di cuenta de que tenía los ojos abiertos pero lo único que veía era una oscuridad negra como el carbón. Al esforzarme por incorporarme, mi mano tocó un cuerpo caliente y cobré de golpe conciencia de la realidad de la situación. Estábamos en medio del océano y nadie sabía siquiera que habíamos desaparecido. Estaba segura de que a estas alturas mis padres y la madre de Dané ya nos habrían echado en falta, ¿pero se darían cuenta de que nos habían dejado a la deriva?
Una lágrima cayó por mi mejilla quemada, dejando un rastro de fuego hasta mi cuello. Dejé que se me escapara un sollozo de la garganta al tiempo que pegaba mi cuerpo a Dané para conservar el calor.
Dané se quejó ligeramente y me incorporé rápidamente, haciendo que el bote se bamboleara de lado a lado. Era el primer ruido que hacía desde que se había desmayado. Tuve la esperanza de que tal vez se recuperara.
Hacía muchísimo frío y Dané era mi única fuente de calor, además del chal con que me había envuelto en la cubierta. Nos cubrí a las dos con él y me acomodé para pasar la noche. El bote salvavidas se movía suavemente en el agua, meciéndome hasta que me quedé dormida de nuevo sin soñar.
Esta vez las voces de Dané interrumpieron mi sueño. Parecía tener menos fiebre, pero seguía muy caliente. Recordé que Dané me había dicho durante nuestro paseo que nunca pasaba frío, así que tuve la esperanza de que esto fuera normal para ella.
—No —gruñó Dané—. No voy a dejar que lo hagas.
—Dané, soy yo, Gabby, no pasa nada —le susurré al oído.
—Ga... bri...elle —murmuró.
—Sí, soy yo —la tranquilicé lo mejor que pude—. Estás herida, tienes que quedarte quieta o si no te va a sangrar más la herida. Ojalá tuviera agua para darte de beber, pero por desgracia no tengo. Sé que tienes sed, pero no creo que el agua de mar nos fuera a gustar mucho a ninguna de las dos. —Al darme cuenta de que hablar no era la actividad más conveniente para mi boca reseca y sedienta, decidí quedarme callada un rato.
Dané volvió a quedarse inconsciente tras mis palabras. Aliviada, me acomodé de nuevo a su lado, notando que el sol no tardaría en salir y que probablemente volvería a hacer un calor insoportable. Dané respiró hondo una vez y pareció calmarse. Las dos volvimos a quedarnos dormidas.
Me desperté cuando el sol caía de nuevo implacable sobre mí. Cogiendo el chal de Dané, se lo puse sobre la cara para protegerla y emprendí la tarea de arrancar más tiras de mi vestido para cambiar sus vendas. Esta vez, cuando coloqué a Dané boca abajo, se quejó y me lo tomé como una buena señal, aunque intenté tener más cuidado.
—Lo siento, Dané. Creo que esto te viene bien, aunque no parece que la sangre haya calado las vendas de fuera. —Me di cuenta de que lo más probable era que ella no me oyera, pero el silencio empezaba a sacarme de quicio.
Puse las siete primeras capas de las vendas de Dané, ahora ensangrentadas, en el asiento de detrás del bote. Limpié alrededor de la herida lo mejor que pude, pero tenía miedo de que el agua salada le hiciera daño, de modo que empleé lo menos posible, advirtiendo que la herida ya empezaba a curarse. Dané parecía tener la suerte de contar con una capacidad de recuperación asombrosa. Até primero las capas exteriores, todavía limpias, del vendaje anterior y luego seguí con siete tiras nuevas de mi vestido. Luego cogí las vendas ensangrentadas y las lavé por la parte de atrás del bote.
Me quedé preocupada por la cantidad de sangre que salía de las vendas. Dané había perdido mucha sangre. Padre había dicho que el cuerpo necesitaba alimento y agua para sobrevivir y curarse, pero no teníamos nada. Sacudí la cabeza para quitarme los pensamientos que amenazaban con hundirme en una depresión.
Distraída, noté que la corriente parecía acelerar y que nos movíamos más deprisa. Noté que también se estaban formando nubes en el cielo y me pregunté si se acercaba una tormenta. Una tormenta significa agua, me informó mi mente cansada. Me puse a investigar lo que había en el bote. Mi bolsa estaba debajo de uno de los asientos. La cogí y hurgué en ella en busca de algo con lo que poder recoger agua. Al no encontrar nada, miré debajo de los asientos de la proa del bote.
