Mi familia y yo decidimos dar un paseo por el gran
barco antes de tomar el té. El barco era verdaderamente una magnífica obra de
ingeniería, según mi padre. Dejé que la charla de mi familia se perdiera como
ruido de fondo mientras pensaba en mi encuentro con Dané Courtier. Me pregunté
por qué me había dejado provocar hasta ponerme tan furiosa. Normalmente soy de
buen carácter. Me cuesta mucho enfadarme... bueno, normalmente. Esta chica
tenía algo que me irritaba.
—Gabby —me llamó madre con un tono de voz claramente
exasperado—. ¿Has oído una sola palabra de lo que he dicho?
—No, madre, perdona, no te he oído. ¿Qué has dicho?
Madre meneó la cabeza y dijo:
—Hija, uno de estos días esa imaginación desbocada
que tienes te va a causar muchos problemas, fíjate en lo que te digo.
Sonreí y contesté como solía hacerlo cuando madre
soltaba esta conocida afirmación.
—Sí, madre.
Sonreí a mi madre con impertinencia, como siempre,
y ella me devolvió la sonrisa, como siempre. Mi abuela me había dicho hacía
mucho tiempo que yo era igual que mi madre a los dieciséis años y que cuando
tenía mi edad, la habían pillado muchas veces fantaseando.
—He preguntado que si te apetece tomar el té o no.
Hay un salón donde lo van a servir dentro de unos minutos.
—Sí, madre, me apetece tomar el té.
Seguí a mi familia diligentemente al interior del
salón y tomé nota, no por primera vez, de los pomposos grupos de jóvenes, en su
mayoría de Inglaterra, como mi familia y yo. Sentía curiosidad por el acento de
Dané, estaba claro que tenía algo de francés. Mmm, ¿de dónde será?
Me permití fantasear sobre Dané, inventándome
historias románticas sobre ella y un guapo príncipe... al fin y al cabo, era un
personaje claramente interesante y bien podía ser una princesa o una rica
heredera. Los camareros colocaron en la mesa bandejas doradas llenas de
emparedados de pepino y bollos pequeños, además del té. Oí rugir a mi estómago,
lo cual me recordó lo hambrienta que estaba. Toda la conversación cesó mientras
mi familia devoraba la sencilla pero elegante comida. Mientras comía, sentí un
cosquilleo en la nuca. Me volví a tiempo de ver a Dané, a una mujer de más edad
y a dos jóvenes entrando en el salón. La mujer mayor tenía el mismo aspecto que
Dané. Decidí que tenía que ser su madre. Me pregunto quiénes
son esos chicos. Sé que dijo que tenía hermanos, pero me pregunto si uno de
ellos la está cortejando. Es tan guapa que seguro que ella no tendría problemas para encontrar marido, pensé. Por algún motivo, me sentía decepcionada y
no sabía por qué.
Me volví de nuevo hacia mi familia cuando Dané y su
madre llevaban a los chicos hasta la mesa que estaba justo al lado de la
nuestra. Dané me susurró al oído al tomar asiento justo detrás de mí:
—¿No te han dicho que mirar es de mala educación,
pequeña?
Tomé aire y me volví para fulminarla con la mirada,
pero para entonces ella ya se había vuelto hacia su familia y decir cualquier
cosa habría llamado la atención sobre mí misma. De modo que me aparté furiosa.
—¿Quién es tu amiga, cariñito? —preguntó padre con
los ojos chispeantes.
Me puse muy colorada y dije, con cierto exceso de
volumen:
—Se llama Dané Courtier y no es... mi amiga —solté.
Oí a Dané reírse y fue evidente que había estado
escuchando. Padre me sonrió y volvió a su conversación con madre. Me volví
ligeramente para poder ver la mesa de Dané. Advertí que su madre de charlaba
animadamente con los chicos, pero que Dané no participaba realmente en la
conversación. Aproveché la oportunidad para inclinarme hacia atrás y decir en
voz baja:
—¿Nunca te han dicho que escuchar las
conversaciones ajenas es de mala educación?
Dané se echó hacia atrás en su silla y dijo:
—No estaba escuchando, es que hablas tan alto que
no he podido evitar oírte —dijo con tono de burla.
—Yo... Tú... —Volvía a estar lívida y Dané parecía
disfrutar de cada momento.
—¿Te pasa algo, cariñito? —preguntó mi padre.
—No, padre —dije a duras penas—. Creo que algo me
está sentando mal.
