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miércoles, 25 de junio de 2014

Abandonadas 5

Durante varios días Zorro y Kia se dirigieron la palabra sólo cuando era necesario. Zorro estaba llena de dolor y no sabía qué hacer para remediarlo y Kia estaba muy confusa y asustada. Aunque intentaba no pensarlo, su mente volvía una y otra vez a la noche en que Zorro había acudido a ella. Zorro no le había hecho daño, de hecho, había intentado que estuviera a gusto, pero Kia estaba tan asustada que no había sabido qué hacer. Por un lado, Kia tenía miedo de Zorro, pero por el otro, tenía miedo de que Zorro la devolviera a casa con deshonra.
Los días se fueron haciendo más cortos. Kia advirtió que cada vez con más frecuencia, Zorro volvía a casa y caía exhausta en las pieles de la cama, a veces sin molestarse siquiera en saludar a Kia. Generalmente se había ido antes incluso de que Kia se despertara. En días así, Kia sentía la soledad y desolación absolutas de vivir fuera del campamento de invierno como si tuviera un puñal clavado en el corazón. No tenía a nadie con quien hablar y a nadie con quien compartir las cosas. Sólo una compañera que tenía que hacer un esfuerzo para decirle dos palabras seguidas.
Zorro sufría tanto como Kia, si no más. Quería disculparse por empeñarse en que Kia se uniera a ella, pero la idea de volver a estar con ella nunca estaba muy lejos de sus pensamientos. Cada vez que la miraba, sentía la necesidad de estar más cerca de ella, de tocarla de alguna manera. Lo único que se lo impedía era la promesa que había hecho llevada por la rabia y la vergüenza.
Sin embargo, a medida que los días se acortaban, Zorro empezó a temer que Kia la dejara. Al principio eran pequeños detalles. Kia la observaba cuando creía que Zorro no miraba. Se sobresaltaba cuando Zorro se acercaba demasiado. Seguía ocultándose al quitarse la ropa para lavarse. Y murmuraba en sueños. Fueron estos detalles los que impulsaron a Zorro a olvidar su rabia con la esperanza de conseguir que Kia se quedara con ella. La idea de que Kia se marchara hacía que Zorro se sintiera como si nunca más pudiera volver a entrar en calor.
Zorro introdujo el cuchillo por la piel y luego cortó las patas del conejo y se las dio a los perros. No tenía la mente en lo que estaba haciendo, pero eso no suponía el menor peligro para Zorro. De ser necesario, podía cazar y desollar conejos en plena tormenta de nieve. Su mente estaba concentrada únicamente en Kia. Deseaba tanto estar con ella... ¿cómo podía haberse equivocado tanto? Había visto lo cariñosa que era Kia con sus amigos y su familia. ¿Por qué Kia no estaba dispuesta a darle una oportunidad? Las palabras de Lobo Negro flotaban ominosamente por encima de Zorro desde el día en que las pronunció. Una vez más, Zorro se sintió llena de rabia al pensar en Kia, su compañera, yaciendo con Lobo Negro, dándole a él el placer que se negaba a darle a ella. De repente, Zorro se quedó helada, levantó la vista para mirar el desolado cielo gris y a sus perros, sorprendentemente silenciosos, y se esforzó por contener las ganas de llorar.
En su cabeza, se repitió una pregunta a la que nadie salvo Kia podía responder. ¿Por qué no puede amarme?
Kia metió el trozo de grasa de ballena en la lámpara y encendió la mecha. Apartándose del fuego, colocó la pequeña lámpara junto a la plataforma de dormir de Zorro. La lámpara le daría a Zorro un poco más de calor y luz que el fuego situado en el centro de la estancia. Zorro había adquirido la costumbre de sentarse ahí en lugar de junto al fuego para limpiar sus trampas. Kia sabía que era para no tener que estar cerca de ella y eso la hacía sentirse dolida y confusa. Fue a la puerta y apartó la gruesa piel.
Se quedó mirando las interminables llanuras de nieve. Todavía no había señales de Zorro. Suspirando, Kia volvió a su labor de costura, con el ceño fruncido de preocupación. Su mente empezó a flotar y cerró los ojos para entregarse a la que ya era una fantasía habitual. Estaba desnuda encima de Zorro, sus cuerpos se movían a la vez, Zorro tenía las manos hundidas en su pelo y le susurraba palabras de amor al oído.
Kia notó que se le formaba una sonrisa de satisfacción en la cara al ver claramente la expresión de placer que inundaba el rostro de Zorro.
—Kia.
Kia bajó de un salto de la plataforma de dormir y corrió hacia Zorro. Levantó las manos para ayudar a Zorro a quitarse el abrigo, pero recordó cómo la había regañado en una ocasión anterior y retrocedió rápidamente, dejando caer nerviosa las manos a los lados.
—No, ayúdame... por favor. —Zorro miró fijamente a Kia, acercándose para dejar que la ayudara a quitarse la pesada prenda. Zorro cerró los ojos al pensar que olía la piel cálida de Kia.
—¿Estás bien, Zorro? —preguntó Kia tímidamente.
Zorro tragó con dificultad bajo la presión de los interrogantes ojos azules de Kia.
—Sí, estoy bien.
Kia asintió y siguió ayudando a Zorro a quitarse las prendas externas, notando con cierta preocupación que Zorro estaba temblando.
—Tal vez deberías sentarte junto al fuego.
Kia estaba preocupada por Zorro, pero al mismo tiempo se alegraba de que estuvieran hablando. Zorro se acurrucó de buen grado junto al fuego. Consiguió no sobresaltarse cuando Kia le puso el gran abrigo de piel de oso alrededor de los hombros. Había intentado evitar tocar el abrigo desde la noche en que había obligado a Kia a unirse a ella.
—¿Tienes hambre, Zorro?
Zorro no podía mirarla. ¿Por qué estaba siendo tan amable con ella? ¿Por qué no se marchaba de una vez y le decía a toda la aldea que Zorro no la satisfacía? Zorro sacudió la cabeza y siguió contemplando el fuego.
—Te... te he hecho esto. —Kia le entregó con timidez una pequeña bufanda de pieles que había cosido unas con otras. Era casi tan larga como Zorro y Kia la había doblado cuidadosamente—. Es... es para que no se te enfríe la cara cuando conduces el trineo.