Encontré tres chalecos salvavidas, el cuchillo y una pequeña lata. Salté sobre la lata y me estremecí de asco cuando descubrí lo que había dentro. Era evidente que un miembro de la tripulación había usado la lata para escupir tabaco, cuyos restos estaban al fondo. Cogí la lata y asqueada lavé su contenido por la borda. La lavé al menos cinco veces más hasta quedar satisfecha. Todavía olía ligeramente a tabaco, pero ya no podía hacer más al respecto.
Observé regocijada el cielo que se iba nublando con lo que sin duda eran unas nubes de tormenta de lo más fiero. Para pasar el tiempo, decidí escribir en mi cuaderno todo lo que había ocurrido hasta ahora. No pude evitar sonreír al imaginar a Elizabeth leyendo el cuaderno sin dar crédito. Un fuerte trueno me sacó de mi ensoñación.
—Oh, Dios mío.
Di un respingo y me acerqué más a Dané. Volví a meter mi cuaderno y mis cosas de escribir en la bolsa y la metí debajo del banco más cercano. Luego puse la lata encima del banco de forma tal que esperaba que recogiera agua y no saliera volando. Me tumbé en el fondo del bote y miré el cielo. No sabía qué me daba más miedo: no tener agua o estar en este bote en medio del océano durante una tormenta. El agua empezó a agitarse a medida que aumentaba el viento. Me acordé de repente de los chalecos salvavidas de color naranja que estaban debajo de los asientos. Me metí rápidamente uno por la cabeza y me até los cordeles. Luego le puse otro a Dané con gran dificultad, atando los cordeles con firmeza. Le puse el chaleco que quedaba debajo de la cabeza y coloqué el chal encima de nuestras cabezas a la espera de la inminente tormenta.
Sorprendentemente, me debí de quedar dormida, porque me desperté al oír otro fuerte trueno y al notar que el bote se escoraba violentamente hacia la derecha. Aparté el chal que nos cubría y miré a mi alrededor asustada. El cielo estaba tan oscuro que casi parecía de noche. Iba a ser una tormenta impresionante y ni Dané ni yo podíamos protegernos realmente de la lluvia. Casi como si los cielos me hubieran oído, una gruesa gota de lluvia cayó sobre mi cabeza. Miré asustada a mí alrededor buscando cualquier manera de proteger a Dané del clima que se avecinaba.
Me di cuenta de que el espacio donde antes estaban nuestros chalecos salvavidas estaba ahora vacío, salvo por mi bolsa. El espacio era lo bastante grande como para protegernos la cabeza de la lluvia. Por alguna razón, estaba segura de que si conseguía proteger la cabeza de Dané del agua, se pondría bien. Retrocedí por el bote, arrastrando a Dané conmigo centímetro a centímetro. Tenía que asegurarme de que no iba arrastrándole también la cara por el fondo del bote, por lo que tardé mucho. Por fin la coloqué boca abajo con la cabeza y los hombros debajo del banco, protegidos del agua en su mayor parte.
La tormenta que se avecinaba también había aliviado un poco el calor. Antes había hecho un calor insoportable y ahora había mucha humedad y quietud.
Hubo un fuerte trueno seguido inmediatamente de un brillante destello que atravesó el cielo, iluminando la oscuridad como una bengala. A estas alturas, yo rezaba fervientemente. Por mucho que Dané y yo necesitáramos el agua, en este momento me preocupaba más que el bote sobreviviera a la tormenta.
Cuando la lluvia cayó sobre nosotras, pensé que tal vez debía aprovechar la ocasión para limpiar también la herida de Dané. Le desgarré un poco más el vestido para poder ver la herida, que se estaba cerrando.
—Te curas deprisa, ¿verdad, Dané?
Dané gimió, ya fuera como respuesta o por el dolor que le producía la lluvia torrencial al darle en la herida. Observé mientras la sangre corría por el costado de su cadera y le calaba el vestido.
Cuando la zona herida quedó bastante limpia, cogí un trozo de tela limpio que había arrancado de mi vestido y lavé un poco más la herida. Ahora que tenía la zona bastante limpia, sustituí las vendas viejas por otras nuevas.
—Bueno, Dané —dije, tratando de mantener la mayor calma posible—. Vamos a quedarnos aquí sentadas a ver si sobrevivimos a esto, ¿de acuerdo, amiga mía?