Oí a Dané sofocar otra risa al oír esto y juré que
de algún modo conseguiría vengarme.
Seguí a mi familia al salir del salón, con mucho
cuidado de no dirigir una mirada siquiera a Dané. Regresamos a nuestros
camarotes para echar una siesta muy necesaria. Mientras me quitaba el vestido y
ayudaba a Lilly a quitarse el suyo, me di cuenta de que estaba agotada. Al
echarme, mi último pensamiento fueron unos maliciosos ojos azules y mi
incapacidad de pensar claramente cuando los miraba.
Casi dos horas más tarde, llamaron a la puerta.
—¿Quién es? —grité.
—Soy padre, madre y yo vamos a dar un paseo por
cubierta, ¿queréis venir?
—¡SÍ! Esperadme, padre —exclamó Lilly, saltando de
la cama y poniéndose el vestido de mala manera. Yo también me vestí despacio.
Abrí la puerta a nuestro padre cuando estuvimos
vestidas.
—Creo que me voy a quedar aquí a escribir en mi
cuaderno, padre.
—Muy bien, Gabby, volveremos a buscarte para cenar
dentro de unas horas.
—Está bien, padre.
Observé a mi hermana salir dando brincos de la
habitación para coger a mi padre de la mano, hablando a cien por hora. Me senté
ante el pequeño tocador que estaba en nuestra habitación y saqué mis cuadernos.
Por mucho que lo intentara, no conseguía poner sobre el papel lo que sentía
sobre este viaje. En principio, no estaba muy contenta con el traslado a
América. Pero después de la siesta, empezó a entrarme una sensación de aprensión
y emoción. Me siento como si estuviera a punto de descubrir algo que hará que mi
mundo se tambalee. Por fin renuncié a intentar plasmar mis
sentimientos en palabras y me limité a escribir sobre el barco y los pasajeros.
A propósito, omití mencionar a Dané en mi entrada porque sabía que si le
hablaba a Lizbeth de ella, querría saber más. Tras terminar la breve entrada,
devolví el cuaderno a mi baúl. Dentro del baúl me encontré con mi lápiz y mi
caja de colores, además de cinco cuadernos más que padre me había dado como
regalo antes de partir de Inglaterra.
Decidí subir a cubierta con mis cuadernos y mis
carboncillos para dibujar un poco. Dejé una nota en el camarote de mis padres
por si volvían antes que yo. Me dirigí a la cubierta. Conseguí hacerme con una
cómoda tumbona y me recliné para empezar a dibujar. Miré a mí alrededor en
busca de un buen candidato para mi dibujo. Al no encontrar ninguno entre los
pretenciosos pasajeros, decidí hacer algo de memoria. Despacio me puse a trazar
las líneas que empezaron a formar el óvalo de una cara. Cuando estuve
satisfecha con la forma de la cara, metí la mano en la bolsita que usaba para
llevar mis suministros y saqué el color azul mar. Después de dibujar los ojos
hasta quedar satisfecha, rellené los ojos con el color. Por lo general,
esperaba a tener terminado el retrato antes de colorear nada. Pero por alguna
razón me parecía que era importante hacer bien los ojos.
—¿Me enseña lo que está dibujando? —preguntó un
joven con un acento que me resultaba familiar.
—¿Disculpe? —pregunté como una estúpida.
—Le he preguntado que si me permite ver su dibujo
—volvió a decir con suavidad.
En su cara se dibujó una agradable sonrisa. Por
primera vez advertí sus hermosos ojos. Son exactamente
iguales que los de mi dibujo... exactamente iguales que los de Dané, pensé con creciente comprensión.
—Mmm, normalmente no enseño mis dibujos hasta que
están terminados.
Él sonrió de nuevo.
—Pues me gustaría verlo cuando esté acabado... es
decir, si a usted no le importa enseñármelo.
—No, no me importa. Se lo enseñaré cuando haya
terminado.
—Bien. Escuche, ¿va a ir al baile esta noche?
—No sé nada de un baile.
—Pues verá. —Se movió incómodo—. Esta noche hay una
fiesta y me preguntaba si usted podría reservarme unos cuantos bailes —dijo de
carrerilla.
—Ah, pues sí, me gustaría bailar con usted esta
noche, señor... Perdone, ni siquiera sé cómo se llama usted.
—Courtier, Edward Courtier. Estupendo, entonces
todo arreglado. La veré allí entonces.