Zorro cogió la bufanda y la acarició delicadamente con los pulgares, llevándosela a la nariz. Intentó hablar varias veces, pero ni siquiera consiguió abrir la boca. Por fin, habló y se avergonzó al notar que su voz sonaba como la de una niña pequeña.
—Kia, ¿puedo acostarme contigo, por favor? No haré nada, te lo prometo. Es que tengo frío.
Zorro no podía creer que hubiera dicho aquello en voz alta. Pero lo había hecho. Ahora esperó a que Kia se riera de ella, o peor aún, que la insultara y le dijera que no. Pero Kia no respondió y Zorro empezó a pensar que no debería haber expresado sus sentimientos.
—Zorro. —Zorro levantó la vista rápidamente y vio que Kia ya se había metido en sus pieles y estaba más cerca de la pared que de costumbre para que Zorro pudiera echarse cómodamente a su lado en la estrecha plataforma—. Ven.
Zorro se levantó, dejando su regalo en su plataforma de dormir, y se acercó a Kia. Le empezó a temblar el cuerpo al echarse, con cuidado de no tocar a Kia.
—Lamento haberte asustado —soltó. No era lo que quería decir, pero eso fue lo que le salió.
—Sé que no querías hacerlo —dijo Kia sin pensarlo. Aunque no conocía muy bien a Zorro, recordaba lo cuidadosa y delicada que había sido. De haber querido, Zorro podría haber empeorado las cosas tomándola en el campamento de invierno, pero en cambio había ideado un plan para que Kia pudiera conservar su virginidad. Incluso la primera noche que habían pasado aquí, no se había empeñado en tomarla, sino que se había limitado obtener su propio placer. Incluso ahora, Kia se preguntaba a qué estaba esperando—. ¿Zorro?
Kia se apoyó en los codos y se inclinó sobre Zorro. Pero la respiración lenta y regular le indicó que Zorro estaba efectivamente dormida. La escasa luz del fuego le permitió a Kia estudiar a su compañera. Zorro parecía cansada e infeliz. No se parecía en nada a la persona llena de energía que había sido antes de que se unieran. Kia se tumbó, pero no podía apartar la mirada del perfil de Zorro. Sus ojos se posaron en la curva de su oreja. Era tan delicada, nada propia de Zorro. Los ojos de Kia bajaron por la mandíbula de Zorro hasta su cuello y su hombro. Había sido muy fácil verla como cazadora, pero no había sido tan fácil verla como mujer o como compañera.
Kia había mirado a Zorro como lo hacía el Pueblo, como a alguien que era más una leyenda que otra cosa. No una persona de carne y hueso que podía cometer y cometía errores. A lo mejor está tan asustada como yo, pensó Kia antes de unirse a su compañera en el sueño.
Al día siguiente Zorro se había ido cuando Kia se despertó. Sin embargo, estaba bien arropada en las pieles de dormir y el fuego había sido avivado para que la habitación estuviera caliente y acogedora. Incluso había agua ya preparada para que Kia pudiera lavarse cuando se despertara.
Sonriendo muy contenta, Kia se vistió rápidamente y se dispuso a matar el tiempo hasta que volviera Zorro. Kia llevaba limpiando sólo una hora o dos cuando oyó ruido de perros. Frunciendo el ceño, fue a la gruesa piel que cubría la puerta y miró fuera. Era demasiado pronto para que volviera Zorro. Kia estaba segura de que Lobo Negro había cumplido su amenaza y ahora haría todo lo posible por comportarse como si Kia no existiera. Kia se quedó sorprendida cuando el conductor se acercó y se dio cuenta de que efectivamente era Zorro. Se quedó mirando mientras Zorro llevaba a los perros al refugio y descargaba sus bártulos.
Kia se apartó de la puerta cuando Zorro entró en la cálida estancia con una ristra de peces.
—Hola.
—Hola —dijo Kia a su vez tímidamente y luego se apresuró a cogerle los peces a Zorro—. Voy a limpiarlos...
—Ya lo he hecho yo.
—Ah, gracias. —Kia farfulló las palabras al tiempo que un rubor cálido empezaba a subirle por el pecho hasta las mejillas.
—Los he limpiado antes de venir para poder dar de comer a los perros al mismo tiempo —explicó Zorro cohibida.
Kia sonrió y se dispuso a hacer un rico guiso. Hablaron poco, pues Zorro parecía estar totalmente entregada a la limpieza y comprobación de sus trampas. Kia quería preguntarle por qué había venido tan pronto, pero le daba miedo hacerlo. En realidad, estaba contenta, pero no sabía muy bien por qué.
Sus pensamientos quedaron interrumpidos al notar un ligero toque en la espalda. Se volvió y se encontró a Zorro tan cerca de ella que tuvo que controlarse para no retroceder. Zorro abrió la mano. En ella tenía un pequeño colmillo de morsa, en el que había hecho laboriosamente un agujero por el que había pasado un cordón de cuero retorcido para poder llevarlo alrededor del cuello. Kia había notado que Zorro llevaba uno parecido.
—Gracias —dijo maravillada al coger el regalo de la mano de Zorro. Tocó el liso colmillo y se volvió de espaldas a Zorro muy emocionada—. ¿Me lo pones, por favor? —Con la emoción, se olvidó de su timidez y dobló las rodillas automáticamente para que Zorro pudiera llegar. Con manos temblorosas, Zorro apartó el pelo de Kia y parpadeando, ató el cordón alrededor de su cuello. Zorro se apartó rápidamente de Kia por temor a que las ganas de besarle el cuello pudieran con ella.
—Cuéntame una historia —le pidió Zorro bruscamente, al tiempo que cogía su zurrón y se ponía a hurgar en él para parecer ocupada.
—¿Una... una historia?
Zorro asintió.
—Te he visto contarles historias a los niños. A menudo me he preguntado qué les estabas contando. Nunca he estado lo bastante cerca para oírlo.
—Está bien, ¿qué te gustaría oír?
Zorro se quedó quieta un momento.
—¿Me podrías contar la de la zorra y la liebre? Ésa me gusta.