Eché la cabeza hacia atrás y bebí toda el agua de lluvia que pude. Quería conservar para Dané la mayor parte del agua recogida en la pequeña lata. Puse el chal mojado encima de nosotras y me acurruqué alrededor de ella.
No sé si intentaba consolarla a ella o a mí misma, pero al cabo de una hora o dos de cerrar los ojos con fuerza y rezar para que el bote no volcara, me quedé profundamente dormida. O tal vez me desmayé, no lo sé, pero fuera lo que fuese, fue definitivamente un alivio tras el bamboleo mareante del bote, los truenos ensordecedores y la lluvia torrencial.
Durante la noche, soñé que corría por un campo de flores silvestres. El sueño era tan real que hasta olía el aroma de las flores en el aire. Me desperté con una sonrisa en la cara, medio esperando haberme quedado dormida en ese campo. Pero no había nada salvo el olor húmedo del océano y nuestra ropa mojada y rancia. Había una oscuridad total a la que me enfrentaría mientras no hubiera luna en el cielo.
Por primera vez me permití preguntarme qué iba a hacer si no nos encontraban. ¿Y si Dané había perdido demasiada sangre y no conseguía sobrevivir hasta que nos rescataran? Por alguna razón, la idea de que Dané no sobreviviera me daba más miedo que la idea de morir las dos juntas.
Me acomodé en el bote al lado de Danté y me acurruqué junto a ella.
—Conseguiremos salir de ésta, Dané, de algún modo conseguiré que salgamos de ésta —le dije, tratando de dar toda la fuerza y la confianza que pude a esta afirmación. Me fui quedando dormida poco a poco mientras la lluvia, antes torrencial, disminuía hasta convertirse en un chaparrón casi relajante.
A la mañana siguiente me desperté sobresaltada. Intenté olvidarme del vestido incómodo que llevaba y que me producía picores hasta que me ocupara de Dané. Bueno, vamos a echarle un vistazo a esa herida.
Tras quitar las vendas de tela, las puse en el banco encima de la cabeza de Dané y miré con ojo crítico la carne arrugada que rodeaba su herida.
—Vaya, tiene buen aspecto, Dané —le dije como si fuera mérito suyo. Puse vendas limpias de mí vestido sobre la herida y pensé con pena: Este vestido está ya para el arrastre. Suspirando, me trasladé a la popa del bote para lavar las vendas ensangrentadas por encima de la borda.
Mientras frotaba las vendas contra el costado del bote, volví a oler el maravilloso aroma a flores de mi sueño. Miré a Dané: no podía ser ella, no le pegaba llevar perfumes de flores. Mientras procesaba esta información, me di cuenta de otra cosa. Un ruido débil, sonaba casi como si alguien gritara "ja... ja". Seguí el sonido con los ojos, dando un giro completo de 160 grados en el bote. Entonces lo vi... la visión más bella que había visto jamás. Era tierra y no estaba ni a una milla de distancia.
—Oh, gracias a los dioses —suspiré—. Gracias a los dioses.
La tierra estaba tan cerca que el aroma a flores que había olido dormida evidentemente procedía de allí. Vi unas grandes aves marinas que se sumergían y volaban por la playa. Cazando, probablemente, pensé distraída. Seguro que están cogiendo cangrejos o peces. Se me hizo agua la boca y caí en la cuenta de que llevaba días sin comer. Había estado tan preocupada por Dané que ni siquiera había notado que tenía el estómago encogido de hambre.
Me di cuenta de que si quería llegar a tierra iba a tener que hacer algo más que quedarme sentada esperando. Rápidamente me quité el vestido, o lo que quedaba de él, y lo até a una argolla de metal que había en la proa del bote. Me puse el chaleco salvavidas naranja y después de ver cómo estaba Dané, me dejé caer por el costado del bote.
Remolcar el bote hasta la orilla fue una tarea casi imposible. Tenía muy pocas fuerzas y era como si el bote no se moviera. Pero agaché la cabeza y seguí braceando e impulsándome con las piernas con todas mis fuerzas. Cometí el error en una ocasión de levantar la mirada y casi me eché a llorar de frustración. Parecía que no había avanzado nada en absoluto.
—Por favor —rogué a quienquiera que estuviera escuchando—. Estamos tan cerca.
Seguí nadando y tirando con cansancio. Brazada y tirón, brazada y tirón, durante lo que me parecieron horas. Ya no podía más, estaba tan cansada que ni siquiera creía que tuviera fuerzas para volver a subir al bote y no digamos para continuar con mis infructuosas brazadas.
