Durante varios días Zorro y Kia se dirigieron
la palabra sólo cuando era necesario. Zorro estaba llena de dolor y no sabía
qué hacer para remediarlo y Kia estaba muy confusa y asustada. Aunque intentaba
no pensarlo, su mente volvía una y otra vez a la noche en que Zorro había
acudido a ella. Zorro no le había hecho daño, de hecho, había intentado que
estuviera a gusto, pero Kia estaba tan asustada que no había sabido qué hacer.
Por un lado, Kia tenía miedo de Zorro, pero por el otro, tenía miedo de que Zorro
la devolviera a casa con deshonra.
Los días se fueron haciendo más cortos. Kia
advirtió que cada vez con más frecuencia, Zorro volvía a casa y caía exhausta
en las pieles de la cama, a veces sin molestarse siquiera en saludar a Kia.
Generalmente se había ido antes incluso de que Kia se despertara. En días así,
Kia sentía la soledad y desolación absolutas de vivir fuera del campamento de
invierno como si tuviera un puñal clavado en el corazón. No tenía a nadie con
quien hablar y a nadie con quien compartir las cosas. Sólo una compañera que
tenía que hacer un esfuerzo para decirle dos palabras seguidas.
Zorro sufría tanto como Kia, si no más.
Quería disculparse por empeñarse en que Kia se uniera a ella, pero la idea de
volver a estar con ella nunca estaba muy lejos de sus pensamientos. Cada vez
que la miraba, sentía la necesidad de estar más cerca de ella, de tocarla de
alguna manera. Lo único que se lo impedía era la promesa que había hecho
llevada por la rabia y la vergüenza.
Sin embargo, a medida que los días se
acortaban, Zorro empezó a temer que Kia la dejara. Al principio eran pequeños
detalles. Kia la observaba cuando creía que Zorro no miraba. Se sobresaltaba
cuando Zorro se acercaba demasiado. Seguía ocultándose al quitarse la ropa para
lavarse. Y murmuraba en sueños. Fueron estos detalles los que impulsaron a
Zorro a olvidar su rabia con la esperanza de conseguir que Kia se quedara con
ella. La idea de que Kia se marchara hacía que Zorro se sintiera como si nunca
más pudiera volver a entrar en calor.
Zorro introdujo el cuchillo por la piel y
luego cortó las patas del conejo y se las dio a los perros. No tenía la mente
en lo que estaba haciendo, pero eso no suponía el menor peligro para Zorro. De
ser necesario, podía cazar y desollar conejos en plena tormenta de nieve. Su
mente estaba concentrada únicamente en Kia. Deseaba tanto estar con ella...
¿cómo podía haberse equivocado tanto? Había visto lo cariñosa que era Kia con
sus amigos y su familia. ¿Por qué Kia no estaba dispuesta a darle una
oportunidad? Las palabras de Lobo Negro flotaban ominosamente por encima de
Zorro desde el día en que las pronunció. Una vez más, Zorro se sintió llena de
rabia al pensar en Kia, su compañera, yaciendo con Lobo Negro, dándole a él el
placer que se negaba a darle a ella. De repente, Zorro se quedó helada, levantó
la vista para mirar el desolado cielo gris y a sus perros, sorprendentemente
silenciosos, y se esforzó por contener las ganas de llorar.
En su cabeza, se repitió una pregunta a la
que nadie salvo Kia podía responder. ¿Por qué no puede amarme?
Kia metió el trozo de grasa de ballena en la
lámpara y encendió la mecha. Apartándose del fuego, colocó la pequeña lámpara
junto a la plataforma de dormir de Zorro. La lámpara le daría a Zorro un poco
más de calor y luz que el fuego situado en el centro de la estancia. Zorro
había adquirido la costumbre de sentarse ahí en lugar de junto al fuego para
limpiar sus trampas. Kia sabía que era para no tener que estar cerca de ella y
eso la hacía sentirse dolida y confusa. Fue a la puerta y apartó la gruesa
piel.
Se quedó mirando las interminables llanuras
de nieve. Todavía no había señales de Zorro. Suspirando, Kia volvió a su labor
de costura, con el ceño fruncido de preocupación. Su mente empezó a flotar y
cerró los ojos para entregarse a la que ya era una fantasía habitual. Estaba
desnuda encima de Zorro, sus cuerpos se movían a la vez, Zorro tenía las manos
hundidas en su pelo y le susurraba palabras de amor al oído.
Kia notó que se le formaba una sonrisa de
satisfacción en la cara al ver claramente la expresión de placer que inundaba
el rostro de Zorro.
—Kia.
Kia bajó de un salto de la plataforma de
dormir y corrió hacia Zorro. Levantó las manos para ayudar a Zorro a quitarse
el abrigo, pero recordó cómo la había regañado en una ocasión anterior y
retrocedió rápidamente, dejando caer nerviosa las manos a los lados.
