Apartando los dedos rápidamente como una niña a la
que hubieran pillado con la mano metida en la caja de las galletas, me incliné
hacia ella.
—Dané, ¿estás bien?
Me miró confusa un momento antes de abrir la boca
como para hablar.
—¿Gabrielle? ¿Estás bien? —preguntó—. ¿Te han hecho
daño?
No pude evitar estallar en lágrimas.
—No... no, no me han hecho daño, pero a ti sí que
te lo han hecho —le dije, acariciándole la cabeza con una tira de tela limpia.
—¿Cuánto tiempo? —dijo con voz ronca. Me di cuenta
de que quería decir cuánto tiempo había estado desmayada. Miré al cielo
incandescente y contesté la verdad.
—No lo sé, Dané. Estaba un poco ida al principio,
pero me parece que han pasado unos cuatro días.
Siguió mirándome un momento y luego preguntó, en
voz tan baja que tuve que inclinarme sobre ella para oír lo que decía.
—¿Qué te ha pasado, Gabby? ¿Dónde está tu ropa?
Por primera vez pensé en lo que debía de parecerle.
Notaba mi piel reseca rebelándose contra el sol caliente al rajarse y pelárseme
en la cara, los hombros y los labios. Mi pelo hacía tiempo que había dejado de
parecer mínimamente organizado y ¿mi vestido? Bueno, había prescindido de los
restos harapientos que quedaban de él para usarlos como vendas para Dané.
Estaba roja como un cangrejo y vestida tan sólo con mi combinación y mi ropa
interior.
Me eché a reír. Me reí tanto que tuve que echarme
junto al cuerpo de Dané por temor a caerme encima de ella. Mi risa no tardó en
transformarse en llanto y descubrí que Dané me estaba consolando dándome palmaditas
distraídas en la espalda para intentar reconfortarme. Aunque apreciaba el
esfuerzo que estaba haciendo, lo cierto era que carecía de esa capacidad para
consolar.
Después de suspirar con un hipo, me incorporé y la
miré.
—Perdona, es que se me ha venido todo encima de
golpe. Creía... tenía miedo de que no fueras a sobrevivir, Dané. Me puse
contentísima cuando vi tierra y luego, cuando conseguí traer el bote hasta
aquí, estaba segura de que alguien podría ayudarte, pero cuando no encontré a
nadie, volví a sentir miedo por ti.
—No pasa nada, soy dura —me dijo con la voz ronca—.
¿Dónde estamos? —preguntó, intentando mirar a su alrededor desde donde estaba
tumbada en el fondo del bote. Lo único que veía era el cielo azul a la derecha
y a la izquierda las copas de los árboles donde yo había tratado de buscar
alimento.
—No lo sé. Sea donde sea, está muy aislado. No he
visto ni oído a nadie desde que llegamos aquí. Aunque la verdad es que no he
tenido un momento para explorar, tenía miedo de alejarme demasiado tiempo de ti
—le dije con una débil sonrisa—. He conseguido recoger un poco de fruta y
algunos cangrejos pequeños que parecen correr a sus anchas por esta playa, pero
eso es todo. ¿Tienes hambre, Dané? —le pregunté, recordando por primera vez que
mi paciente herida no había comido desde hacía más de cuatro días—. He
conseguido que tomaras un poco de leche de coco, pero tenía miedo de que te
ahogaras con algo más sustancioso. —Las imágenes fugaces de Dané chupándome
antes los dedos hicieron que me volviera a ruborizar.
—¿Estás bien? —preguntó.
—Sí, estoy bien, creo que el sol me ha hecho
estragos en la piel, pero ya se me pondrá bien.
Tratando de cambiar de tema rápidamente, le volví a
preguntar si resistiría comer algo. Dané dijo que no lo sabía, pero que creía
que podría aguantar la leche de coco. Decidí que no era una buena idea darle la
leche como lo había hecho cuando estaba inconsciente. En cambio, le sostuve la
cabeza apoyada en mis piernas cruzadas y le di el resto de la leche tibia. Al
cabo de unos pocos sorbos hizo un gesto negativo con la cabeza y se apartó del
cuenco improvisado.
—Está bien, eso servirá por ahora, pero Dané, creo
que vas a tener que intentar comer algo de fruta si quieres recuperar las
fuerzas.