—Piensa, Gabby. Piensa —me susurré tontamente. Observé que el agua formaba una cresta y luego volvía hacia mí. Por cada medio metro que conseguía avanzar, el agua en retirada nos hacía retroceder unos dos metros. Apoyé la cabeza en el costado del bote. No había forma de conseguirlo.
Con la cabeza apoyada en el bote, vi cómo una ola tras otra se estrellaba contra la resplandeciente playa blanca. Luego la ola parecía retroceder corriendo hacia mí como para decirme: "Yo puedo tocar la tierra, pero tú no". Me quedé mirando la ola con rabia un rato hasta que noté algo raro. La ola sólo retrocedía unos tres metros y medio y luego se detenía. Y apenas se movía. Con una sonrisa que estoy segura de que resultaba casi demente, emprendí un curso paralelo a la ola con renovado vigor. Lo vamos a conseguir, Dané, lo vamos a conseguir, canturreé mentalmente.
Ir nadando y remolcando el bote fue tarea lenta en el mejor de los casos, pero por fin llegué al punto donde la cresta de la ola apenas me alcanzaba. Apoyé la cabeza en el bote con cansancio. Estaba tan emocionada que quería continuar, pero mi cuerpo ya estaba protestando por la falta de comida y agua. Tenía que asegurarme de que no me iba a desmayar. Nadie podría salvarme en ese caso y no habría nadie que cuidara de Dané si yo moría.
Teniendo eso presente, giré con determinación hacia la orilla. Esta vez nada me iba impedir alcanzar mi meta.
Al cabo de unos treinta minutos, relajé el cuerpo y bajé los pies con la intención de descansar agarrada al costado del bote. Mientras descansaba, mi pie chocó con algo. Oh, Dios, alguien estaba escuchando. Estiré el pie hacia abajo todo lo que pude y conseguí tocar apenas el suelo.
Me puse a nadar de nuevo con renovado vigor. A los pocos minutos, mis pies se posaron sólidamente en el suelo. Riendo como una histérica, seguí tirando del botecito hacia la orilla, dando gracias a todos los dioses que recordaba del libro de mitología griega que me leía mi padre de niña.
Por fin el bote se deslizó sobre la playa con un golpe sordo y me desplomé de espaldas en la arena mojada riendo histéricamente. Las gaviotas que daban vueltas por encima de mí se unieron a mi alegría. Seguí riendo hasta que acabé llorando.
—Lo hemos conseguido, Dané —le susurré a mi compañera, que seguía inconsciente en el fondo del bote—. Lo hemos conseguido. Hola, ¿hay alguien aquí? Hola, por favor, necesito ayuda —grité, pero sólo las aves se molestaron en contestarme.
Fui a ver cómo estaba Dané una vez más para asegurarme de que se encontraba bien. Después de cerciorarme de que su estado no había cambiado y seguía igual, decidí que iba a intentar buscar ayuda. Coloqué varias piedras alrededor del bote. No quería arriesgarme a que Dané se viera arrastrada el mar. Vestida únicamente con mi combinación, empecé a explorar los alrededores.
La zona era preciosa. La playa donde habíamos desembarcado estaba cubierta de una arena blanca casi como la nieve. La rica vegetación que rodeaba la playa era tan espesa que no sabía si lograría atravesarla para explorar.
—Hola —grité otra vez. De nuevo, la única respuesta que recibí fue la de las aves.
No quería estar lejos de Dané mucho tiempo así que di la vuelta y regresé a la playa. Por supuesto, Dané no se había movido desde que la dejé.
—Dané, vamos a estar bien. Lo sé. Tengo que encontrar una forma para sacarte de este bote y llevarte a un lugar seguro. Luego voy a buscar a alguien que pueda ayudarnos.
Miré a mí alrededor en busca de algo que pudiera ayudarme a sacar a mi alta amiga del bote. Decidí que si conseguía sacarla del bote, luego probablemente podría arrastrarla por la playa.
Regresé al denso bosque de vegetación que rodeaba la playa. La zona estaba llena de diversos árboles frutales, algunos de los cuales reconocí. Mi estómago me hizo saber que no estaba contento conmigo en absoluto y que necesitaba recibir alimentos cuanto antes. Busqué un palo lo bastante largo como para derribar unos plátanos para comer. Cogí un trozo largo de bambú del suelo de la jungla y me puse a golpear el árbol con toda la fuerza que pude.
