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miércoles, 15 de octubre de 2014

La Isla 5

Apartando los dedos rápidamente como una niña a la que hubieran pillado con la mano metida en la caja de las galletas, me incliné hacia ella.
—Dané, ¿estás bien?
Me miró confusa un momento antes de abrir la boca como para hablar.
—¿Gabrielle? ¿Estás bien? —preguntó—. ¿Te han hecho daño?
No pude evitar estallar en lágrimas.
—No... no, no me han hecho daño, pero a ti sí que te lo han hecho —le dije, acariciándole la cabeza con una tira de tela limpia.
—¿Cuánto tiempo? —dijo con voz ronca. Me di cuenta de que quería decir cuánto tiempo había estado desmayada. Miré al cielo incandescente y contesté la verdad.
—No lo sé, Dané. Estaba un poco ida al principio, pero me parece que han pasado unos cuatro días.
Siguió mirándome un momento y luego preguntó, en voz tan baja que tuve que inclinarme sobre ella para oír lo que decía.
—¿Qué te ha pasado, Gabby? ¿Dónde está tu ropa?
Por primera vez pensé en lo que debía de parecerle. Notaba mi piel reseca rebelándose contra el sol caliente al rajarse y pelárseme en la cara, los hombros y los labios. Mi pelo hacía tiempo que había dejado de parecer mínimamente organizado y ¿mi vestido? Bueno, había prescindido de los restos harapientos que quedaban de él para usarlos como vendas para Dané. Estaba roja como un cangrejo y vestida tan sólo con mi combinación y mi ropa interior.
Me eché a reír. Me reí tanto que tuve que echarme junto al cuerpo de Dané por temor a caerme encima de ella. Mi risa no tardó en transformarse en llanto y descubrí que Dané me estaba consolando dándome palmaditas distraídas en la espalda para intentar reconfortarme. Aunque apreciaba el esfuerzo que estaba haciendo, lo cierto era que carecía de esa capacidad para consolar.
Después de suspirar con un hipo, me incorporé y la miré.
—Perdona, es que se me ha venido todo encima de golpe. Creía... tenía miedo de que no fueras a sobrevivir, Dané. Me puse contentísima cuando vi tierra y luego, cuando conseguí traer el bote hasta aquí, estaba segura de que alguien podría ayudarte, pero cuando no encontré a nadie, volví a sentir miedo por ti.
—No pasa nada, soy dura —me dijo con la voz ronca—. ¿Dónde estamos? —preguntó, intentando mirar a su alrededor desde donde estaba tumbada en el fondo del bote. Lo único que veía era el cielo azul a la derecha y a la izquierda las copas de los árboles donde yo había tratado de buscar alimento.
—No lo sé. Sea donde sea, está muy aislado. No he visto ni oído a nadie desde que llegamos aquí. Aunque la verdad es que no he tenido un momento para explorar, tenía miedo de alejarme demasiado tiempo de ti —le dije con una débil sonrisa—. He conseguido recoger un poco de fruta y algunos cangrejos pequeños que parecen correr a sus anchas por esta playa, pero eso es todo. ¿Tienes hambre, Dané? —le pregunté, recordando por primera vez que mi paciente herida no había comido desde hacía más de cuatro días—. He conseguido que tomaras un poco de leche de coco, pero tenía miedo de que te ahogaras con algo más sustancioso. —Las imágenes fugaces de Dané chupándome antes los dedos hicieron que me volviera a ruborizar.
—¿Estás bien? —preguntó.
—Sí, estoy bien, creo que el sol me ha hecho estragos en la piel, pero ya se me pondrá bien.
Tratando de cambiar de tema rápidamente, le volví a preguntar si resistiría comer algo. Dané dijo que no lo sabía, pero que creía que podría aguantar la leche de coco. Decidí que no era una buena idea darle la leche como lo había hecho cuando estaba inconsciente. En cambio, le sostuve la cabeza apoyada en mis piernas cruzadas y le di el resto de la leche tibia. Al cabo de unos pocos sorbos hizo un gesto negativo con la cabeza y se apartó del cuenco improvisado.
