Los cánticos eran tan alegres que
a Kia le dolían los oídos. Todo el campamento de invierno parecía celebrar el
inminente matrimonio: todo el mundo lo veía como un feliz acontecimiento. Es
decir, todo el mundo salvo Kia y Lobo Negro. Kia tenía miedo de Zorro, siempre
lo había tenido, con ese pelo de fuego, rojo y alborotado, y esos ojos verdes
que nunca había visto.
Zorro no era lo que imaginaba al
soñar con el aspecto que tendría su compañero. Dejando aparte el hecho de que
efectivamente era una gran cazadora, Zorro era una mujer y no podía darle
hijos. Lo único que a Kia le había apetecido siempre de la idea de unirse a
alguien era tener un hijo.
Cuando era más joven, había sido
una niñera muy solicitada. Kia pensaba que tal vez éste era su castigo por
todas las cosas horribles que le había deseado a Lobo Negro.
El toldo de la tienda se retiró
tan deprisa que Kia pegó un respingo. Sunni entró en la tienda y la abrazó.
—¿Estás lista, hija mía? Sé que
estás asustada, pero acabará pronto.
—Pero... pero no puedo casarme
con ella.
—Puedes y lo harás —le dijo Sunni
a su hija adoptiva con severidad.
Aunque ella misma le había
expresado dudas parecidas a su compañero hacía apenas un momento, no podía
dejar que Kia advirtiera su miedo—. Es el deseo de Nube Blanca. Lo ha prometido.
Así debe ser. —Luego Sunni repitió las palabras que su compañero le había dicho
para calmarla cuando le pidió histéricamente que no obligara a su única hija a
unirse a la extraña Zorro—. ¿Es que quieres causarle vergüenza?
—No —dijo Kia en voz baja. Nube
Blanca había sido un padre maravilloso. Kia lo quería muchísimo y nunca haría
nada que le hiciera quedar mal ante los ojos del Pueblo.
—Zorro te ha honrado con su
presa. La carne de esa sola pieza dará de comer a todo el campamento de invierno
nada menos que durante dos semanas. Con las pieles se podrán hacer buenos
hogares. No tendrás que preocuparte del tema de los hijos...
—¡Pero yo quiero hijos! —exclamó
Kia, con el corazón en un puño.
—Bueno, seguro que eso es algo
que tendrás que hablar con tu... Zorro.
El toldo se apartó y Miko, prima
de Kia, asomó la cara redonda por la puerta.
—Es la hora, prima. —Sonrió
alegremente y a Kia le dieron ganas de tirarle algo. Miko se alegraba de que se
fuera a casar con Zorro porque así se quedaría con Lobo Negro, puesto que sería
la única mujer casadera que quedaría en el campamento.
Kia no tenía el menor deseo de
ser la compañera de Lobo Negro, nunca lo había tenido, pero en cierto modo
habría preferido casarse con Lobo Negro antes que con la misteriosa y
terrorífica Zorro.
—Ahora debo dejarte, hija mía,
porque va a empezar la ceremonia.
Kia se quedó mirando a Sunni
mientras se marchaba y en su mente se puso a idear formas de romper el acuerdo
sin dañar la reputación de su padre. A lo mejor Zorro no quería casarse con
ella, en cuyo caso, las dos saldrían beneficiadas si se ayudaban la una a la
otra.
El toldo se retiró y entre
fuertes gritos y horribles alaridos, levantaron a Kia del sitio que ocupaba
junto al fuego y la sacaron a rastras de la tienda.
Todo el campamento de invierno
estaba alrededor de una gran hoguera, todos ellos bien envueltos en sus pieles
y observando como si estuvieran a punto de ver una especie de milagro. Kia
intentó llamar la atención de Zorro, pero ésta tenía la mirada clavada en Nube
Blanca y no se volvió hacia ella.
Para Kia era como un sueño. No
podía creer que en cuestión de un momento fuera a quedar unida a alguien a
quien sólo había visto unas cuantas veces durante las cacerías. Las palabras
que pronunciaba Nube Blanca no tenían el menor sentido para Kia y al poco, el
cordón de cuero marrón rodeó las manos de Zorro y Kia. Ésta las miró un
momento, muy turbada: su mano era más grande que la de Zorro, lo cual la
sorprendió hasta tal punto que casi dio un paso atrás. Los fuertes gritos
comenzaron de nuevo y a Zorro y a ella las empujaron al interior de la tienda
de la unión y las dejaron a solas.