Conseguí hacer puré un racimo de plátanos pero ninguno de ellos cayó al suelo. No hice ni caso de la regañina que me estaban echando los pájaros de vivos colores que revoloteaban por las copas de los árboles y miré desesperada a mí alrededor buscando una forma de alcanzar la apetitosa fruta madura. Un fuerte golpe a menos de un metro de distancia a mi derecha me hizo soltar un gritito. Casi como si respondiera a mi fuerza de voluntad, un gran coco verde había caído de un árbol.
Me apresuré a cogerlo y lo llevé de vuelta a la playa. Lo golpeé varias veces contra unas rocas negras hasta que conseguí llegar a la pulpa comestible. Bebí un poco de la leche dulce que salía de su centro y me alejé de las rocas rumbo al bote donde estaba mi amiga inconsciente. Metí el dedo en la leche que quedaba y le puse un poco en los labios para humedecérselos y ver si respondía.
Dané abrió la boca y conseguí meterle un poco de leche en la boca seca. Seguí metiendo el dedo en la mitad del coco y colocándolo luego en su boca abierta. Tomé aire suavemente cuando al sacar los dedos de entre sus labios me pareció notar una ligera presión de su lengua.
—¿Dané?
Por supuesto, no obtuve respuesta, pero volví a meter los dedos rápidamente en el coco y transferí el néctar a la boca húmeda y caliente de Dané. Esta vez los dejé metidos un momento en su boca para ver si reaccionaba.
Esta vez noté una clara succión cuando los labios de Dané se cerraron despacio alrededor de mis dedos y chuparon suavemente la leche de coco. Solté el aliento que no sabía que había estado aguantando y permití que una lágrima me resbalara despacio por la mejilla.
—Gracias —susurré a quien quisiera escuchar.
Pensé que si apilaba suficientes piedras alrededor del bote no tendría que mover a Dané en absoluto y que las piedras impedirían que el bote flotara hacia el mar por accidente. Ya había renunciado a sacarla del bote. Pesaba demasiado para mí y no había forma de que me pudiera ayudar hasta que estuviera mejor.
De modo que me dediqué a acarrear unas enormes hojas de palmera del bosque a la playa. Cuando me pareció que tenía suficientes, coloqué las hojas de palmera encima del bote. Cuando ya tenía la mitad del bote cubierta, me metí dentro con las dos mitades del coco y nos tapé a Dané y a mí misma. Las grandes y frondosas hojas tapaban eficazmente la mayor parte del sol y hacían que el interior del bote pareciera unos veinte grados más fresco, además dar sombra.
Dané se quejó y agitó un poco la cabeza.
—Shhh, cariño. Estás bien, las dos estamos bien.
Le aparté el pelo acariciándole la cabeza. Esto pareció tranquilizarla, respiró hondo y se calmó.
Con la leche de coco llenándome el estómago y sabiendo que al menos ni Dané ni yo nos íbamos a morir de hambre, me sumí en un largo sueño reparador.
El estridente grito de los pájaros por encima del bote acabó despertándome. Me sentía como si hubiera estado durmiendo varios días. Mientras dormía, en algún momento había acabado con la cabeza en el hombro de Dané y una pierna encima de las dos suyas. Sintiéndome culpable, me aparté de ella y rogué no haberle hecho daño durante mi sueño inquieto.
Comprobé su estado y me tranquilicé al ver que parecía estar descansando cómodamente.
Quité las dos hojas de palmera más grandes de encima de nuestras cabezas y salí del bote. Pegué un grito cuando algo me pasó por encima del pie. Salté de nuevo al bote mirando temerosa a mí alrededor por si veía una gran araña. Me sorprendí al ver que en vez de arañas había pequeños cangrejos azules por toda la playa. Las gaviotas que volaban en círculos por encima eran la causa del jaleo que me había despertado. Me quedé mirando mientras miles de pequeños cangrejos azules salían del mar rumbo a un destino que sólo ellos conocían.
Recogí rápidamente unos cinco de estos pequeños animales en un trozo de tela y los dejé flotando en una pequeña charca de agua cerca del mar sujetos con una gran piedra. Cogí mi bolsa y hurgué en ella buscando desesperadamente la lata de cerillas de madera que guardaba allí para quemar mis carboncillos de dibujo.
Solté un grito de alegría cuando mis dedos dieron con la lata donde las tenía. Subí corriendo por la playa y me puse a cavar con frenesí un hoyo en la arena. Recorrí la playa en busca de toda la leña que pudiera encontrar. Hicieron falta tres de mis preciadas cerillas, pero por fin conseguí prender una pequeña hoguera. Corrí a mi botín atrapado y lo trasladé al fuego.