Ella asintió cansada mientras le volvía a colocar
la cabeza sobre su almohada/chaleco salvavidas.
—Dané, ¿te importa que te mire la herida antes de
que te duermas? Me preocupa que no nos quede mucha luz y me gustaría limpiarla
antes de que se ponga muy oscuro.
Volvió a asentir con cansancio y yo intenté
colocarla de lado para poder llegar a la herida. Al hacerlo, le expliqué que me
había visto obligada a cauterizarle la herida y que había usado agua de lluvia
para limpiarla lo mejor que había podido. También le expliqué que sus vendas
procedían de mi vestido, lo cual explicaba mi actual estado de desnudez.
Después de limpiarle y vendarle la espalda la ayudé a darse la vuelta. Aunque
no había dicho ni una palabra en todo este tiempo, me di cuenta por su
respiración rápida y agitada de que le dolía mucho. Usé lo que quedaba del agua
de lluvia para mojar otra tira de tela limpia, que empleé para humedecerle los
labios y luego la frente.
—¿Mejor? —pregunté en voz baja.
—Sí —fue su respuesta gutural—. Lo has hecho bien
—susurró antes de cerrar los ojos y sumirse en un sueño agotado y reparador.
Dejé que se me escapara otra lágrima antes de acomodarme a su lado y contemplar
el sol mientras se hundía en el mar.
A la mañana siguiente me despertaron de nuevo los
fuertes gritos de las gaviotas que volaban por encima.
—¿Pero por qué hacen tanto ruido? —pregunté sin
dirigirme a nadie en concreto. Me desperté del todo al oír la risa grave de mi
compañera de bote, que evidentemente llevaba despierta un rato.
—Vaya, pero que gruñona estás por la mañana,
pequeña.
Me incorporé de golpe y vi la conocida e irritante
sonrisa burlona de Dané Courtier.
—¡Oh, Dios mío, Dané, estás bien! —murmuré.
—Pues sí —me contestó con su habitual tono de
burla—. ¿Es que no lo esperabas? Por lo que me han dicho, he recibido los
mejores cuidados posibles.
Como siempre, me sonrojé ante sus burlas.
—Creía que lo de ayer era un sueño o una
alucinación. Pero no es así, estás bien de verdad.
—Sí, un poco dolorida, pero creo que viviré. Oye,
¿me ayudas a sentarme? Estoy un poco harta de estar tumbada en este bote.
—Claro ¿pero crees que debes? No quiero que se te
vuelva a abrir la herida. Sólo han pasado unos días y has estado sangrando
mucho.
—Me curo deprisa, Gabrielle. Seguro que no pasa
nada. Además, tengo que ocuparme de unos asuntos y a menos que quieras que lo
haga donde dormimos, te sugiero que me ayudes a levantarme.
Me sonrojé de nuevo y la ayude a sentarse.
—Espera —resolló. Mientras recuperaba el aliento,
miré por la playa en busca de un palo que pudiera usar para sujetarse. Al
encontrar el palo que había usado para derribar la fruta, volví con él al bote.
Ayudé a Dané a ponerse de pie y tras un momento de
pánico en que pensé que nos íbamos a desplomar en el suelo, Dané pareció
recuperar el equilibrio.
—Uuuf —resopló al ver la zona por primera vez—. ¿El
servicio de señoras está por allí? —gruñó.
Sonreí.
—Sí, por ahí es. —Le pasé el palo cuando salió del
bote. Dejé que se apoyara en mí por un lado mientras usaba el palo para
sostenerse por el otro. Nos dirigimos despacio a la espesa jungla de árboles que
cubría el borde de la playa.
Justo nada más pasada la línea de árboles, nos
encontramos con un árbol que parecía tener su propio criterio sobre cómo quería
crecer. En vez de en vertical, quería crecer en diagonal con respecto al suelo.
—Bueno, esto vale. Podré sujetarme muy bien
apoyándome en este árbol. —Empecé a protestar, pero me detuvo con una expresión
severa—. Lo siento, Gabrielle. —Pronunció mi nombre como si tuviera tres
sílabas bien diferenciadas, Ga-bri-elle—. No voy a permitir que te quedes ahí
mientras atiendo a la llamada de la naturaleza. Aprecio el cuidado que me estás
dando, pero no soy una niña, así que tienes que irte a otra parte mientras hago
esto. Estaré bien.