Kia asintió y se puso a contar la historia al tiempo que removía el guiso. De vez en cuando, levantaba la vista para asegurarse de que Zorro seguía escuchando y cada vez la pillaba mirándola. Se apresuraba a apartar la mirada y Kia continuaba con la historia como si no hubiera sucedido nada.
—Y así fue como la zorra de las nieves y la liebre de las nieves se convirtieron en almas gemelas.
—Siempre me ha gustado esa historia —dijo Zorro suavemente—. ¿Tú te la crees, Kia?
—Sí, me la creo casi toda.
—También es triste. Que la zorra tuviera que dar la vida para que la liebre pudiera vivir.
—Sí, pero estuvieron juntas para siempre: compartían una misma alma.
Kia se quedó mirando mientras Zorro servía la comida distraída. Aceptó su cuenco primero y luego miró mientras Zorro preparaba su propio cuenco.
—Lo sé, pero no es lo mismo.
Kia asintió con la cabeza y las dos comieron en agradable silencio. Kia estaba contenta. Era en realidad la primera conversación que había mantenido con Zorro. Hablaron más después de comer y Zorro consiguió incluso que Kia le contara otra historia. Kia terminó la historia e intentó sin éxito sofocar un bostezo, que Zorro imitó.

Zorro se levantó y se quedó paralizada por un instante de indecisión. Quería volver a dormir con Kia, pero no quería destruir la reciente comodidad mutua que habían conseguido. Le costó volverse hacia sus solitarias pieles de dormir, pero Zorro se sintió reconfortada al pensar que Kia no había parecido asustada ni incómoda. Mañana también regresaría temprano y a lo mejor podían hablar más.

viernes, 20 de junio de 2014

Abandonadas 4

Un copo de nieve bajó volando del cielo y se posó delicadamente en el extremo de unas pestañas de color claro. Cambiando rápidamente de sólido a líquido, se movió en forma de gota de agua solitaria por la pestaña y se metió en un ojo abierto. Zorro no parpadeó: estaba paralizada mirando el trineo de Lobo Negro que bajaba por el otro lado de la colina hasta desaparecer de su vista. Zorro se quitó la capucha de la cabeza como si eso la fuera a ayudar a verlo mejor. Sus ojos se clavaron sin parpadear en el punto donde lo había visto por última vez. Una rabia tan ardiente como el pelo que ahora se agitaba alrededor de su cara pálida subió por su cuerpo hasta que su puño abrasador se aposentó satisfecho en su corazón. Pensó en ir tras él, pero le costaría alcanzarlo antes de que llegara al campamento de invierno.
Danka, el perro guía de Zorro, se volvió para mirar a la mujer inmóvil que tenía detrás y gimoteó un poco pidiendo sus órdenes. Zorro lo miró en silencio y con un suave silbido, empezaron a moverse despacio hacia casa. Zorro soltó a los perros de los arneses más despacio que de costumbre. Ni siquiera cuando Lobo Negro le lanzó el arpón se había sentido tan furiosa como ahora.
Kia volvió a colocar cuidadosamente la pequeña muñeca en la esquina de la plataforma y se puso a explorar el resto de la vivienda. Para ella fue algo natural empezar a limpiar y a colocar sus pieles de dormir y estaba tan contenta canturreando por lo bajo cuando oyó el crujido de las raquetas de Zorro que se acercaba a la puerta. Zorro entró en su hogar y tuvo que parpadear dos veces para darse cuenta de que efectivamente no se había equivocado de casa.
—Te has instalado, bien —dijo Zorro tensamente al advertir que Kia parecía contenta y que ya no caminaba con los hombros encorvados como en las muchas otras ocasiones en que Zorro la había observado.
—He pensado que si colocaba mis cosas, no echaría tanto de menos mi casa.
Zorro asintió, se sentó en la pequeña piedra que había al otro lado del fuego y empezó a quitarse las botas. Kia la miró como hipnotizada y por fin se lanzó hacia delante para ayudarla.
—Deja que te ayude. —Agarró la bota de Zorro y se puso a tirar.
Zorro pegó un respingo y le apartó las manos como si hubiera hecho algo malo.
—Me puedo quitar las botas yo sola —gruñó.
Kia se echó hacia atrás como si Zorro le hubiera pegado y retrocedió confusa. Su madre siempre había ayudado a su padre a quitarse las botas cuando llegaba a casa. Era la costumbre.
Zorro se quitó las botas y se quedó mirando la tela que le mantenía los pies calientes e impedía que las botas le hicieran rozaduras al caminar.
—Yo no soy un hombre. No deseo que se me trate como tal. —Zorro se levantó y se puso a preparar la carne para el fuego. Kia observó atónita mientras Zorro preparaba la comida con mano experta.
Por fin, Zorro miró a Kia, que observaba en silencio.
—¿Tienes hambre?
—Sí. —Kia había decidido que sólo hablaría cuando se le dirigiera la palabra y que haría lo que se le ordenara hasta que pudiera comprender mejor a esta persona tan extraña. Se quedaron sentadas así largo rato, ninguna de las dos dispuesta a hablar. Kia se conformaba con su reciente libertad y Zorro bullía como el conejo que se estaba cocinando en el fuego.
Con la rabia, empezaba a creer que Kia había permitido a Lobo Negro unirse a ella. No se le había ocurrido pensar que Kia pudiera hacer una cosa así. Por eso había estado dispuesta a esperar para unirse a ella, conformándose con el hecho de que su unión ya había sido bendecida.
Zorro se acercó al estante y cogió un cuchillo y dos cuencos de piedra. Cortó dos grandes piezas de carne del conejo que se asaba al fuego y le entregó la más grande a Kia. Las dos comieron en silencio pero con hambre.
—No quería ser tan brusca contigo —dijo Zorro al cabo de unos cuantos bocados.
Kia apartó los ojos de la suculenta carne y se encontró con la firme mirada verde de Zorro.
—Lo comprendo. —En realidad no lo comprendía. Zorro la había regañado por hacer algo que era su deber. ¿Por qué otras cosas iba a ser reprendida?