Edward se levantó rápidamente y se retiró a toda
prisa, como si tuviera miedo de que yo fuera a cambiar de idea. Lo miré con
curiosidad: su hermana y él compartían algunas características físicas, pero
eso era todo. Edward parece una persona encantadora. No como Dané, que parece
disfrutar mucho atormentándome.
Miré el dibujo en el que había estado trabajando y
la espalda de Edward que se alejaba. Había estado dibujando a Dané, por eso no
quería que él lo viera. No quería que ella tuviera más motivos para burlarse de
mí.
—Ojalá supiera por qué no paro de pensar en ella
—refunfuñé por lo bajo cuando regresaba al camarote para aguardar el regreso de
mi familia.
Lilly entró a todo correr y anunció que padre y
madre habían dicho que podía ir a nadar si yo estaba dispuesta a llevarla. Me
figuré que mis padres querían pasar un rato a solas, de modo que accedí y la
ayudé a ponerse su traje de baño. Le dije que cogiera su gorro de baño y nos
dirigimos a la sala de juegos infantiles, donde se encontraba la piscina
cubierta.
Observé a Lilly nadar y jugar con los demás niños y
algunos adultos que también habían decidido usar la hermosa piscina cubierta.
Ésta tenía una gran estatua de una sirena en el centro. Lilly disfrutó mucho
gritando desde el otro lado de la piscina que la sirena estaba desnuda. La
verdad es que se veía muy poca cosa. Y lo cierto es que miré. Aparte de un
estómago muy plano, cualquier cosa de interés estaba tapada por el pelo de la
sirena de piedra.
—Lilly, ¿por qué gritas tanto? —regañé suavemente a
mi hermanita. No creo haber sido nunca tan precoz—. Bueno, Lilly, es hora de
cenar, sal ya.
—Oooh, vamos, ¿un poquito más? —Además de hablar a
gritos, Lilly había perfeccionado el arte del lloriqueo.
—No, Lilly, venga, no debemos llegar tarde a cenar.
Lilly gruñó algo por lo bajo, a lo que yo respondí:
—Disculpa, ¿has dicho algo, Lilly?
—No —refunfuñó de nuevo y cruzó los bracitos
malhumorada mientras se encaminaba al camarote.
Al cabo de una hora estábamos sentados en el
comedor esperando la cena. El capitán había hecho un discurso de bienvenida y
ahora hablaba monótonamente sobre las actividades de ocio que ofrecía el barco.
Dejé de escucharlo cuando explicaba la forma de apostar en el hipódromo
electrónico. Por fin sonó una campana y empezaron a servir la cena. Esta vez me
esforcé todo lo posible para no mirar por el comedor en busca de Danté y su
familia. Me negaba a buscarla. Pero durante la comida, en distintas ocasiones,
sentí ese familiar hormigueo en la nuca.
—Padre, madre, esta noche hay una fiesta de
bienvenida para los jóvenes. Me gustaría ir, si os parece bien.
Madre puso cara de preocupación.
—Oh, no sé, Gabrielle, no conoces a nadie y no me
gustaría que fueras sola.
—Pero no voy a ir sola —solté—. Sí que conozco a
algunos de los que van a estar allí.
—¿Cómo a quién? —preguntó madre con desconfianza.
—Pues esa chica, Dané, y sus hermanos van a ir.
—Pero Gabby, ¿no dijiste que no era amiga tuya?
—intervino Lilly muy oportunamente.
Le eché una mirada furibunda y dije entre dientes:
—Es amiga mía y te agradecería mucho que no
interrumpieras.
Lilly se rió con disimulo y siguió cenando.
—Estoy segura de que habrá vigilancia. Dado que lo
ha organizado el capitán.
—Bueno —suspiró padre—. Seguro que no pasa nada,
Gisela, podemos dejar que la niña vaya.
—Pero Jefferson, aquí no conocemos a nadie.
—Por eso se organiza una fiesta de bienvenida,
Gisela, para que los jóvenes puedan conocerse.
Madre no parecía aún muy convencida, pero al final
dio su consentimiento. Yo estaba encantada. La cena terminó sin contratiempos y
todos regresamos a nuestros camarotes. Se decidió que Lilly se quedaría con
madre y padre, ya que yo iba a salir. Tras prometer que llamaría a su puerta
cuando volviera de la fiesta, emprendí el camino.
Gracias por seguir escribiendo me.encanta como lo haces
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