—No, ayúdame... por favor. —Zorro miró
fijamente a Kia, acercándose para dejar que la ayudara a quitarse la pesada
prenda. Zorro cerró los ojos al pensar que olía la piel cálida de Kia.
—¿Estás bien, Zorro? —preguntó Kia
tímidamente.
Zorro tragó con dificultad bajo la presión de
los interrogantes ojos azules de Kia.
—Sí, estoy bien.
Kia asintió y siguió ayudando a Zorro a
quitarse las prendas externas, notando con cierta preocupación que Zorro estaba
temblando.
—Tal vez deberías sentarte junto al fuego.
Kia estaba preocupada por Zorro, pero al
mismo tiempo se alegraba de que estuvieran hablando. Zorro se acurrucó de buen
grado junto al fuego. Consiguió no sobresaltarse cuando Kia le puso el gran
abrigo de piel de oso alrededor de los hombros. Había intentado evitar tocar el
abrigo desde la noche en que había obligado a Kia a unirse a ella.
—¿Tienes hambre, Zorro?
Zorro no podía mirarla. ¿Por qué estaba
siendo tan amable con ella? ¿Por qué no se marchaba de una vez y le decía a
toda la aldea que Zorro no la satisfacía? Zorro sacudió la cabeza y siguió
contemplando el fuego.
—Te... te he hecho esto. —Kia le entregó con
timidez una pequeña bufanda de pieles que había cosido unas con otras. Era casi
tan larga como Zorro y Kia la había doblado cuidadosamente—. Es... es para que
no se te enfríe la cara cuando conduces el trineo.
Zorro cogió la bufanda y la acarició
delicadamente con los pulgares, llevándosela a la nariz. Intentó hablar varias
veces, pero ni siquiera consiguió abrir la boca. Por fin, habló y se avergonzó
al notar que su voz sonaba como la de una niña pequeña.
—Kia, ¿puedo acostarme contigo, por favor? No
haré nada, te lo prometo. Es que tengo frío.
Zorro no podía creer que hubiera dicho
aquello en voz alta. Pero lo había hecho. Ahora esperó a que Kia se riera de
ella, o peor aún, que la insultara y le dijera que no. Pero Kia no respondió y
Zorro empezó a pensar que no debería haber expresado sus sentimientos.
—Zorro. —Zorro levantó la vista rápidamente y
vio que Kia ya se había metido en sus pieles y estaba más cerca de la pared que
de costumbre para que Zorro pudiera echarse cómodamente a su lado en la
estrecha plataforma—. Ven.
Zorro se levantó, dejando su regalo en su
plataforma de dormir, y se acercó a Kia. Le empezó a temblar el cuerpo al
echarse, con cuidado de no tocar a Kia.
—Lamento haberte asustado —soltó. No era lo
que quería decir, pero eso fue lo que le salió.
—Sé que no querías hacerlo —dijo Kia sin pensarlo.
Aunque no conocía muy bien a Zorro, recordaba lo cuidadosa y delicada que había
sido. De haber querido, Zorro podría haber empeorado las cosas tomándola en el
campamento de invierno, pero en cambio había ideado un plan para que Kia
pudiera conservar su virginidad. Incluso la primera noche que habían pasado
aquí, no se había empeñado en tomarla, sino que se había limitado obtener su
propio placer. Incluso ahora, Kia se preguntaba a qué estaba esperando—.
¿Zorro?
Kia se apoyó en los codos y se inclinó sobre
Zorro. Pero la respiración lenta y regular le indicó que Zorro estaba
efectivamente dormida. La escasa luz del fuego le permitió a Kia estudiar a su
compañera. Zorro parecía cansada e infeliz. No se parecía en nada a la persona
llena de energía que había sido antes de que se unieran. Kia se tumbó, pero no
podía apartar la mirada del perfil de Zorro. Sus ojos se posaron en la curva de
su oreja. Era tan delicada, nada propia de Zorro. Los ojos de Kia bajaron por
la mandíbula de Zorro hasta su cuello y su hombro. Había sido muy fácil verla
como cazadora, pero no había sido tan fácil verla como mujer o como compañera.
Kia había mirado a Zorro como lo hacía el
Pueblo, como a alguien que era más una leyenda que otra cosa. No una persona de
carne y hueso que podía cometer y cometía errores. A lo mejor está tan asustada
como yo, pensó Kia antes de unirse a su compañera en el sueño.
Al día siguiente Zorro se había ido cuando
Kia se despertó. Sin embargo, estaba bien arropada en las pieles de dormir y el
fuego había sido avivado para que la habitación estuviera caliente y acogedora.
Incluso había agua ya preparada para que Kia pudiera lavarse cuando se
despertara.