Me quedé mirándola con la boca abierta. Creo que
era el mayor número de palabras que le había oído decir de corrido. Salí de mi
trance cuando un dedo cálido me empujó suavemente la barbilla para cerrarme la
boca.
—Ahora da la vuelta y me reuniré contigo cuando
haya terminado. —Con eso, me dio la vuelta y con un ligero empujón en la
espalda, me puso en marcha.
Me senté en una gran roca medio enterrada en la
arena blanca y pensé entristecida: Bueno, si tenemos que quedarnos aquí
varadas unos cuantos días, al menos es bonito. Dané salió de entre los
árboles en ese momento y me levanté de un salto para ayudarla.
—Estás muy pálida, ¿estás bien? —le pregunté.
—Sí —afirmó—. Pero creo que me he pasado un poco.
Necesito echarme. —Su voz, normalmente fuerte, sonaba débil, y tenía la piel
palidísima. Me eché su brazo fláccido alrededor de los hombros y medio la
arrastré, medio la llevé de vuelta al bote.
—Dané, esto no va bien. No sé qué hacer —le dije
preocupada mientras la ayudaba a pasar por encima de la borda del bote.
—Shh, no pasa nada —me consoló—. Sólo necesito
descansar. Creo que debo de haber perdido mucha sangre y hace días que no como.
—He encontrado plátanos, frutos del pan, papayas y
cocos, Dané —le dije animadamente—. Y también cangrejos. ¿Crees que podrías
comer un poco?
—Conque sí, ¿eh? —Sonrió burlona—. Me lo estabas
ocultando, ¿eh? Y yo que pensaba que nos estábamos muriendo de hambre y tú has
salido a hacer la compra —bromeó—. ¿Me has guardado algo? En el barco me di
cuenta de que comes lo tuyo.
—¡Oye! —exclamé, enfadándome—. No es que estuvieras
despierta, así que no te podía dar comida. A menos que quisieras que te la
metiera a la fuerza por la garganta mientras estabas inconsciente. Ya me ha
costado bastante hacerte tomar un poco de leche de coco. —Estaba a punto de que
me diera un auténtico ataque de rabia cuando noté que su sonrisa burlona de
siempre empezaba a desaparecer.
—¿Me has dado de comer? —preguntó cansada—. ¿Cuando
estaba desmayada? ¿Cómo lo has hecho?
—Yo... mmm... —Me sonrojé muchísimo y ella me miró
con una ceja enarcada, claramente confusa por mi reacción—. Me... mmm... puse
un poco en los dedos y tú... mmm...
—¿Eras tú? —preguntó—. Creía que era un sueño.
Ahora mismo que estoy escribiendo esto, todavía tengo
que ver a Dané colorada de verdad, pero podría haber jurado que así se puso
aquel día y yo no sabía por qué. Estaba segura de que no estaba despierta y no
podía haber visto mis reacciones cuando me chupaba los dedos.
—Mmm... Dané, ¿crees que ahora podrías con un poco
de comida sólida? —pregunté, tratando de cambiar de tema.
—No lo sé. Creo que ahora mismo estoy demasiado
cansada. Preferiría echar una siesta primero, si no te importa.
—Claro, muy bien —le dije—. Quiero echar un vistazo
por los alrededores para ver si encuentro algo o a alguien que nos ayude. Si me
necesitas, grita. No iré muy lejos, ¿vale?
—Mmm —murmuró, cerrando ya los ojos. Tapé el bote
encima de su cabeza con la gran hoja para impedir que se quemara con el sol.
Me dirigí a la línea de árboles, dispuesta a
encontrar ayuda. Atravesar la densa vegetación no fue en absoluto tan difícil
como pensaba. Había renunciado a llamar pidiendo ayuda y simplemente seguí
caminando. Tras cruzar la barrera inicial que separaba la playa de la jungla,
casi era fácil andar. A excepción de unas cuantas raíces que estaban por encima
del suelo, el camino estaba despejado.
