No recuerdo cuando empecé a encontrarme mal, pero
me sentía cansada todo el tiempo. Dané empezó a tomarme el pelo por lo tarde
que me levantaba o porque me quedaba sin aliento tan fácilmente al nadar. Se
acercaba a mí y me decía que me estaba haciendo vieja y que más me valía
empezar a hacer ejercicio o me iba a echar a perder. Fingía que me daba
pellizcos en los rollitos de los costados. Por supuesto, no había nada que
pellizcar. Ninguna de las dos tenía un solo gramo de grasa de más debido a
nuestra dieta y al gran esfuerzo necesario sólo para sobrevivir. Yo ponía los
ojos en blanco y le tomaba el pelo a ella por cualquier otra cosa.
No le dije a Dané cuando me empezó a doler de
verdad el cuerpo. No quería asustarla. Estaba segura de que había pillado algún
tipo de virus. Hacía varios días que dormía mal a causa de los dolores y
molestias y estaba empezando a asustarme de verdad. Me quedaba sin aliento con
nada y tenía un dolor de cabeza constante. Una noche me quedé despierta preguntándome
si debía despertar a Dané para decirle que me dolía todo, pero descubrí que no
me podía mover. Cerrando los ojos, floté entre los sueños que me habían
atormentado desde que estábamos en la isla. Sueños sobre la cara preocupada de
mis padres, los hombres responsables de dejarnos a la deriva, la cara de Dané
mientras yacía inerte en el bote.
En cierto momento creí oír una bonita voz que me
cantaba, reconfortándome y refrescándome. Oí la voz de Dané que me hablaba,
rogándome que volviera y no la dejara. Quise decirle que no quería irme, pero
no pude, de lo cansada que estaba.
Volví a flotar una vez más. Pensé que debía de
estar soñando porque oía a Dané hablando conmigo. Esto era raro de por sí, pero
en un momento pensé que también estaba llorando y desde que habíamos naufragado
no la había visto llorar ni una sola vez. Me desperté y me la encontré con la
cabeza sobre mi estómago, con el pelo extendido por encima de mi cuerpo.
Conseguí agarrar débilmente un mechón de pelo y darle un suave tirón. Ella se
sobresaltó y alzó los ojos enrojecidos para mirarme sin dar crédito.
—No llores —dije débilmente con voz áspera antes de
que el agotamiento pudiera conmigo y volviera a sumirme en mis sueños.
Poco a poco noté que volvía a la superficie. Con
los ojos aún cerrados, escuché un rato mientras ella me cantaba. No entendía
las palabras, pero sonaba tan triste que quise consolarla. Casi gemí cuando un
trapo frío me acarició primero la frente y el cuello ardientes. Luego los
hombros y alrededor de los pechos y por fin fue bajando hacia mi estómago plano
donde se detuvo un momento. Incluso en mi estado de debilidad noté la tensión
del cuerpo de Dané mientras se planteaba darme un baño más completo.
Atontada, me pregunté si debía dejarle saber que
estaba despierta. Despacio, el trapo bajó por mi estómago, por encima de las
caderas y se detuvo. Oía la respiración entrecortada de Dané. Por fin, respiró
hondo y colocó el trapo frío sobre mi sexo, limpiando la zona con delicadeza. Las
delicadas atenciones de Dané me llegaron directas al centro. Gemí
inconscientemente. Unos sollozos apagados fueron los que por fin me devolvieron
por completo a la realidad. Al abrir los ojos, vi la expresión de sufrimiento
de Dané mientras contemplaba mi cuerpo desnudo. Con sorprendente claridad, me
di cuenta de lo incómoda que estaba. Abrí la boca para hablar, pero antes de
poder hacerlo, me cubrió a ciegas con el destrozado chal hasta los hombros. Sin
saber aún que estaba despierta, se levantó y salió corriendo de la choza. Quise
llamarla, decirle que estaba bien. Pero tenía la voz demasiado ronca para que
me oyera. Frustrada, sentí que se me llenaban los ojos de lágrimas y me hundí
una vez más en el olvido curativo.
Cuando volví a despertarme, Dané estaba allí. Me
sonrió cuando abrí los ojos, poniéndome el paño frío en la frente. Esta vez,
cuando me limpió el sudor del cuerpo, evitó por completo mis zonas inferiores.
—¿Qué me pasa? —pregunté roncamente.