—Está bien, eso servirá por ahora, pero Dané, creo que vas a tener que intentar comer algo de fruta si quieres recuperar las fuerzas.
Ella asintió cansada mientras le volvía a colocar la cabeza sobre su almohada/chaleco salvavidas.
—Dané, ¿te importa que te mire la herida antes de que te duermas? Me preocupa que no nos quede mucha luz y me gustaría limpiarla antes de que se ponga muy oscuro.
Volvió a asentir con cansancio y yo intenté colocarla de lado para poder llegar a la herida. Al hacerlo, le expliqué que me había visto obligada a cauterizarle la herida y que había usado agua de lluvia para limpiarla lo mejor que había podido. También le expliqué que sus vendas procedían de mi vestido, lo cual explicaba mi actual estado de desnudez. Después de limpiarle y vendarle la espalda la ayudé a darse la vuelta. Aunque no había dicho ni una palabra en todo este tiempo, me di cuenta por su respiración rápida y agitada de que le dolía mucho. Usé lo que quedaba del agua de lluvia para mojar otra tira de tela limpia, que empleé para humedecerle los labios y luego la frente.
—¿Mejor? —pregunté en voz baja.
—Sí —fue su respuesta gutural—. Lo has hecho bien —susurró antes de cerrar los ojos y sumirse en un sueño agotado y reparador. Dejé que se me escapara otra lágrima antes de acomodarme a su lado y contemplar el sol mientras se hundía en el mar.
A la mañana siguiente me despertaron de nuevo los fuertes gritos de las gaviotas que volaban por encima.
—¿Pero por qué hacen tanto ruido? —pregunté sin dirigirme a nadie en concreto. Me desperté del todo al oír la risa grave de mi compañera de bote, que evidentemente llevaba despierta un rato.
—Vaya, pero que gruñona estás por la mañana, pequeña.
Me incorporé de golpe y vi la conocida e irritante sonrisa burlona de Dané Courtier.
—¡Oh, Dios mío, Dané, estás bien! —murmuré.
—Pues sí —me contestó con su habitual tono de burla—. ¿Es que no lo esperabas? Por lo que me han dicho, he recibido los mejores cuidados posibles.
Como siempre, me sonrojé ante sus burlas.
—Creía que lo de ayer era un sueño o una alucinación. Pero no es así, estás bien de verdad.
—Sí, un poco dolorida, pero creo que viviré. Oye, ¿me ayudas a sentarme? Estoy un poco harta de estar tumbada en este bote.
—Claro ¿pero crees que debes? No quiero que se te vuelva a abrir la herida. Sólo han pasado unos días y has estado sangrando mucho.
—Me curo deprisa, Gabrielle. Seguro que no pasa nada. Además, tengo que ocuparme de unos asuntos y a menos que quieras que lo haga donde dormimos, te sugiero que me ayudes a levantarme.
Me sonrojé de nuevo y la ayude a sentarse.
—Espera —resolló. Mientras recuperaba el aliento, miré por la playa en busca de un palo que pudiera usar para sujetarse. Al encontrar el palo que había usado para derribar la fruta, volví con él al bote.
Ayudé a Dané a ponerse de pie y tras un momento de pánico en que pensé que nos íbamos a desplomar en el suelo, Dané pareció recuperar el equilibrio.
—Uuuf —resopló al ver la zona por primera vez—. ¿El servicio de señoras está por allí? —gruñó.
Sonreí.
—Sí, por ahí es. —Le pasé el palo cuando salió del bote. Dejé que se apoyara en mí por un lado mientras usaba el palo para sostenerse por el otro. Nos dirigimos despacio a la espesa jungla de árboles que cubría el borde de la playa.
Justo nada más pasada la línea de árboles, nos encontramos con un árbol que parecía tener su propio criterio sobre cómo quería crecer. En vez de en vertical, quería crecer en diagonal con respecto al suelo.
—Bueno, esto vale. Podré sujetarme muy bien apoyándome en este árbol. —Empecé a protestar, pero me detuvo con una expresión severa—. Lo siento, Gabrielle. —Pronunció mi nombre como si tuviera tres sílabas bien diferenciadas, Ga-bri-elle—. No voy a permitir que te quedes ahí mientras atiendo a la llamada de la naturaleza. Aprecio el cuidado que me estás dando, pero no soy una niña, así que tienes que irte a otra parte mientras hago esto. Estaré bien.