Prácticamente no había visto más fauna que las aves
y los cangrejos de la zona. Ni siquiera había visto una ardilla u otro tipo de
animal del bosque y pensé que eso no era muy normal.
Los árboles no eran muy grandes, pero eran de lo
más exuberante. La vista estaba salpicada de enormes flores de vivos colores
como en un cuadro muy vulgar que había visto una vez. El hecho de que fueran
reales y tuvieran un aroma exquisito eliminaba la vulgaridad y me llenaba de
alegría.
Continué mi exploración sin fijarme mucho por dónde
iba (como era habitual en mí) y tropecé con una raíz descubierta. Antes de
poder evitarlo, salí volando por encima del borde del camino natural que había
estado siguiendo. Tuve un momento de pánico total y luego me quedé sin aire por
la costalada y con un fuerte dolor de cabeza, al aterrizar en mitad agua y mitad
tierra.
Lo primero que noté cuando recuperé el aliento fue
el dolor de cabeza que tenía y el agua que me acariciaba el muslo. Me senté
toda temblorosa y contemplé lo que me rodeaba. Había aterrizado en una pequeña
y limpia charca casi oculta por la densa vegetación. La charca estaba rodeada
por una pared de rocas casi tan altas como yo y la espesa y verde vegetación
caía por encima de las rocas. Podría haber pasado al lado sin verlo de no haber
tropezado y caído dentro.
Mientras absorbía la belleza de este lugar, observé
a dos pájaros de alegres colores que bajaron volando y se posaron justo a mi
lado. Los dos me miraron con curiosidad, ladeando la cabeza como diciendo, ¿Tú
qué eres? Luego se pusieron a beber de la charca. Los miré fascinada
mientras trataba de olvidarme de lo seca que tenía la garganta. Terminaron de
beber con calma, me echaron otra mirada desconfiada y salieron volando hacia
los árboles de arriba.
Salí de mi ensueño, me acerqué más a la charca y me
incliné para beber.
—Vamos allá —dije al aire y cogí un poco de agua.
Estaba fresca y limpia: fue lo mejor que había bebido en mi vida. Prescindí de
los buenos modales (al fin y al cabo, no había nadie que pudiera verme) y metí
toda la cabeza en el agua para beber—. Qué maravilla —murmuré cuando quedé
saciada. Nunca había apreciado los méritos del agua, de hecho, solía
despreciarla a favor del té o la leche, pero esto era pura ambrosía.
Tras mirar rápidamente a mí alrededor y asegurarme
de que estaba sola, me quité la combinación y entré despacio en el agua fresca.
—Oh —suspiré en voz alta al sumergirme en el agua
hasta el cuello. Metí el pelo en el agua y me lo lavé lo mejor que pude. Al
pensar en Dané echada en el bote en la playa, aceleré mi baño. Al salir de la
charca, la idea de ponerme la mugrienta combinación me dio tanto asco que
decidí lavarla junto con mi ropa interior. Hacía tanto calor que estaba segura
de que tendría la ropa casi seca antes de volver a la playa. Encontré un gran
palo de caña caído y hueco por dentro gracias a los insectos y lo llené de
agua.
Dané estaba despierta y sentada en el bote cuando
regresé. Sonrió al ver mi pelo mojado echado hacia atrás y mi combinación
húmeda.
—Vaya, parece que te has refrescado.
Le sonreí, sin querer ofenderme por su sonrisita
provocativa.
—Sí. He encontrado una charca de agua dulce en la
jungla y te he traído agua para que bebas. —Le pasé el palo, que cogió
agradecida. Se detuvo y miró dentro del palo que le había dado—. Adelante, he
visto a unos pájaros que la bebían primero y luego he bebido yo. El agua está
bien, no te hará daño —la tranquilicé.
—No, no es eso —dijo y me miró con la ceja
enarcada—. ¿Has cogido el agua antes o después de lavar tus bragas en esa
charca? —preguntó.
Noté que mi mandíbula traicionera se abría y me
quedé mirándola sin dar crédito.
—Pero qué cosa más desagradecida...
Levantó las manos como para protegerse de mis
golpes verbales y me echó una sonrisa auténtica, no la burlona de siempre.
—Perdona, es que no puedo evitar tomarte el pelo,
te dejas provocar tan fácilmente —dijo riendo. Luego se llevó el palo a los
labios y bebió un buen trago.