Zorro asintió y volvió a concentrarse en su cuenco. Tomó dos bocados más y luego empezó a comer más despacio y se quedó mirando el cuenco sin ver. Se preguntó si Kia le hablaría de la visita de Lobo Negro. No sabía cómo sacar el tema, de modo que se quedó en silencio hirviendo de rabia.
Kia observó en silencio mientras Zorro sacaba varias trampas de su zurrón hecho de piel de caribú y se ponía a comprobarlas con seriedad. Durante horas, Kia se quedó mirando a Zorro mientras ésta trabajaba en las trampas hasta que todas estuvieron limpias. Las volvió a meter con cuidado en el zurrón. Kia pensó por un momento en contarle a Zorro lo de la visita de Lobo Negro, pero decidió que eso no le haría ningún bien a nadie.
Cuando Zorro se dio cuenta de que Kia no le iba a hablar de la visita de Lobo Negro, sus peores temores se vieron confirmados.
—Es hora de dormir —dijo con tal brusquedad que Kia se sobresaltó y estuvo a punto de dejar caer la piel que había estado cosiendo. Se levantó rápidamente y se desnudó, con cuidado de no mirar a Zorro mientras lo hacía. Kia se acostó rápidamente y volvió la cara hacia la pared cuando Zorro empezó a desnudarse.
Apartando las pieles que estaban enrolladas y colocadas pulcramente bajo la plataforma de dormir, la furia de Zorro se calmó un poco al advertir que Kia había extendido hierbas blandas debajo para que la superficie no fuera tan dura al echarse.
Zorro se acostó e intentó cerrar los ojos con fuerza para ahuyentar los pensamientos que se negaban a dejarla dormir. Los recuerdos de Lobo Negro marchándose apresuradamente de su casa hacían que Zorro se estremeciera de rabia. Los recuerdos de la piel de Kia debajo de ella y el sabor de las bayas en sus labios llevaron a Zorro a aferrar con ira sus pieles de dormir. Por fin, como el puñal en el corazón que pretendían ser, las palabras de Lobo Negro atravesaron el corazón de Zorro, que se incorporó en la cama casi sin aliento. Miró al otro lado del fuego el lugar donde estaba echada Kia.
No iba a permitir que esto siguiera adelante. Kia era su compañera: era deber de las dos consolarse mutuamente. Zorro fue a la plataforma de dormir donde estaba acurrucada Kia y alargó la mano para apartar las pieles. Sólo quería dormir a su lado. Esperaría a que saliera el sol para hablar de Lobo Negro.
—¿Qué haces? —preguntó Kia en voz alta, incorporándose. Al instante, Zorro empezó a arder de rabia y vergüenza. ¿Cómo se atrevía? No iba a consentir que le hiciera sentirse como una extraña en su propio hogar.
—Eres mi compañera.
—Lo sé.
—Entonces debes yacer conmigo.
—Sé cuáles son mis deberes, pero... —Kia estaba confusa. Se había resignado a la idea de que tendría que cumplir con sus deberes, pero como Zorro no había insistido, había supuesto que le iba a permitir tomarse su tiempo para acostumbrarse a la idea. Con el estómago atenazado, vio que Zorro se apartaba.
Zorro buscó desesperada su abrigo de unión y por fin vio la piel blanca embutida debajo de su plataforma de dormir como si fuera algo sin importancia. Por alguna razón, esto también contribuyó a que su rabia ardiera con fuerza. Sacó el abrigo y se lo puso y luego volvió a la plataforma de dormir más grande donde Kia estaba sentada mirando temerosa, sujetándose las pieles sobre el pecho como para protegerse.
—¿Me vas a rechazar, Kia?
Kia tragó con dificultad. ¿Podía rechazar a Zorro? Hacerlo sin duda haría que la devolviera al campamento de invierno. Y eso supondría la vergüenza para Nube Blanca y Sunni. Por mucho miedo que tuviera, Kia no estaba dispuesta a hacer eso.
—No, no te... no te rechazo, Zorro —dijo en voz tan baja que temió tener que repetirlo para que la oyera.
—Pues échate —dijo Zorro, con tono grave y tenso.
Kia hizo lo que se le ordenaba. Zorro se abrió el abrigo para que Kia pudiera verlo todo, incluido el vello rojo que le cubría el sexo delicadamente.
Kia recordó lo que le había dicho Sunni. “Una mujer debe someterse a las necesidades de su compañero. Es su deber, pero eso no quiere decir que le tengan que gustar. No es bueno parecer bien dispuesta la primera vez; si no, tu compañero podría considerarte una mujer fácil”. Kia tenía miedo: no sabía por qué de repente Zorro estaba tan enfadada con ella, pero lo peor de todo era que no sabía qué se esperaba de ella. Kia aferró las pieles que tenía debajo del cuerpo y apartó la cara para no ver a Zorro. Sunni le había dicho muchas cosas. Pero Zorro era diferente, no era un hombre.
Kia se sobresaltó al sentir unas manos cálidas que le tocaban el hombro. Su primer impulso fue apartar esas manos, pero se contuvo.
—Kia, no tengas miedo. —La voz de Zorro parecía nerviosa al decir su nombre, pero Kia se negó a mirarla.
Zorro había querido decirle lo que sentía. Lamentaba haber sido tan brusca, pero ahora sentía que la rabia le ardía en el pecho y tuvo que parpadear varias veces. Sabía que Kia no había deseado sus atenciones, que incluso le había rogado a su padre que no la obligara a casarse con Zorro. Ésta había actuado como si simplemente siguiera la tradición, pero deseaba a Kia con una pasión tal que no tenía palabras para expresarla. Aunque sólo la había visto unas pocas veces, pensaba en ella casi todas las noches antes de dormir.
Zorro se echó encima del cuerpo de Kia, con el cuerpo tembloroso al entrar en contacto con Kia de una forma tan absoluta. Las palabras de Lobo Negro ardían en su mente: "No te preocupes. Cuando no puedas darle placer, volverá corriendo a mí".
—Kia, por favor, ¿quieres mirarme?
Pero Kia no quería mirar a Zorro por temor a estallar en lágrimas. Le temblaba el cuerpo de miedo y nervios, sintiendo el cuerpo más pequeño que la cubría, tocándola en sitios que sólo las personas unidas tenían derecho a tocar.