Me quedé mirándola con la boca abierta. Creo que era el mayor número de palabras que le había oído decir de corrido. Salí de mi trance cuando un dedo cálido me empujó suavemente la barbilla para cerrarme la boca.
—Ahora da la vuelta y me reuniré contigo cuando haya terminado. —Con eso, me dio la vuelta y con un ligero empujón en la espalda, me puso en marcha.
Me senté en una gran roca medio enterrada en la arena blanca y pensé entristecida: Bueno, si tenemos que quedarnos aquí varadas unos cuantos días, al menos es bonito. Dané salió de entre los árboles en ese momento y me levanté de un salto para ayudarla.
—Estás muy pálida, ¿estás bien? —le pregunté.
—Sí —afirmó—. Pero creo que me he pasado un poco. Necesito echarme. —Su voz, normalmente fuerte, sonaba débil, y tenía la piel palidísima. Me eché su brazo fláccido alrededor de los hombros y medio la arrastré, medio la llevé de vuelta al bote.
—Dané, esto no va bien. No sé qué hacer —le dije preocupada mientras la ayudaba a pasar por encima de la borda del bote.
—Shh, no pasa nada —me consoló—. Sólo necesito descansar. Creo que debo de haber perdido mucha sangre y hace días que no como.
—He encontrado plátanos, frutos del pan, papayas y cocos, Dané —le dije animadamente—. Y también cangrejos. ¿Crees que podrías comer un poco?
—Conque sí, ¿eh? —Sonrió burlona—. Me lo estabas ocultando, ¿eh? Y yo que pensaba que nos estábamos muriendo de hambre y tú has salido a hacer la compra —bromeó—. ¿Me has guardado algo? En el barco me di cuenta de que comes lo tuyo.
—¡Oye! —exclamé, enfadándome—. No es que estuvieras despierta, así que no te podía dar comida. A menos que quisieras que te la metiera a la fuerza por la garganta mientras estabas inconsciente. Ya me ha costado bastante hacerte tomar un poco de leche de coco. —Estaba a punto de que me diera un auténtico ataque de rabia cuando noté que su sonrisa burlona de siempre empezaba a desaparecer.
—¿Me has dado de comer? —preguntó cansada—. ¿Cuando estaba desmayada? ¿Cómo lo has hecho?
—Yo... mmm... —Me sonrojé muchísimo y ella me miró con una ceja enarcada, claramente confusa por mi reacción—. Me... mmm... puse un poco en los dedos y tú... mmm...
—¿Eras tú? —preguntó—. Creía que era un sueño.
Ahora mismo que estoy escribiendo esto, todavía tengo que ver a Dané colorada de verdad, pero podría haber jurado que así se puso aquel día y yo no sabía por qué. Estaba segura de que no estaba despierta y no podía haber visto mis reacciones cuando me chupaba los dedos.
—Mmm... Dané, ¿crees que ahora podrías con un poco de comida sólida? —pregunté, tratando de cambiar de tema.
—No lo sé. Creo que ahora mismo estoy demasiado cansada. Preferiría echar una siesta primero, si no te importa.
—Claro, muy bien —le dije—. Quiero echar un vistazo por los alrededores para ver si encuentro algo o a alguien que nos ayude. Si me necesitas, grita. No iré muy lejos, ¿vale?
—Mmm —murmuró, cerrando ya los ojos. Tapé el bote encima de su cabeza con la gran hoja para impedir que se quemara con el sol.
Me dirigí a la línea de árboles, dispuesta a encontrar ayuda. Atravesar la densa vegetación no fue en absoluto tan difícil como pensaba. Había renunciado a llamar pidiendo ayuda y simplemente seguí caminando. Tras cruzar la barrera inicial que separaba la playa de la jungla, casi era fácil andar. A excepción de unas cuantas raíces que estaban por encima del suelo, el camino estaba despejado.