Kia miraba a Zorro con los ojos
llenos de miedo.
Zorro se adelantó. Me presentaré
como me enseñó mi abuela, pensó al tiempo que alargaba la mano para tocar la de
Kia, pero ésta retrocedió con cautela.
—No deseo esto —soltó por la boca
sin poder contenerse. Se le escapó una especie de sollozo de entre los labios
que flotó en la tienda como un espíritu maligno a la espera de apoderarse de
una nueva alma.
Zorro se quedó paralizada,
olvidando la presentación formal cuando la fría verdad le abofeteó la cara.
—¿No deseas esto? —repitió como
una boba porque no sabía qué más decir.
—No —sollozó Kia angustiada,
mirando los relucientes ojos verdes y el espeso pelo rojo.
—¿Por qué no lo has dicho antes?
¿Por qué has dejado que nos unamos? —Zorro notó que se iba enfadando a medida
que hablaba, pero intentó calmarse por temor a que Kia llorase más.
—Yo... —La respuesta de Kia quedó
ahogada por la música. El redoble de los tambores y los fuertes cánticos indicaban
que la ceremonia de unión había empezado. Duraría hasta que los ancianos decidieran
que la unión se había consumado. Los cánticos y los tambores eran un intento
ceremonial de dar intimidad a las parejas recién unidas.
—¿Estarías dispuesta a deshonrar
a tu familia rechazándome? — preguntó Zorro enfadada.
—No... yo...
—¿Entonces qué vas a hacer cuando
la madre te examine y no hayas sido probada?
—No lo sé.
Zorro volvió la espalda a Kia,
desilusionada y furiosa. Recordaba las palabras de su abuela tan claramente
como si se las estuviera diciendo en ese mismo momento. Debes asegurarte de que
no tenga miedo; si no, no disfrutará de lo que le ofrezcas.
Zorro se devanó los sesos y se
apartó nerviosa el pelo rojo de la cara. El escozor de la herida causada por el
arpón de Lobo Negro fue lo que le dio la idea. Se giró bruscamente y miró
furiosa a Kia un momento hasta que por fin suavizó la mirada para no asustarla.
Tranquila, Zorro, tú no te comportas como una mujer, pero debes aprender a estar
tranquila para no asustarla.
—Se me ha ocurrido una idea, pero
sólo funcionará si me ayudas.
Kia miró un momento a Zorro con
desconfianza y luego asintió con la cabeza.
—La madre te examinará para
asegurarse de que nuestra unión se ha consumado.
Kia sintió una oleada de temor.
Claro que lo comprobaría, siempre lo hacían. Era la única manera de asegurarse
de que más adelante un hombre no afirmara que otro hombre había probado a su
compañera y la devolviera a su familia. La única ocasión en que no lo comprobaban
era en el caso de una unión en que el compañero de la mujer hubiera muerto. En
ese caso, el segundo compañero debía recibir honores si el primero había tenido
una buena muerte. Todos los honores y bienes materiales propiedad del primero
pasarían al segundo tras la unión.
—Sí, siempre lo comprueban. Es la
costumbre —contestó Kia abatida.
—Entonces tenemos que hacer que
parezca que lo hemos hecho.
—¿Y cómo vamos a hacer eso?
—preguntó Kia temerosamente.
—Quítate la ropa y échate.
Kia sacudió la cabeza
vigorosamente.
—No, no lo voy a hacer.
—No nos queda mucho tiempo, Kia.
La madre no tardará en venir y te examinará y si cree que no has sido probada,
será una deshonra para ti y también para mí.
Kia pensó cuidadosamente en lo
que decía Zorro. Ésta tenía razón. Del mismo modo que las mujeres probadas
antes de la unión quedaban estigmatizadas, lo mismo les sucedía a los hombres
que no conseguían cumplir con sus deberes conyugales.
—Pero... pero tú eres una mujer
como yo, a lo mejor no lo comprueban.
—Lo comprobarán —dijo con
seguridad—. Tendrás que desnudarte. No tenemos mucho tiempo, ¿o quieres
decirles que has sido probada antes de la unión?