Te daré placer, Kia. No te voy a dar motivos para que me dejes, pensó Zorro, mirando el pelo oscuro de su compañera. Le voy a decir ahora que la amo y entonces lo entenderá.
El abrigo las tapaba a las dos por completo, no debería haber tenido frío, pero lo tenía.
—Kia, mírame, por favor.
—No, no puedo. —Kia se sentía toda confusa. Sin duda le faltaba cierta información que explicara por qué sentía tantas emociones en guerra unas con otras.
—Por favor, Kia.
Kia se limitó a hacer un gesto negativo con la cabeza, negándose incluso a dar una respuesta en voz alta. Zorro se sintió como si acabara de caer al agua durante una cacería de la ballena. Se le quedó el cuerpo paralizado al darse cuenta de que lo que le había dicho Lobo Negro era cierto. Kia quería ser la compañera de él y seguro que le había permitido gozar con ella. Rechazaba a Zorro porque pensaba que ésta la devolvería a sus padres si descubría que ya había sido probada.
—No te voy a devolver, Kia. No pienso hacerlo. —Dicho esto, Zorro cerró los ojos y bajó la cabeza. Con sus piernas más cortas y fuertes, separó los muslos de Kia y empezó a moverse sobre ella. Kia se encogió al notar la humedad en su muslo, pero aparte de eso, no hizo el menor gesto para impedir lo que estaba pasando. Como le había dicho su madre, se quedó lo más quieta posible, esperando que acabara pronto.
A Zorro se le escapó un gemido de la garganta al moverse sobre las largas extremidades de Kia. Recordando lo que había aprendido en aquella embarazosa estación en que le confesó a su abuela por primera vez sus sentimientos por Kia, se movió más despacio y empezó a frotar el pecho de Kia. Ésta pegó un respingo debajo de ella, por lo que Zorro siguió adelante. Tragó acaloradamente y luego aplicó la boca al pecho de Kia. Ésta empezó a debatirse débilmente, pero Zorro se aferró a ella, rodeándola con sus fuertes piernas, y siguió chupando. Bajó rápidamente la mano por el cuerpo de Kia hasta alcanzar el triángulo del sexo que sólo había visto cuando Kia creía que estaba dormida. El tiempo pareció detenerse cuando la mano de Zorro cubrió el oscuro triángulo del sexo y sus dedos se hundieron en la humedad que encontró allí como un manantial caliente. De la garganta de Zorro brotó un gemido que sobresaltó a Kia por su tono primitivo.
Kia cerró los ojos con fuerza, se puso rígida y se quedó lo más quieta posible.
—Por favor, Kia —susurró Zorro entrecortadamente. Quería que Kia se entregara a ella, que aceptara lo que le ofrecía, que no le hiciera sentirse como si se lo estuviera arrebatando a la fuerza.
Sus movimientos sobre el cuerpo alto y delgado empezaban a ser espasmódicos y aunque Kia estaba cada vez más excitada, todavía no se había movido y seguía sin mirar a Zorro. No sabía qué era lo que se esperaba de ella, de modo que estaba ahí echada sintiendo una oleada de emoción que no era capaz de describir.
"No debes sentir placer antes de que lo sienta ella, pues eso sería egoísta y pensará que no la amas". Zorro oyó el recordatorio de su abuela y casi al instante redujo la intensidad de sus movimientos.
Kia se mordió el labio y contuvo la respiración. Se preguntó si ya se había acabado. Los movimientos de Zorro eran más lentos. Kia notó la primera contracción de un calambre en la pierna por haberse mantenido tan inmóvil. Trató de no hacer caso, pero siguió trepándole por la pierna como un terco tejón. Se le dobló la pierna y sin darse cuenta, al cambiar de postura, se apretó con más fuerza contra Zorro, que seguía moviéndose despacio encima de ella.
—Oh... no —gimió Zorro al oído de Kia y al instante se puso a temblar. Kia no sabía si apartarse de ella o quedarse quieta como se le había dicho—. ¡Kia! —gimió Zorro al apretarse contra la suavidad que tenía debajo y tras sus párpados estallaron chispas de luz al tiempo que el calor inundaba sus partes inferiores. Notó que su cuerpo se contraía sobre Kia y cada contracción parecía más placentera que la anterior.
Zorro alzó la cabeza para mirar a Kia, con una decepción tan grande que tenía ganas de llorar, cosa que no había hecho desde la muerte de su abuela. Kia se volvió por fin y miró a la mujer que yacía encima de ella y sólo vio pesar y tristeza. De modo que cerró su corazón y su mente ante Zorro y apartó la cabeza y de esa forma, sin saberlo, le hizo más daño del que podría haberle hecho un arpón de púas.
Zorro se apartó con dificultad de la plataforma de dormir y se puso de pie. Cerrando el abrigo alrededor de su cuerpo, se quedó mirando a la mujer que era su compañera y sintió rabia, esta vez por su propia incapacidad.
—No volveré a tocarte —juró rabiosa. Fue hasta el fuego y metió dos paños en el agua caliente. De espaldas a Kia, se limpió, casi llorando al sentir las contracciones que todavía le recorrían el cuerpo, como para recordarle que no se le iba a permitir olvidar el placer.
Se acercó a Kia, que se había tapado con una piel pero seguía echada con la cabeza vuelta para no mirar a Zorro. Ésta le dejó el paño mojado en el pecho, lo cual hizo que levantara la vista con ojos llorosos y asustados.
—Lávate —le ordenó antes de ir al otro lado de la estancia y, dando la espalda a Kia, se tumbó y fingió quedarse dormida. No tenía fuerzas para quitarse el abrigo. Estaba tan segura de que no tenía la menor posibilidad de obtener el amor de Kia que lo único que deseaba era cerrar los ojos y dormir, con la esperanza de que la espantosa soledad que sentía por lo que había hecho fuera desapareciendo.
Kia se quedó petrificada un momento y luego cogió el paño y se limpió como se le había ordenado. A la luz vacilante, apenas veía el abrigo que todavía llevaba puesto Zorro.
Zorro hundió la nariz en el abrigo que llevaba, aspirando profundamente, e hizo una mueca por el placer doloroso que la atravesó cuando el olor de Kia le acarició la nariz y le alborotó los sentidos. Oh, abuela, no me quiere, no me quiere... Esto fue lo último que pensó antes de sumirse en una duermevela abatida.