Prácticamente no había visto más fauna que las aves y los cangrejos de la zona. Ni siquiera había visto una ardilla u otro tipo de animal del bosque y pensé que eso no era muy normal.
Los árboles no eran muy grandes, pero eran de lo más exuberante. La vista estaba salpicada de enormes flores de vivos colores como en un cuadro muy vulgar que había visto una vez. El hecho de que fueran reales y tuvieran un aroma exquisito eliminaba la vulgaridad y me llenaba de alegría.
Continué mi exploración sin fijarme mucho por dónde iba (como era habitual en mí) y tropecé con una raíz descubierta. Antes de poder evitarlo, salí volando por encima del borde del camino natural que había estado siguiendo. Tuve un momento de pánico total y luego me quedé sin aire por la costalada y con un fuerte dolor de cabeza, al aterrizar en mitad agua y mitad tierra.
Lo primero que noté cuando recuperé el aliento fue el dolor de cabeza que tenía y el agua que me acariciaba el muslo. Me senté toda temblorosa y contemplé lo que me rodeaba. Había aterrizado en una pequeña y limpia charca casi oculta por la densa vegetación. La charca estaba rodeada por una pared de rocas casi tan altas como yo y la espesa y verde vegetación caía por encima de las rocas. Podría haber pasado al lado sin verlo de no haber tropezado y caído dentro.
Mientras absorbía la belleza de este lugar, observé a dos pájaros de alegres colores que bajaron volando y se posaron justo a mi lado. Los dos me miraron con curiosidad, ladeando la cabeza como diciendo, ¿Tú qué eres? Luego se pusieron a beber de la charca. Los miré fascinada mientras trataba de olvidarme de lo seca que tenía la garganta. Terminaron de beber con calma, me echaron otra mirada desconfiada y salieron volando hacia los árboles de arriba.
Salí de mi ensueño, me acerqué más a la charca y me incliné para beber.
—Vamos allá —dije al aire y cogí un poco de agua. Estaba fresca y limpia: fue lo mejor que había bebido en mi vida. Prescindí de los buenos modales (al fin y al cabo, no había nadie que pudiera verme) y metí toda la cabeza en el agua para beber—. Qué maravilla —murmuré cuando quedé saciada. Nunca había apreciado los méritos del agua, de hecho, solía despreciarla a favor del té o la leche, pero esto era pura ambrosía.
Tras mirar rápidamente a mí alrededor y asegurarme de que estaba sola, me quité la combinación y entré despacio en el agua fresca.
—Oh —suspiré en voz alta al sumergirme en el agua hasta el cuello. Metí el pelo en el agua y me lo lavé lo mejor que pude. Al pensar en Dané echada en el bote en la playa, aceleré mi baño. Al salir de la charca, la idea de ponerme la mugrienta combinación me dio tanto asco que decidí lavarla junto con mi ropa interior. Hacía tanto calor que estaba segura de que tendría la ropa casi seca antes de volver a la playa. Encontré un gran palo de caña caído y hueco por dentro gracias a los insectos y lo llené de agua.
Dané estaba despierta y sentada en el bote cuando regresé. Sonrió al ver mi pelo mojado echado hacia atrás y mi combinación húmeda.
—Vaya, parece que te has refrescado.
Le sonreí, sin querer ofenderme por su sonrisita provocativa.
—Sí. He encontrado una charca de agua dulce en la jungla y te he traído agua para que bebas. —Le pasé el palo, que cogió agradecida. Se detuvo y miró dentro del palo que le había dado—. Adelante, he visto a unos pájaros que la bebían primero y luego he bebido yo. El agua está bien, no te hará daño —la tranquilicé.
—No, no es eso —dijo y me miró con la ceja enarcada—. ¿Has cogido el agua antes o después de lavar tus bragas en esa charca? —preguntó.
Noté que mi mandíbula traicionera se abría y me quedé mirándola sin dar crédito.
—Pero qué cosa más desagradecida...
Levantó las manos como para protegerse de mis golpes verbales y me echó una sonrisa auténtica, no la burlona de siempre.
—Perdona, es que no puedo evitar tomarte el pelo, te dejas provocar tan fácilmente —dijo riendo. Luego se llevó el palo a los labios y bebió un buen trago.