Sonriendo muy contenta, Kia se vistió
rápidamente y se dispuso a matar el tiempo hasta que volviera Zorro. Kia
llevaba limpiando sólo una hora o dos cuando oyó ruido de perros. Frunciendo el
ceño, fue a la gruesa piel que cubría la puerta y miró fuera. Era demasiado
pronto para que volviera Zorro. Kia estaba segura de que Lobo Negro había
cumplido su amenaza y ahora haría todo lo posible por comportarse como si Kia
no existiera. Kia se quedó sorprendida cuando el conductor se acercó y se dio
cuenta de que efectivamente era Zorro. Se quedó mirando mientras Zorro llevaba
a los perros al refugio y descargaba sus bártulos.
Kia se apartó de la puerta cuando Zorro entró
en la cálida estancia con una ristra de peces.
—Hola.
—Hola —dijo Kia a su vez tímidamente y luego
se apresuró a cogerle los peces a Zorro—. Voy a limpiarlos...
—Ya lo he hecho yo.
—Ah, gracias. —Kia farfulló las palabras al
tiempo que un rubor cálido empezaba a subirle por el pecho hasta las mejillas.
—Los he limpiado antes de venir para poder
dar de comer a los perros al mismo tiempo —explicó Zorro cohibida.
Kia sonrió y se dispuso a hacer un rico
guiso. Hablaron poco, pues Zorro parecía estar totalmente entregada a la
limpieza y comprobación de sus trampas. Kia quería preguntarle por qué había
venido tan pronto, pero le daba miedo hacerlo. En realidad, estaba contenta,
pero no sabía muy bien por qué.
Sus pensamientos quedaron interrumpidos al
notar un ligero toque en la espalda. Se volvió y se encontró a Zorro tan cerca
de ella que tuvo que controlarse para no retroceder. Zorro abrió la mano. En
ella tenía un pequeño colmillo de morsa, en el que había hecho laboriosamente
un agujero por el que había pasado un cordón de cuero retorcido para poder
llevarlo alrededor del cuello. Kia había notado que Zorro llevaba uno parecido.
—Gracias —dijo maravillada al coger el regalo
de la mano de Zorro. Tocó el liso colmillo y se volvió de espaldas a Zorro muy
emocionada—. ¿Me lo pones, por favor? —Con la emoción, se olvidó de su timidez
y dobló las rodillas automáticamente para que Zorro pudiera llegar. Con manos
temblorosas, Zorro apartó el pelo de Kia y parpadeando, ató el cordón alrededor
de su cuello. Zorro se apartó rápidamente de Kia por temor a que las ganas de
besarle el cuello pudieran con ella.
—Cuéntame una historia —le pidió Zorro
bruscamente, al tiempo que cogía su zurrón y se ponía a hurgar en él para
parecer ocupada.
—¿Una... una historia?
Zorro asintió.
—Te he visto contarles historias a los niños.
A menudo me he preguntado qué les estabas contando. Nunca he estado lo bastante
cerca para oírlo.
—Está bien, ¿qué te gustaría oír?
Zorro se quedó quieta un momento.
—¿Me podrías contar la de la zorra y la
liebre? Ésa me gusta.
Kia asintió y se puso a contar la historia al
tiempo que removía el guiso. De vez en cuando, levantaba la vista para
asegurarse de que Zorro seguía escuchando y cada vez la pillaba mirándola. Se
apresuraba a apartar la mirada y Kia continuaba con la historia como si no
hubiera sucedido nada.
—Y así fue como la zorra de las nieves y la
liebre de las nieves se convirtieron en almas gemelas.
—Siempre me ha gustado esa historia —dijo Zorro
suavemente—. ¿Tú te la crees, Kia?
—Sí, me la creo casi toda.
—También es triste. Que la zorra tuviera que
dar la vida para que la liebre pudiera vivir.
—Sí, pero estuvieron juntas para siempre:
compartían una misma alma.
Kia se quedó mirando mientras Zorro servía la
comida distraída. Aceptó su cuenco primero y luego miró mientras Zorro
preparaba su propio cuenco.
—Lo sé, pero no es lo mismo.
Kia asintió con la cabeza y las dos comieron
en agradable silencio. Kia estaba contenta. Era en realidad la primera
conversación que había mantenido con Zorro. Hablaron más después de comer y
Zorro consiguió incluso que Kia le contara otra historia. Kia terminó la
historia e intentó sin éxito sofocar un bostezo, que Zorro imitó.
Zorro se levantó y se quedó paralizada por un
instante de indecisión. Quería volver a dormir con Kia, pero no quería destruir
la reciente comodidad mutua que habían conseguido. Le costó volverse hacia sus
solitarias pieles de dormir, pero Zorro se sintió reconfortada al pensar que
Kia no había parecido asustada ni incómoda. Mañana también regresaría temprano
y a lo mejor podían hablar más.