Kia dejó que le resbalaran grandes lágrimas por las mejillas mientras se quitaba del cuerpo los restos de la necesidad de Zorro. Había intentado quedarse lo más quieta posible y creía que Zorro estaba disfrutando, pero por la reacción de Zorro, ahora pensaba que se había equivocado. Se hizo un ovillo y se quedó mirando la pared sin ver. En su mente no había duda de que Zorro la devolvería al campamento de invierno al día siguiente por no darle placer. Kia lloró hasta quedarse dormida. Sus sueños se llenaron de imágenes de Zorro gozando con otras mujeres del Pueblo mientras Kia miraba sin poder impedirlo.

domingo, 15 de junio de 2014

Abandonadas 3

La celebración duró toda la noche y hasta bien entrada la mañana. Kia lo sabía porque había estado despierta casi todo el tiempo. Le resultaba irreal que hubiera gente celebrando su unión y sin embargo, ella no pudiera encontrar un motivo de regocijo en ello.
Había sido incapaz de pensar en algo que decirle a Zorro mientras miraba a su compañera pelirroja colocar sus pertenencias en su trineo. Los perros blancos de Zorro gimoteaban y tiraban de las correas de cuero que los rodeaban como si percibieran el nerviosismo en el aire. Ni siquiera pudo animarse a darle las gracias debidamente por no empeñarse en una unión en toda regla, como era su derecho, y ahora debía despedirse de su familia y partir con Zorro a un lugar desconocido. Pues nadie sabía realmente dónde vivía Zorro. Siempre había aparecido en el campamento con su abuela y luego sola para comerciar y participar en las cacerías. Kia aún oía a algunos de los hombres protestando al principio ante la idea de permitir que Zorro participara en las cacerías de caribúes. Sin embargo, Nube Blanca había puesto fin a aquello inmediatamente señalando que ni Zorro ni su abuela tenían a un hombre que cazara por ellas, por lo que era lógico que Zorro cazase si no quería morir de hambre. Hubo cierto descontento, pero a Zorro no se le impidió unirse a la cacería y no tardó en convertirse en la mejor cazadora de todos ellos, por lo que nadie volvió a protestar que participara en las cacerías.
—¿Estás lista? —preguntó Zorro en voz baja, sobresaltando a Kia, que había estado contemplando las negras montañas coronadas de hielo.
—Sí —contestó secamente. Se sentía un poco avergonzada de no haberle dicho más que cuatro palabras a Zorro desde que se despertaron por la mañana, pero realmente no sabía qué decir. Había ocurrido todo tan deprisa que no había tenido tiempo de pensar y mucho menos de hablar. Kia se volvió hacia su madre y la estrechó ferozmente contra su pecho. Éste ya no sería su hogar. Y en menos de un cuarto de ciclo, su familia y todo el pueblo abandonarían el campamento de invierno para seguir al caribú. Zorro y su abuela nunca se habían trasladado con ellos. Kia estaba segura de que Zorro no iba a cambiar sólo porque ahora estaba unida.
Kia deseaba a menudo poder quedarse y no tener que arrancar sus raíces con cada cambio de estación. Ahora lamentaba ese deseo: esta vez no había cosa que deseara más que marcharse con su familia.
Kia se sentó en el trineo, con sus escasas pertenencias atadas a la parte de delante junto con el abrigo de unión y otros regalos que Nube Blanca le había hecho a Zorro. Kia se volvió para mirar a Zorro, pero ésta tenía una expresión inescrutable. Antes de que pudiera levantar la mano para saludar a su madre por última vez, Zorro se puso en marcha, por lo que Kia tuvo que agarrarse a su cintura para evitar salir despedida por la parte de atrás.
Sin que Kia lo supiera, Zorro estaba perdida en sus propios pensamientos oscuros. Al salir de la tienda de la unión, Lobo Negro la había acorralado.
—Así que te crees un hombre, ¿no?
—No soy un hombre.
—Así es y no eres una cazadora.
Zorro sonrió.
—Soy mejor cazadora de lo que lo serás tú en toda tu vida —dijo con suficiencia, retando con la mirada a Lobo Negro para que la desafiara.
Lobo Negro la miró con furia y luego en sus ojos apareció un brillo malévolo.
—Te crees que has ganado, pero no es así. ¿Qué harás cuando no puedas darle hijos?
—A las dos nos abandonaron, ¡ya encontraremos a quien cuidar! —dijo Zorro con más convicción de la que sentía. Nunca se le había ocurrido que Kia pudiera querer hijos. De hecho, no se le habían ocurrido muchas cosas, como, por ejemplo, que Kia nunca llegara a sentir por Zorro lo que ésta deseaba que sintiera.
Zorro se quedó tan anonadada al pensarlo que se apartó de Lobo Negro sin mirarlo siquiera. Lobo Negro, convencido de que la había herido, entró a matar como un auténtico cazador, gritándole:
—No te preocupes. Cuando no puedas darle placer, ¡volverá corriendo a mí!
Zorro apretó los labios al recordar las palabras de Lobo Negro con la claridad que sólo poseen las palabras hirientes. Estaba tan ensimismada que no advirtió el pequeño tiro de cuatro perros con trineo que la seguía a cierta distancia.
Zorro aflojó las manos y dejó que los perros corrieran hasta su refugio por su cuenta. Observando la zona que rodeaba su hogar con su aguda vista, no vio nada fuera de lo normal y se concentró en descargar las escasas pertenencias de Kia de la parte delantera del trineo. Zorro fue por delante y Kia la siguió al interior de la casa de piedra.
El Pueblo vivía en tiendas construidas con la piel del caribú. Se apilaba nieve a los lados para impedir que el aire frío se llevara las tiendas. Que Zorro pudiera recordar, siempre había vivido en esta casa de piedra con su abuela. Era la única razón por la que no se trasladaban como el Pueblo.
Kia carraspeó cuando ya habían pasado varios minutos sin hablar.
—¿Dónde voy a dormir? —preguntó nerviosa, observando las paredes cubiertas de turba. Lo único que le resultaba familiar de la vivienda era que, como en su tienda del campamento de invierno, el suelo estaba cubierto de suaves pieles.