—Shh, no hables —me reprendió suavemente—. Por lo
que he podido deducir, has tenido una especie de neumonía. No estoy segura,
pero creo que puede que hayamos complicado las cosas con nuestra alimentación.
—Pero comemos bien —dije ásperamente.
—¿Qué te he dicho de hablar, Gabrielle? —preguntó
Dané con severidad. Siguió enjugándome el sudor del cuerpo desnudo mientras me
explicaba lo que pensaba—. Tienes razón, comemos cosas sanas, pero es posible
que no comamos todo lo que necesitamos para mantenernos fuertes. Para empezar,
no tenemos carne. Mientras estabas enferma, he tenido tiempo de pensar en lo
que podría sustituir algunas de las cosas que nos faltan en nuestra dieta. He
encontrado unos tubérculos parecidos a patatas y unas verduras que podrían
ayudarnos mucho. He hervido las verduras con las patatas y las he colado. Te he
estado dando el caldo desde que caíste enferma y creo que ha ayudado. —Dané me
enseñó las ricas verduras y los feos tubérculos naranjas que ella llamaba patatas.
Me asombró que el brebaje de Dané no me hubiera matado y no digamos que me
hubiera ayudado a recuperarme.
Pero me recuperé, y con las nuevas verduras y
patatas en nuestra alimentación las dos confesamos que teníamos más energía.
Durante mi convalecencia, Dané estuvo muy atenta conmigo. Sin embargo, a medida
que yo mejoraba, más distancia parecía necesitar ella entre las dos. Me
pregunté si algunas de las cosas que recordaba que había hecho y dicho mientras
yo estaba enferma no eran más que alucinaciones deseosas de una mente febril.
Los días se convirtieron en semanas y las semanas
en meses. Ocupábamos los días en la interminable búsqueda de comida y un
refugio mejor. Dané era excelente a la hora de suministrar lo necesario.
Ninguna de las dos carecía de nada que comer o beber, siempre había comida
fresca en la choza y ella se había aficionado a pescar. Dané siempre estaba
añadiendo cosas nuevas a nuestra pequeña cabaña. La verdad es que ya no se la
podía considerar pequeña. Había dividido la choza en tres grandes habitaciones,
dos dormitorios y un espacio de estar con un pequeño hoyo para una hoguera de
interior, además de varias ventanas que se podían cerrar como postigos si
llovía. Me sentí algo desilusionada cuando construyó nuestras habitaciones
porque hasta entonces habíamos dormido pegadas para tener calor. Sí que me
gustaba la intimidad de poder escribir sin preocuparme de que ella pudiera
verlo, dado que además la mayor parte de lo que escribía era sobre ella. Ni Dané
ni yo hablábamos ya de un rescate: era demasiado deprimente. Llevábamos en esta
isla un año, cuatro meses y trece días y no había habido la menor señal de un
rescate.
A Danté le pasa algo. Hace ya tiempo que le pasa
algo, pero ahora parece que le afecta más. Siempre ha sido más bien solitaria y
siempre he intentado respetar su necesidad de estar sola cuando surge. En un momento dado estábamos riendo y
bromeando la una con la otra y al momento siguiente me decía que se iba a dar
un paseo y desaparecía al instante. Admito que al principio me sentía herida,
pero al cabo de un tiempo ni siquiera lo notaba ya, no era más que Dané con sus
cosas. Y siempre volvía al cabo de una hora o dos con algo especial para mí,
como una flor bonita, una concha, una piedra interesante o un poco de miel.
Nunca le preguntaba dónde iba y ella nunca me daba información.
En los últimos cinco o seis meses las excursiones
de Dané habían aumentado de frecuencia y de duración. Dané también había
empezado a volverse cada vez más callada. Nunca había sido la mejor
conversadora del mundo, en realidad era yo la que solía dominar nuestras
conversaciones, pero estaba más callada incluso que de costumbre. Bueno, seguía
sin desaprovechar una oportunidad de tomarme el pelo si se le presentaba. Pero
había algo distinto, parecía distraída. Yo lo había atribuido a que echaba de
menos su casa hasta hacía poco, cuando su habitual excursión de una vez por
semana aumentó a dos y luego a tres.