Kia se mordió el labio. Reconocer
haber sido probada antes de estar unida era un sino peor que la muerte para la
mayoría de las chicas. Ningún hombre se
casaría jamás con ellas, pues era probable que dejaran que cualquiera las
probase. Lo mejor que podían esperar era una vida de servidumbre o abandonar al
Pueblo, lo cual equivalía a una muerte casi segura.
—No creo que se vayan a creer que
yo no he podido cumplir, así que eso no va a funcionar...
Kia estaba deseando preguntarle
por qué, pero no lo hizo. Daba igual. De modo que empezó a desnudarse. Primero
se quitó el abrigo y la camisa de piel de ciervo con las cuentas de colores
alrededor del cuello. Luego se quitó las botas y por último los pantalones.
Durante todo este tiempo, se negó a mirar a Zorro. Por fin, se echó y se cubrió
hasta los hombros con las pieles de la unión. Eran de la mejor calidad y si Kia
no hubiera tenido tanto miedo, podría haber disfrutado de su suavidad. Tal y
como estaban las cosas, había empezado a temblar.
—¿Tienes frío? —La pregunta sonó,
daba la impresión, justo encima de ella.
Kia sofocó un grito al levantar
la mirada y ver a Zorro desnuda. Desvió la mirada ante la visión en primer
plano de todo su cuerpo. Se apartó como si se hubiera abrasado.
Zorro empezó a enfadarse. Su
abuela le había dicho que fuera amable y ella no había hecho otra cosa. Iba a
conseguir ganarse a Kia, cosa que ninguna otra mujer del pueblo podía hacer.
Pero empezaba a pensar que Kia nunca la aceptaría como compañera y Zorro sabía
que no podía permitir que pasara eso. Zorro suspiró y cogió el largo abrigo de
piel de oso. Sus dedos acariciaron admirados la piel blanca. El oso era un
símbolo de longevidad y fortuna para un cazador. Era el enemigo más peligroso.
Todos los hombres del pueblo que tenían una hija, en algún momento antes de que
ésta estuviera en edad de casarse, debían dar caza y matar al oso blanco. Antes
de que su hija se uniera, el padre regalaba un abrigo al hombre, igual que su
padre se lo había regalado a él. La creencia era que la fuerza del oso se
fundiría con su alma y lo ayudaría a fecundar a la mujer. Zorro había recibido
el abrigo de manos de Nube Blanca. No había hecho caso de las risas que
estallaron entre los hombres cuando le entregó el regalo. Nada de eso tenía
importancia: había escuchado a su abuela, había tenido paciencia y había
deseado que se cumpliera. Por fin, Kia era suya. Zorro deslizó los brazos en el
abrigo y respiró hondo.
—Kia, ¿me miras?
Kia la miró atemorizada y Zorro
tuvo que tragar para poder terminar lo que iba a decir. Sería difícil, pero
dejaría que Kia tomara sus propias decisiones y esperaba que aprendiera a amar
a Zorro tanto como Zorro la amaba a ella.
Zorro alargó la mano hacia Kia y
ésta pegó un respingo de miedo.
—¿Ves esto? —Abrió la mano
despacio y le mostró a Kia lo que tenía.
—No tengo hambre —dijo Kia
suavemente, lo cual hizo reír a Zorro por un instante.
—No, supongo que no. —Miró las
bayas rojas que tenía en la mano y luego volvió a mirar a Kia—. Las usamos para
pintarnos la cara durante la cacería de la ballena. ¿Sabes por qué?
—Porque simboliza la sangre de la
ballena, para agradecerle el alimento y abrigo que nos va a dar.
—Así es —asintió Zorro, imitando
inconscientemente el gesto de su abuela.
Kia se quedó mirando las bayas un
momento y vio que la mano de Zorro se cerraba a su alrededor y una sustancia
roja como la sangre se colaba entre sus dedos. Zorro recogió con la otra mano
las gotas que si no, habrían caído sobre el suelo cubierto de pieles de la
tienda.
—Ahora échate, Kia, no nos queda
mucho tiempo. —Los cánticos se iban haciendo cada vez más fuertes. Zorro
intentó no pensar en el hecho de que no estaba llevando a su compañera al
orgasmo como se suponía por los fuertes cánticos. Quería gritar que no había
necesidad de que cantaran, pues no había nada que oír. Sabía que estaban todos
ahí fuera bebiendo, comiendo y fumando y haciendo bromas obscenas sobre lo que
estaba pasando en la tienda en ese mismo instante.