Sonreí mientras se tragaba hasta la última gota de agua. Cuando terminó, esbocé mi propia sonrisa burlona, me acerqué mucho a ella, la miré directamente a los ojos y susurré:
—He cogido el agua después de lavar mis bragas. —Le di una palmadita en la cabeza y salí corriendo carcajeándome por la playa, perseguida por los insultos que me lanzaba en francés.
Dané aceptó una tregua cuando la tenté con la cena que estaba haciendo. Había atrapado varios de esos cangrejos azules y tras encender un nuevo fuego (esta vez sólo necesité dos cerillas), los tenía sobre unas piedras calientes tostándose al fuego. También había recogido bayas silvestres, papayas y plátanos. Junto con la leche de coco, era una comida bastante suculenta.
—Escucha, Dané —dije—. Ya me he disculpado, ¿vale? No lo pensé hasta que ya me había bañado y lavado mis cosas. Además era una charca bastante grande.
Dané se reclinó en el bote, con aspecto algo cansado.
—Ga...bri...elle, quiero que lo sepas: me curo muy deprisa y cuando esté mejor, más te vale estar preparada porque te voy a hacer pagar por eso.
La sonrisa que tenía en la cara era malévola y por primera vez lamenté mi decisión de decirle lo del agua. ¡Me había metido en un buen lío y lo sabía!
—Dané, ¿cuánto crees que tardarán en encontrarnos?
—No lo sé. A decir verdad, me preocupa un poco que no nos hayan encontrado aún.
Hacía ya tres días que habíamos desembarcado en esta playa. La salud de Dané iba mejorando y parecía estar recuperando el color.
—¿Crees que hoy podrías caminar un poco después de visitar el bosque?
Mis días habían consistido en acompañar a Dané al bosque para que hiciera sus necesidades y en hacer acopio de comida y agua. Era una tarea durísima que me dejaba exhausta al final del día. Sin embargo, impedía que me preocupara por el hecho de que a estas alturas Dané y yo hacía más de una semana que habíamos desaparecido y todavía no nos habían encontrado. Hacía ya tiempo que había dejado de llamar pidiendo ayuda mientras buscaba comida. Había llegado a la conclusión de que estábamos solas en aquella zona. Curiosamente, en lugar de asustarme, esto me reconfortaba. No había nada que pudiera hacernos daño y en el fondo estaba convencida de que no tardarían en encontrarnos.
Dané se dio la vuelta para que le examinara la herida. Sorprendentemente, me dejaba que la examinara sin apenas protestar. Le miré la herida con asombro.
—Ya lo creo que te curas deprisa —le dije por enésima vez.
Se rió como siempre y la ayudé a sentarse apoyada en uno de los bancos del bote.
—Oye —exclamé, al ocurrírseme una idea—. ¿Qué te parece si vamos a la charca? Podrías beber todo lo que quisieras y no tendrías que depender de que yo te traiga el agua en esos palos. Además —añadí con tono de burla—, no te vendría mal darte un baño. —Arrugué la nariz a propósito e intenté parecer molesta.
—Vale, vale, ya me entero. Ayúdame a levantarme, niña.
Poner a Dané de pie ya no era tan difícil como al principio. Unos cuantos días de reposo con comida y agua en el estómago habían conseguido que fuera recuperando las fuerzas. La ayudé a salir del bote, advirtiendo que esta vez sólo hizo una ligera mueca de dolor, y la llevé hasta los árboles despacio. El trayecto, que normalmente era de unos quince minutos, nos llevó a Dané y a mí media hora con un par de paradas para descansar. Dané sudaba abundantemente cuando llegamos a la charca. Yo empezaba a lamentar mi decisión de permitirle caminar tanto cuando alcanzamos la charca.
—¡Oh, vaya, es estupendo! —exclamó al mirar el lugar que estaba como a metro y medio por debajo de nosotras—. ¿Cómo bajamos hasta ahí?