Sonreí mientras se tragaba hasta la última gota de
agua. Cuando terminó, esbocé mi propia sonrisa burlona, me acerqué mucho a
ella, la miré directamente a los ojos y susurré:
—He cogido el agua después de lavar mis bragas. —Le
di una palmadita en la cabeza y salí corriendo carcajeándome por la playa, perseguida
por los insultos que me lanzaba en francés.
Dané aceptó una tregua cuando la tenté con la cena
que estaba haciendo. Había atrapado varios de esos cangrejos azules y tras
encender un nuevo fuego (esta vez sólo necesité dos cerillas), los tenía sobre
unas piedras calientes tostándose al fuego. También había recogido bayas
silvestres, papayas y plátanos. Junto con la leche de coco, era una comida
bastante suculenta.
—Escucha, Dané —dije—. Ya me he disculpado, ¿vale?
No lo pensé hasta que ya me había bañado y lavado mis cosas. Además era una
charca bastante grande.
Dané se reclinó en el bote, con aspecto algo
cansado.
—Ga...bri...elle, quiero que lo sepas: me curo muy
deprisa y cuando esté mejor, más te vale estar preparada porque te voy a hacer
pagar por eso.
La sonrisa que tenía en la cara era malévola y por
primera vez lamenté mi decisión de decirle lo del agua. ¡Me había metido en un
buen lío y lo sabía!
—Dané, ¿cuánto crees que tardarán en encontrarnos?
—No lo sé. A decir verdad, me preocupa un poco que
no nos hayan encontrado aún.
Hacía ya tres días que habíamos desembarcado en
esta playa. La salud de Dané iba mejorando y parecía estar recuperando el
color.
—¿Crees que hoy podrías caminar un poco después de
visitar el bosque?
Mis días habían consistido en acompañar a Dané al
bosque para que hiciera sus necesidades y en hacer acopio de comida y agua. Era
una tarea durísima que me dejaba exhausta al final del día. Sin embargo,
impedía que me preocupara por el hecho de que a estas alturas Dané y yo hacía
más de una semana que habíamos desaparecido y todavía no nos habían encontrado.
Hacía ya tiempo que había dejado de llamar pidiendo ayuda mientras buscaba
comida. Había llegado a la conclusión de que estábamos solas en aquella zona.
Curiosamente, en lugar de asustarme, esto me reconfortaba. No había nada que
pudiera hacernos daño y en el fondo estaba convencida de que no tardarían en
encontrarnos.
Dané se dio la vuelta para que le examinara la
herida. Sorprendentemente, me dejaba que la examinara sin apenas protestar. Le
miré la herida con asombro.
—Ya lo creo que te curas deprisa —le dije por
enésima vez.
Se rió como siempre y la ayudé a sentarse apoyada
en uno de los bancos del bote.
—Oye —exclamé, al ocurrírseme una idea—. ¿Qué te
parece si vamos a la charca? Podrías beber todo lo que quisieras y no tendrías
que depender de que yo te traiga el agua en esos palos. Además —añadí con tono
de burla—, no te vendría mal darte un baño. —Arrugué la nariz a propósito e
intenté parecer molesta.
—Vale, vale, ya me entero. Ayúdame a levantarme,
niña.
Poner a Dané de pie ya no era tan difícil como al
principio. Unos cuantos días de reposo con comida y agua en el estómago habían
conseguido que fuera recuperando las fuerzas. La ayudé a salir del bote,
advirtiendo que esta vez sólo hizo una ligera mueca de dolor, y la llevé hasta
los árboles despacio. El trayecto, que normalmente era de unos quince minutos,
nos llevó a Dané y a mí media hora con un par de paradas para descansar. Dané
sudaba abundantemente cuando llegamos a la charca. Yo empezaba a lamentar mi
decisión de permitirle caminar tanto cuando alcanzamos la charca.
—¡Oh, vaya, es estupendo! —exclamó al mirar el
lugar que estaba como a metro y medio por debajo de nosotras—. ¿Cómo bajamos
hasta ahí?