Zorro tenía varias mantas en los brazos y miró a Kia sin comprender. Se dio cuenta por la expresión nerviosa de Kia de que ésta no quería dormir con ella, de modo que se dio la vuelta y se limitó a decir:
—Te lo enseñaré. —Zorro se esforzó por que no se le notara la decepción en el tono, pero estaba segura de que había fracasado miserablemente—. Ahí. —Señaló la plataforma de dormir que ahora era suya y antes había pertenecido a su abuela. Era el doble de grande que la que estaba al otro lado de la estancia. Las dos estaban a cada lado del fuego para recibir calor.
Kia asintió satisfecha y se puso a mirar la estancia con asombro. Ya había oído hablar de este tipo de vivienda, pero nunca había visto una. Su pueblo nunca construía viviendas permanentes. La suya no era una vida sedentaria. Vivían y se alimentaban de acuerdo con las idas y venidas del caribú y rara vez se quedaban en el mismo sitio más de un cuarto de ciclo.
—¿Esto... esto no se va a caer cuando llegue la nieve?
—No, es fuerte. He vivido aquí toda la vida.
—¿Quién construyó este sitio? —preguntó Kia, cuya curiosidad natural le hizo olvidar por el momento todas sus angustias. Zorro estaba arrodillada junto al círculo del fuego, haciendo chocar dos trozos de pedernal nuevo que le había dado Nube Blanca, por lo que tardó un momento en contestar.
—Mi abuela y su amor.
—¿Su amor? —Kia se quedó sorprendida. Desde que conocía a la abuela, sólo habían estado Zorro y ella y nadie más y tampoco había oído hablar de un compañero cuando los hombres hablaban de ellas alrededor del fuego.
—¿Y qué fue de él?
—Ella.
—¿Ella?
—Sí, creo que era una mujer.
—¿No lo sabes?
—No, no lo sé. La abuela no hablaba de ella. Y no sé qué fue de ella.
Kia observó mientras Zorro se quitaba parte de la ropa, pues la estancia se había caldeado. Se acercó a un estante y cogió unas cuantas especias.
—Voy a comprobar mis trampas. Nadie viene nunca por aquí, así que estarás a salvo.
Kia asintió, contenta de tener un rato para estar sola y examinar este extraño sitio que iba a ser su nuevo hogar. Zorro se marchó en silencio y Kia soltó un suspiro de alivio y la tensión que sentía en presencia de Zorro fue desapareciendo al asimilar lo que la rodeaba sin esos penetrantes ojos verdes observando todos sus movimientos.
Se sentó en la plataforma de dormir hecha de piedra y miró a su alrededor. Aparte del alegre fuego que ardía en el círculo central, no había ningún adorno. Ni pieles de colores, ni mantas, ni cerámica, nada que revelara el tipo de persona que vivía allí. A lo largo de una pared había un estante hecho con el mismo tipo de piedra del que estaba hecha la casa, con numerosos tarros llenos de algo que parecían especias. Justo enfrente de Kia había una pequeña plataforma de dormir que suponía que era de Zorro. En un rincón había una pequeña muñeca tallada en lo que parecía ser un  colmillo de morsa. Kia la cogió y la examinó, con una pequeña sonrisa en la cara. Había visto muñecas así en su propia aldea, pero le sorprendió ver una en posesión de Zorro. Kia dio la vuelta a la muñeca con cuidado y se le borró la sonrisa al ver que alguien se había tomado la molestia de ponerle pelo rojo como el de Zorro. Probablemente mediante las mismas bayas con que Zorro le había manchado el cuerpo para simular el mismo color. Kia se alegró de que alguien hubiera querido tanto a Zorro como para hacerle un juguete así. Ella misma siempre había tenido muñecas como las de las demás niñas. Ningún adulto se había molestado nunca en ponerles ojos o una cara como los suyos. Kia dejó la muñeca en su sitio y continuó su inspección.
El tintineo de algo metálico llamó la atención de Kia. Escuchó por si volvía a oírlo y, efectivamente, se repitió de nuevo, esta vez más cerca que antes. Kia se acercó a la puerta y con cuidado echó a un lado la gruesa piel colgada allí para mirar fuera. El trineo y el tiro de perros le resultaban conocidos, pero era evidente que no eran los característicos perros blancos de ojos azules de Zorro. La aprensión de Kia fue en aumento a medida que se acercaba el trineo. Zorro había dicho que nadie salvo Nube Blanca sabía dónde vivía, pero ahora se acercaba un desconocido y, por la trayectoria de los perros, se dirigían a propósito hacia la casa de Zorro. Kia se preguntó difusamente si debía esconderse. Había oído historias horribles sobre lo que les hacían los pekehas a las mujeres del Pueblo si las encontraban solas. La propia Kia nunca había visto a uno y esperaba no verlo jamás. Una orden áspera y brusca le reveló a Kia al instante quién se acercaba y aunque su cuerpo se relajó ligeramente, en su cara se formó un ceño preocupado.
¿Por qué venía Lobo Negro hasta aquí? Zorro y él no habían hecho más que mirarse con rabia cada vez que entraban en contacto, después del incidente durante la caza de la ballena.
Lobo Negro detuvo a sus perros justo delante de la casa, sin molestarse en ponerlos a refugio. Se bajó de los esquíes de su trineo y se acercó a la casa, con cara de determinación. Kia esperó a que Lobo Negro estuviera más cerca antes de preguntar preocupada:
—¿Ocurre algo, Lobo Negro? ¿Por qué has venido?
Lobo Negro se detuvo delante de Kia y dijo cortésmente:
—Deseo hablar contigo, Kia.
Kia asintió y se apartó de la puerta. Lobo Negro entró en la casa de piedra y miró a su alrededor como si esperara que el techo se fuera a hundir, como había hecho Kia.
—¿Por qué has venido, Lobo Negro? Si Zorro te encuentra aquí, no te va a dar la bienvenida.