Abrí la tela y susurrando una disculpa por lo que estaba a punto de hacer, tiré a los pequeños crustáceos vivos al fuego.
Cuando estuve segura de que estaban hechos, los saqué torpemente del fuego con un palo y esperé con impaciencia a que se enfriaran lo suficiente para comerlos. Decidiendo que unos minutos eran más que de sobra para que se enfriaran, cogí una de las pequeñas criaturas, le arranqué las patas y chupé la carne suculenta de la cáscara, sorprendentemente blanda.
—Mmm —gemí por lo maravilloso que le resultaba el cangrejo a mi estómago hambriento. Aunque los animalitos no tenían mucha carne, bastaron para engañar poco mi hambre constante. Envolví el cangrejo cocinado que quedaba en una tira de tela y, lamentándolo, eché arena encima del fuego. Sólo me quedaban unas veinte cerillas. Tendría que mejorar mucho a la hora de encender un fuego o Dané y yo estaríamos a base de comida cruda hasta que nos encontraran.
Dejé el cangrejito en el bote para más tarde y comprobé cómo estaba Dané. La tapé de nuevo con las grandes hojas y me adentré en el bosque para buscar más cocos y cualquier cosa que pudiera hacerle comer.
Hasta ahora reconocía plátanos, papayas, cocos, frutos del pan y anacardos, nada menos. Sin embargo, dada la inconsciencia de Dané, apenas conseguía tragarse la leche de coco, de modo que mucho menos podría con algo más sustancioso.
Mientras caminaba por entre los árboles para ver si daba con algo comestible, me encontré con un árbol platanero inclinado. Si pudiera acercarme más a la copa del árbol, seguramente podría hacer caer parte de la fruta.
Dejé en el suelo el coco que había encontrado previamente en el bosque y busque un palo de bambú largo. Cuando encontré uno que me pareció adecuado, trepé al árbol. Sonreí con ironía al recordar las viejas regañinas de mi madre, diciéndome que subirse a los árboles no era propio de una jovencita. Pues mira, madre, esta vez podría salvarme la vida.
Por fin, cuando llegué tan cerca de la copa que conseguía alcanzar los plátanos con el palo, me incliné todo lo que pude y empecé a empujar un racimo de fruta, apartándolo del árbol con el palo. Los plátanos se negaban tercamente a caer, pero al cabo de unos quince minutos de empujones, cayeron al suelo del bosque. Bajé todo lo deprisa que pude. No había tenido intención de estar tanto tiempo lejos de Dané.
Arrastré el racimo de plátanos hasta el límite del bosque y regresé corriendo con el coco hasta el bote todo lo deprisa que me permitió mi cuerpo debilitado. Aliviada, vi que las hojas seguían intactas encima del bote y que la chica herida que había debajo parecía seguir descansando apaciblemente. Rompí la cáscara verde externa del coco en las rocas cercanas de la playa y luego rompí la cáscara marrón interna con todo el cuidado posible, intentando conservar la leche para Dané.
Volví con las dos mitades al bote y me senté con cuidado al lado de Dané. Metí dos dedos en la cáscara como la vez anterior y se los metí en la boca. Esta vez Dané chupó la leche con un poco más de fuerza. Tomé aire al sentir que su lengua lamía débilmente los dedos que le ofrecía.
Me temo que me sonrojé muchísimo cuando Dané aumentó la presión sobre mis dedos sin darse cuenta. La succión me estaba causando calor entre las piernas y luego una presión que me resultaba desconocida. No era dolorosa, sólo incómoda.
Metí los dedos en la mitad del coco y volví a ofrecérselos a Dané, casi temiendo la presión de la succión que estaba segura que se iba a producir. Como antes, tuve que obligar a Dané a tomar el alimento, pero en cuanto su cuerpo empezó a aceptar inconscientemente que estaba siendo alimentado, la presión se hizo asombrosamente fuerte y firme.
Cerré los ojos para dejar de mirar los labios cortados de Dané cerrados alrededor de mis dedos. Sin duda debía de estar volviéndome loca por sentir algo así. Jadeé y me llevé la mano libre al estómago mientras Dané seguía chupándome los dedos en busca de la leche de coco, que ya no tenía desde hacía un rato.

Abrí los ojos y caí inmediatamente en el desorientado remolino azul que eran los ojos de Dané.