Cometí el error de preguntarle a Dané dónde iba en
esas ocasiones y se puso hecha una furia. Dijo que yo era demasiado tocona y
pegajosa y que hablaba demasiado y que no era de extrañar que alguien
necesitara descansar de mí de vez en cuando. El estallido fue tan inesperado y
tan inmerecido que al instante se me llenaron los ojos de lágrimas. No voy a
mentir y decir que Dané y yo no hubiéramos discutido anteriormente. De hecho,
discutíamos con bastante regularidad, aunque sólo fuera por variar un poco
nuestra vida. Pero Dané nunca me había atacado verbalmente como en este día
concreto.
Asentí, me aparté de ella y me dirigí a mi parte de
la cabaña antes de que me viera estallar en lágrimas.
—Ga...bri...elle, perdona. Por favor, déjame que te
lo explique —me llamó por detrás mientras yo aceleraba el paso. Entré en mi
parte de la cabaña y cerré la puerta. Estaba hecha de palos de bambú atados con
lianas. Recuerdo ver a Dané construyendo las puertas. La observé mientras los
músculos de la parte superior de su cuerpo se movían al ajustar y tirar de las
lianas, entretejiéndolas con el bambú para que la puerta encajara bien. Aunque
las puertas no impedirían que alguien entrara si realmente quería, nos daban a
las dos intimidad cuando la queríamos.
La oí sofocar una maldición en francés cuando llegó
ante mi puerta cerrada.
—Gabrielle, por favor, deja que hable contigo.
Quiero disculparme.
—No. ¿Por qué no te vas a dar un paseo? — abrí la
puerta y le dije con rabia— De hecho, si tanto deseas estar sola, ¿qué tal si
me voy y construyo mi propia cabaña? Así no tendrás que oírme hablar todo el
rato. ¿Qué te parece? —le pregunté con sarcasmo mientras me movía por mi
habitación recogiendo mis escasas pertenencias, lo cual me llevó unos segundos.
Al poco estaba lista para marcharme—. Aparta, por favor —ordené furiosa.
—No —dijo tajantemente, con rostro impasible.
—¿Cómo que no? —le pregunté con rabia.
—Que no —contestó de nuevo igual de tajante.
Decidí que si no se apartaba pasaría por encima de
ella. Hay que tener en cuenta que Dané me sacaba sus buenos 15 centímetros,
pero en ese momento estaba demasiado furiosa para planteármelo. Intenté pasar a
su lado, pero siguió plantada tercamente en la puerta bloqueándome la salida.
—¡QUITA! —le grité enfurecida, empujándola por el
hombro. Estaba ya hecha una furia y lo único que quería era que se quitara de
en medio. Lo único que quería era salir de allí para poder lamerme las heridas
en privado. Me resbaló una lágrima por la mejilla y me la sequé con rabia—.
Escucha, pedazo de imbécil, te estoy dando lo que quieres, así que aparta el
culo de mi camino. No quiero estar más contigo. —Sabía que me estaba
comportando como una niña desagradable, pero estaba demasiado furiosa para que
me importara.
Estaba a punto de perder los nervios. Decidí que
iba a arrollar a Dané con todas mis fuerzas. Llegué incluso a bajar el hombro
como un policía a punto de derribar una puerta. La golpeé con fuerza en el
pecho, pero apenas se movió. Me rodeó el cuerpo con sus largos brazos y me levantó.
Las dos nos estampamos contra el suelo. Ella aterrizó encima de mí con un
golpe.
—¡SUÉLTAME! —grité, a punto de que me diera un
ataque. Sabía que si no me marchaba deprisa, me pondría en ridículo al echarme
a llorar.
—No —dijo suavemente contra mi pelo y yo me vine
abajo mientras ella me tenía prisionera entre sus brazos. Estaba tan
absolutamente furiosa con ella que casi me alegraba de que me tuviera sujetos
los brazos. Quería estrangularla por hacerme daño y por hacer que me humillara
delante de ella llorando.
—Maldita seas. ¿Por qué no dejas que me marche?
—sollocé en su hombro. Apenas oí su respuesta porque tenía la cara hundida en
mi cuello.
—Porque no puedo. —En su voz había tanta tristeza y
dolor que me sentí mal por lo que le había dicho. Seguí sollozando durante un
rato hasta que me sumí en un sueño agotado e inquieto en los brazos
reconfortantes de Dané.
Me ha encantado!!!! es intrigante la actitud de Dané!!! :)
ResponderEliminarme gusta ahora si se sabran muchas cosa de una y la otra, aunque ya las saben mas no se las dicen
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