Lobo Negro se volvió furioso hacia Kia, olvidando por el momento su asombro ante la casa de piedra. Como Kia, nunca había visto un hogar permanente. Todo el Pueblo e incluso otras tribus con las que entraban en contacto vivían en tiendas o en iglués construídos casi enteramente de nieve. Los asentamientos se podían desmontar y trasladar enteros en cuestión de días. Era su forma de vida. Esta vivienda y sus dos viviendas más pequeñas estaban construídas para soportar las fuertes nevadas del invierno, así como para mantener el aire fresco en el verano. Siempre se había preguntado cómo sobrevivían Zorro y su abuela en un solo lugar.
—Me da igual que no me dé la bienvenida. ¡He venido para hablar contigo! —gruñó Lobo Negro con rabia antes de poder controlarse. Suavizó el tono y continuó—: No he venido para hablar con esa... con Zorro. He venido para hablar contigo.
—¿Conmigo? ¿Por qué? —Kia frunció el ceño de nuevo. Lobo Negro y ella rara vez se hablaban, ni siquiera para saludarse. Él se había burlado de ella sin piedad cuando eran pequeños, pero aparte de eso, no había habido ofrecimientos de amistad por parte de ninguno de los dos.
—Kia, he venido para llevarte de vuelta al campamento de invierno.
—¿Le pasa algo a mi madre? —preguntó Kia, buscando frenética su abrigo.
—No, está bien, todos están bien.
Kia se detuvo y miró interrogante a Lobo Negro.
—¿Entonces por qué estás aquí? ¿Por qué tengo que volver?
—Estoy aquí porque no te corresponde estar con esa... con esa... pekeha. Yo soy con quien te tienes que unir. Esto, —agitó la mano con desdén—, no es el lugar que te corresponde, tu sitio está con el Pueblo como madre de mis hijos. —Al decir esto, Lobo Negro se irguió cuan alto era. En su mente no cabía duda de que Kia le agradecería que la rescatara.
Kia se quedó boquiabierta al oír las palabras de Lobo Negro.
—Lobo Negro, estoy unida. Lo que dices haría que mi padre nos desterrara a los dos del Pueblo. Estoy unida a Zorro —declaró Kia, pasmada al ver que Lobo Negro se atrevía a desafiar la ley.
—No puedes estar unida a ella. Es una mujer. ¿Cómo puede darte lo que te puedo dar yo?
—No puede —contestó Kia con sinceridad. Al mirar a Lobo Negro moviéndose por el hogar de Zorro con desprecio, se preguntó si en realidad había querido alguna vez lo que le ofrecía. Estaba a punto de decir, "Y tampoco lo desea", cuando Lobo Negro la interrumpió.
—¡Entonces estás de acuerdo conmigo! —dijo Lobo Negro con satisfacción y una sonrisa de triunfo en la cara—. Coge tus cosas, vamos a ver a tu padre. Le explicaremos que así no es como deberían ser las cosas. No puedes quedarte con alguien que no te da placer ni hijos. Ella no te puede dar ninguna de las dos cosas. —Dio la espalda a Kia y se acercó a la plataforma de dormir más pequeña, donde cogió la pequeña muñeca que la abuela de Zorro había hecho para ella y con una carcajada despreciativa la volvió a tirar sobre la piedra, sin molestarse en ponerla de nuevo donde la había encontrado. Lobo Negro ya se había puesto a pensar en lo que le diría al tonto del padre de Kia. Estaba seguro de que podría convencerlo para que viera las cosas como él. Lobo Negro ni se molestó en volverse para mirar a Kia. Estaba convencido de que simplemente seguiría sus órdenes.
—¿Lobo Negro? —dijo Kia, en un tono que hasta a ella le sonó apocado. Lobo Negro se volvió y al ver que Kia no se había movido, empezó a poner mala cara. Tendría que enseñarle que cuando él decía que hiciera algo, esperaba que lo hiciera deprisa. Ya tendría tiempo para eso después de la unión—. Quiero que te vayas de mi casa.
Lobo Negro se quedó rígido y se le oscureció la piel de rabia al asimilar las palabras de Kia.
—¿Tu casa? Ésta no es tu casa, es la casa de esa... de ese demonio blanco.
Kia sintió que se le llenaba el pecho de rabia y miró a Lobo Negro con dureza. Aunque tenía miedo de Zorro, sabía lo hirientes que podían ser las palabras de Lobo Negro y no deseaba que Zorro se sintiera como se había sentido ella hacía tantos ciclos.
—¡No es un demonio! Es como yo y es mi compañera. Aquí ya no eres bien recibido. Por favor, vete.
—Kia... —Lobo Negro se puso pálido al ver la expresión resuelta de Kia. Luego se sonrojó al darse cuenta de que la había perdido.
En realidad, nunca había sido suya, pero esto le daba aún más motivos para odiar a la que llamaban Zorro.
—Kia, ven conmigo. —Lobo Negro alargó furioso la mano para agarrar a Kia del brazo. Kia se apartó bruscamente, ante lo cual Lobo Negro se la quedó mirando sin dar crédito.
Kia se irguió ante él cuan alta era. Con la rabia, no se molestó en encorvar los hombros. Apretó los labios.
—Por favor, vete y no vuelvas. He dejado claros mis deseos. Estoy unida.
—Si no vienes conmigo ahora, tomaré a Miko como compañera. Tendrás que quedarte aquí con esa pekeha.
A Kia le dieron muchas ganas de decirle a Lobo Negro que prefería quedarse aquí con Zorro antes que unirse a él, pero no dijo nada, simplemente se acercó a la puerta y apartó la piel, diciéndole con los ojos lo que no expresaba con la boca.
Lobo Negro fue a la puerta sin mirar a Kia. Anonadado por su propio fracaso a la hora de apartar a Kia de una mujer, dijo:


—Me casaré con Miko esta noche. Si vienes a mí antes de entonces, me uniré a ti en cambio. —Cruzó la puerta sin imaginarse siquiera el grado de odio y asco que sus últimas palabras habían provocado en Kia. Hubo un tiempo en que aceptaba que algún día acabaría unida a Lobo Negro. Ahora se daba cuenta de que unirse a él habría sido el peor error que podría haber cometido. Kia dejó caer la pesada piel en su sitio delante de la puerta y se volvió hacia el fuego. Tenía que agradecerle a Zorro el haberla salvado de ese error.