—¡Ooh, maldita sea! —exclamé y luego me puse como un tomate cuando Dané me miró con una ceja enarcada. Siempre había oído a mi padre decir eso y veía a mi madre dándole un palmetazo por maldecir delante de nosotras. No había contado con que Dané estaba herida. Yo siempre bajaba deslizándome por la pared de roca de metro y medio cuando venía aquí para beber y bañarme.
—Lo siento, Dané, no lo he pensado, sólo pensé que te gustaría darte un baño. No se me ha ocurrido que tendríamos que bajar hasta ahí.
—¿Cómo has encontrado este sitio? —Preguntó Dané—. Yo nunca lo habría encontrado aunque lo estuviera buscando.
—Pues... mmm... tropecé con él —le dije, intentando no decirle que en realidad había encontrado la charca al caerme literalmente por el borde de la pequeña altura sobre la que estábamos ahora.
—Ya, a ver si lo adivino. Encontraste este lugar del mismo modo que nos conocimos nosotras, ¿verdad?
—Mmm, sí —dije—. Vamos, creo que podemos bajar si vamos por aquí.
Avancé con Dané unos doscientos metros más. El terreno había empezado a bajar y por fin, con muy poco esfuerzo, conseguí bajar a Dané hasta el agua.
La senté en la pequeña franja de arena que bordeaba la charca y las dos nos desnudamos a toda prisa. Estaba tan emocionada que ni pensé en que iba a estar desnuda delante de mi amiga, de hecho, cuando ya estaba en ropa interior, me volví para ayudar a Dané y vi que ella había hecho lo mismo.
Dios mío, qué bella es, gritó mi mente con tanta fuerza que si no fuera porque Dané no levantó la mirada, habría creído que lo había dicho en voz alta. Dané había terminado de soltarse el pelo y ahora estaba sentada en ropa interior con el largo pelo negro ondeando al viento. Aunque seguía muy pálida y débil por la herida, me di cuenta de que era una mujer muy fuerte. Los brazos que rodeaban sus piernas dobladas parecían muy fornidos. Observé los movimientos de los músculos de su estómago al respirar.
—¿Gabby? —dijo bruscamente. Vi que tenía la ceja enarcada y me pregunté cuántas veces me había llamado—. ¿Estás lista?
—Ah, sí, estoy lista —le dije. Dejé que utilizara mi hombro para sostenerse mientras entrábamos en la charca.
—Ooh —suspiró al adentrarse en la charca. La piel cálida se le puso inmediatamente de gallina al entrar en contacto con el agua fresca.
Cuando ya estábamos cerca del centro de la charca, a Dané el agua apenas le llegaba al pecho, pero a mí ya me rozaba la barbilla.
—Ojalá tuviéramos jabón —dijo mientras las dos intentábamos bañarnos en el agua como mejor podíamos—. Venga, te lavo el pelo si tú me lavas el mío —dijo. Sin esperar respuesta, me dio la espalda, hundió el largo pelo en el agua y volvió a sacarlo. Como no teníamos jabón, me limité a pasar las manos por su sedoso pelo para desenredarlo y quitarle el sudor.
Disfruté al lavarle el pelo a Dané. No era sólo que el tacto de su pelo me encantaba, eran también los ruidos que hacía mientras le masajeaba el cuero cabelludo.
—¿Te gusta? —le pregunté al cabo de cinco minutos de masaje.
—Mmm-mmm —fue lo único que contestó.
Me esforcé por controlar la respiración mientras pasaba los dedos por el pelo de Dané. Se me encogió el estómago la primera vez que oí los gemidos de placer apenas audibles que emitía. De repente, me dieron ganas de darle la vuelta y besarla... besarle los hombros... besarle el cuerpo... besarle...

Tomé aliento con fuerza. ¿Pero qué demonios estoy pensando...? Dané no siente eso por mí y yo no debería sentir eso por ella... ¿verdad? Continué masajeando su pelo mientras dejaba vagar el pensamiento repasando las circunstancias que nos habían llevado a nuestra actual situación. Recordé mi reacción ante Dané en el barco y que sólo de pensar en ella empezaba a arder de rabia... ¿o era otra cosa que confundí con rabia? Me pregunto cómo voy a sobrevivir cuando me lave el pelo.

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