—¡Ooh, maldita sea! —exclamé y luego me puse como
un tomate cuando Dané me miró con una ceja enarcada. Siempre había oído a mi
padre decir eso y veía a mi madre dándole un palmetazo por maldecir delante de
nosotras. No había contado con que Dané estaba herida. Yo siempre bajaba
deslizándome por la pared de roca de metro y medio cuando venía aquí para beber
y bañarme.
—Lo siento, Dané, no lo he pensado, sólo pensé que
te gustaría darte un baño. No se me ha ocurrido que tendríamos que bajar hasta
ahí.
—¿Cómo has encontrado este sitio? —Preguntó Dané—.
Yo nunca lo habría encontrado aunque lo estuviera buscando.
—Pues... mmm... tropecé con él —le dije, intentando
no decirle que en realidad había encontrado la charca al caerme literalmente
por el borde de la pequeña altura sobre la que estábamos ahora.
—Ya, a ver si lo adivino. Encontraste este lugar
del mismo modo que nos conocimos nosotras, ¿verdad?
—Mmm, sí —dije—. Vamos, creo que podemos bajar si
vamos por aquí.
Avancé con Dané unos doscientos metros más. El
terreno había empezado a bajar y por fin, con muy poco esfuerzo, conseguí bajar
a Dané hasta el agua.
La senté en la pequeña franja de arena que bordeaba
la charca y las dos nos desnudamos a toda prisa. Estaba tan emocionada que ni
pensé en que iba a estar desnuda delante de mi amiga, de hecho, cuando ya estaba
en ropa interior, me volví para ayudar a Dané y vi que ella había hecho lo
mismo.
Dios mío, qué bella es, gritó mi mente con tanta fuerza que si no fuera
porque Dané no levantó la mirada, habría creído que lo había dicho en voz alta.
Dané había terminado de soltarse el pelo y ahora estaba sentada en ropa
interior con el largo pelo negro ondeando al viento. Aunque seguía muy pálida y
débil por la herida, me di cuenta de que era una mujer muy fuerte. Los brazos
que rodeaban sus piernas dobladas parecían muy fornidos. Observé los
movimientos de los músculos de su estómago al respirar.
—¿Gabby? —dijo bruscamente. Vi que tenía la ceja
enarcada y me pregunté cuántas veces me había llamado—. ¿Estás lista?
—Ah, sí, estoy lista —le dije. Dejé que utilizara
mi hombro para sostenerse mientras entrábamos en la charca.
—Ooh —suspiró al adentrarse en la charca. La piel
cálida se le puso inmediatamente de gallina al entrar en contacto con el agua
fresca.
Cuando ya estábamos cerca del centro de la charca,
a Dané el agua apenas le llegaba al pecho, pero a mí ya me rozaba la barbilla.
—Ojalá tuviéramos jabón —dijo mientras las dos
intentábamos bañarnos en el agua como mejor podíamos—. Venga, te lavo el pelo
si tú me lavas el mío —dijo. Sin esperar respuesta, me dio la espalda, hundió
el largo pelo en el agua y volvió a sacarlo. Como no teníamos jabón, me limité
a pasar las manos por su sedoso pelo para desenredarlo y quitarle el sudor.
Disfruté al lavarle el pelo a Dané. No era sólo que
el tacto de su pelo me encantaba, eran también los ruidos que hacía mientras le
masajeaba el cuero cabelludo.
—¿Te gusta? —le pregunté al cabo de cinco minutos
de masaje.
—Mmm-mmm —fue lo único que contestó.
Me esforcé por controlar la respiración mientras
pasaba los dedos por el pelo de Dané. Se me encogió el estómago la primera vez
que oí los gemidos de placer apenas audibles que emitía. De repente, me dieron
ganas de darle la vuelta y besarla... besarle los hombros... besarle el
cuerpo... besarle...
Tomé aliento con fuerza. ¿Pero qué demonios
estoy pensando...? Dané no siente eso por mí y yo no debería sentir eso por
ella... ¿verdad? Continué masajeando su pelo mientras dejaba vagar el
pensamiento repasando las circunstancias que nos habían llevado a nuestra
actual situación. Recordé mi reacción ante Dané en el barco y que sólo de
pensar en ella empezaba a arder de rabia... ¿o era otra cosa que confundí con
rabia? Me pregunto cómo voy a sobrevivir cuando me lave el pelo.
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