—Zorro, por favor... tengo
miedo... no quiero esto.
—Kia, no te voy a hacer daño
—explicó Zorro exasperada—. Te voy a poner esto. Cuando entre la madre, si no
se fija mucho, creerá que te he tomado.
Kia aspiró bruscamente y miró a
Zorro con incredulidad.
—¿Y tú qué? ¿A ti no te van a
examinar?
Por alguna razón, la pregunta
hirió a Zorro en el corazón, pero meneó la cabeza.
—No. Yo soy una cazadora, no me
van a examinar.
Kia se reclinó y se echó las
cálidas pieles por encima de los hombros.
—Kia, tienes que bajar las
mantas. No quiero manchar las pieles de jugo.
Kia se apartó despacio las mantas
de los hombros. El frío de la estancia no le hacía temblar tanto como el miedo
que sentía. Miró los febriles ojos verdes de Zorro y cerró los suyos de golpe.
Se detuvo un momento antes de mostrar sus pechos a esos febriles ojos de animal
y casi saltó de las pieles cuando Zorro dijo con voz ronca y acalorada:
—Date prisa, Kia, van a venir
dentro de nada.
Kia asintió y se deslizó las
pieles por el cuerpo hasta que le llegaron a las rodillas.
—Apártalas, Kia —dijo Zorro
suavemente, al tiempo que sus ojos se posaban en Kia por primera vez. Tuvo que
recordarse a sí misma que tenía que respirar. Su abuela tenía razón, Kia era
preciosa y sería digna de la espera. Zorro no hizo caso del hormigueo que tenía
en el estómago ni del calor que sentía entre las piernas y se acercó más—. Abre
las piernas — susurró suavemente.
Los cánticos casi habían
terminado: era el momento en que se elegía a "la madre". Ésta no era
necesariamente la madre de ninguno de los recién unidos. Era un cargo de honor
que se asignaba en cada ceremonia de unión.
Sin embargo, Zorro no tenía la
menor duda de que "la madre" sería la propia madre de Kia, puesto que
había sido elegida más que cualquier otra mujer mayor de edad de la aldea.
Esperaba que el hecho de que se trataba de su propia hija la llevara a no
examinarla demasiado a fondo.
Kia se echó a llorar apagadamente
al abrir las piernas con temor. Zorro se sentía mal por asustar a Kia, pero
había que hacerlo y tal vez más adelante Kia apreciara la delicadeza con que
estaba manejando la situación.
Zorro empujó delicadamente las
piernas de Kia para que las abriera más y tuvo que parpadear dos veces para
aclararse la vista al ver por primera vez el sexo de Kia. Como una piel sedosa
y bella, instaba a Zorro a tocarlo, a explorar su suavidad. Era tan distinto
del de Zorro que de repente ésta sintió una vergüenza que no había sentido
desde la primera vez que advirtió que su propio sexo estaba cubierto de rizado
pelo rojo y no negro, como el de las demás mujeres del Pueblo. Zorro volvió en
sí y se colocó entre las piernas abiertas de Kia y se echó hacia delante para
poder ver lo que hacía a la escasa luz del fuego.
Extendió el jugo de las bayas
sobre los muslos de Kia con dedos temblorosos, sin apartar los ojos del sexo de
Kia, pero un leve gemido le hizo levantar la mirada rápidamente para ver que
Kia se había tapado los ojos con las manos y estaba llorando suavemente. Zorro
ardía en deseos de pedirle perdón por asustarla, pero era la única forma.
Estaba segura de que Kia se lo agradecería más adelante. Los cánticos cesaron
de repente, indicando que se había elegido a "la madre" y que ésta
entraría en la tienda en cualquier momento. Zorro tragó y terminó de pintar los
muslos de Kia y luego susurró su nombre.
—Kia, ahora te voy a tocar. No te
haré daño, sólo te voy a poner el jugo de las bayas, no grites.
Kia asintió aunque siguió
llorando en silencio. Las dos pegaron un respingo por el primer contacto de las
manos de Zorro en el sexo de Kia.
Zorro pensó por un instante que
debería dejar que fuera Kia la que lo hiciera, pero no tenía tiempo de
explicárselo, de modo que separó delicadamente los labios del sexo de Kia y con
la punta de los dedos, que seguían temblándole de nervios, extendió con cuidado
el jugo de las bayas sobre Kia. Ésta se había echado a temblar también y tenía
la cara bañada en lágrimas y los ojos cerrados como si agonizara y a Zorro le
dolió el corazón por ella. El grito de fuera hizo que Kia abriera los ojos de
par en par. Había asistido a suficientes ceremonias de unión como para saber
que "la madre" iba a entrar de un momento a otro. Miró suplicante a
Zorro.
—Tienes que limpiarte las manos,
hay demasiado... —susurró desesperada entre lágrimas.
Zorro buscó frenética a su
alrededor algún sitio donde esconder las bayas aplastadas que tenía en la mano.
Miró asustada a Kia, no había pensado en esto. Tenían que librarse de las bayas
aplastadas o alguien podría darse cuenta. Casi nada más pensarlo, Zorro se
metió casi todas en la boca al tiempo que cubría el cuerpo de Kia con el suyo.
Kia se quedó tan sorprendida por el repentino movimiento que se le escapó un
ligero grito, pero Zorro la hizo callar con una mirada feroz.
—Ayúdame, Kia. —Zorro metió el
resto de las bayas en la boca abierta de Kia, encajando las caderas entre las
piernas de Kia. Con el corazón desbocado, cubrió la boca de Kia con la suya y
la besó por primera vez. De su garganta brotó un leve gemido cuando el sabor de
las bayas y de los labios de Kia penetró sus caóticos pensamientos. Zorro pensó
que era su imaginación lo que la llevaba a creer que notaba el leve olor
almizcleño del sexo de Kia. Volvió a mover los labios sobre los de Kia con la
esperanza de recuperar ese ligero sabor a almizcle. Casi al instante se perdió
en el beso.
La respiración de Kia era agitada
y entrecortada. El sobresalto inicial de tener el cuerpo desnudo de otra
persona encima de ella fue desapareciendo y Kia cobró conciencia total de la
sedosa humedad que había entre ella y Zorro. Ésta movió las caderas de manera
casi imperceptible al principio y luego con algo más de fuerza cuando a Kia se
le escapó un leve gemido de entre los labios. Se le llenó el estómago de calor
cuando la lengua de Zorro empezó a solicitar delicadamente permiso para entrar
en su boca. Se había esperado cualquier cosa menos este beso dulce y cálido que
le hacía desear pegarse más a Zorro.
Se oyó una risita detrás de ellas
y Zorro alcanzó su cuchillo y se giró bruscamente. "La madre" llevaba
una máscara ceremonial, al igual que el jefe durante una unión. Sin embargo,
Zorro se dio cuenta por el cuerpo de que efectivamente iba a ser la madre de
Kia quien la iba a examinar.
Asintiendo a "la madre"
para pedirle disculpas, Zorro dejó el cuchillo y se apartó con cuidado de entre
las piernas de Kia, advirtiendo con cierta satisfacción que el jugo realmente
parecía sangre y que incluso ella misma se había manchado un poco. Mientras
"la madre" estaba inclinada sobre Kia, Zorro se limpió con cuidado la
boca con el dorso de la mano. Miró la boca de Kia y se sintió aliviada al ver
que no quedaba ni rastro de las bayas. Y al menos Kia había dejado de llorar,
aunque todavía tenía la cara completamente mojada.
La madre miró su sexo separando
delicadamente las piernas de Kia y observándolo a través de la máscara. Una vez
más, Kia apartó la cara avergonzada. A Zorro le pareció que pasaba una estación
completa antes de que "la madre" se levantara en silencio, le hiciera
a Zorro un gesto de aprobación con la cabeza y saliera de la tienda. El grito
de júbilo que hubo fuera de la tienda fue lo que le dijo a Zorro que había
tenido éxito con el engaño. Cuando los tambores empezaron a sonar con fuerza,
Zorro se dejó caer al suelo llena de debilidad. Lo había conseguido. Kia era
suya y nadie podía quitársela. Miró a Kia, cuyo pelo oscuro y sedoso se fundía
casi a la perfección con las pieles, y vio que volvía a echarse a llorar
suavemente. Le dio la espalda a Zorro y se hizo un ovillo para consolarse a sí
misma. La alegría que sentía Zorro por haberse unido por fin a Kia empezó a
desaparecer al ver la espalda de su compañera estremecida por la fuerza de sus
sollozos..
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